Si bien monseñor Mariano de Talavera, obispo de Caracas, se enfrentó a los hermanos Monagas, no menos fuerte fue la lucha sostenida en Barquisimeto por el padre José Macario Yépez, defensor de los derechos y bienes de la Iglesia Católica que, en aquellos momentos del siglo 19, eran despojados por esos mandatarios.
Eso explica que el sacerdote barquisimetano hubiera incursionado en la política, dice el doctor Jorge Ramos Guerra, exgobernador del estado Lara, profesor de la Universidad Fermín Toro y autor del libro “La confesión del cólera,” en la que relata la devoción que el mencionado levita sentía por la Divina Pastora.
Yo le pregunté a Hermann Garmendia –recuerda de una conversación que sostuvo con quien fuera cronista de Iribarren y muy versado en la historia local- por qué no se había indagado sobre el rol político del padre Yépez y él me respondió: Nadie se ha atrevido a meterse en ese asunto porque es muy delicado.
Y ese fue el motivo que me llevó a escribir “La confesión del cólera,” que es una novela acerca de los sucesos de 1864, durante los cuales fue asesinado salvajemente Martín María Aguinagalde, el entonces gobernador del estado.
Inocente
Nada tuvo que ver el padre Yépez en ese terrible crimen, aunque tanto él como el padre José María Raldiriz estaban involucrados en una conspiración que, desde Barquisimeto a Caracas, pretendían dar al traste con el gobierno de los hermanos José Tadeo y José Gregorio Monagas.
En declaraciones para El Impulso, el doctor Ramos Guerra refiere que al padre Yépez le llamó mucho la atención el santuario de la Divina Pastora.
Un día que visitó este santuario tuvo un pleito con el jefe civil, Cruz Luna, quien le exigía una especie de préstamo para el gobierno.
En ese entonces, la Iglesia tenía mucho dinero, y el padre Yépez se negó a concederle el préstamos que le había formulado el funcionario en lo que entonces se conocía como Cerrito de Santa Rosa, que fue el nombre que se le puso cuando llegaron los curas para adoctrinar a los indígenas del lugar.
La trascendencia de ese encontronazo ocasionó que fuera malpuesto en las dependencias oficiales, en Caracas al punto que le quitaron la titularidad de la parroquia, y él se radicalizó como un cura conservador frente al gobierno de los Monagas, quienes ya habían decidido confiscar los templos católicos y acabaron, además, con los censos, que era una figura mediante la cual la Iglesia obtenía recursos de muchos feligreses, que antes de fallecer dejaban terrenos y bienes a la Iglesia, para que hicieran obras pías.
A raíz de ese altercado comienza sus pleitos con el gobierno al extremo de participar en una conspiración para el derrocamiento de los Monagas.
Esa conspiración, que se localizaba en Barquisimeto, incluía la salida del gobernador Martín María Aguinagalde, natural de Carora, héroe de la independencia y amigo personal de él.
El padre Yépez junto con el padre José María Raldiriz asistían a las reuniones nocturnas que se hacían en Barquisimeto, con el fin de planificar la expulsión del poder a los Monagas y, por supuesto, a sus aliados.
Conspiraban contra ese gobierno todos los miembros de la sociedad barquisimetana, entre los cuales se encontraban Rundecindo Fréitez, el licenciado Andrés Alvizu, el doctor Antonio María Pineda, el doctor Juan de Dios Ponte, el licenciado Diego Troconis, Pablo Judas y otros ciudadanos que claramente estaban opuestos al régimen.
Lo que nunca se habló delante de él era que al gobernador lo iban a asesinar, como en efecto ocurrió el 12 de julio de 1864. Con tal fin fueron traídos unos sicarios de los llanos, a quienes los metieron a beber aguardiente a una casa del mandatario que estaba situada en la carrera 19, entre las calles 22 y 23. Ahí, junto con el doctor Francisco Cañizales Verde colocamos una placa recordatoria.
El expediente del caso fue publicado muy discretamente por Hermann Garmendia, quien me lo regaló y en el cual se hace una narración sobre la forma como fue sacrificado ese gobernante y su mayordomo, quien en aquel trágico momento le estaba preparando el almuerzo.
Los asesinos, muy embriagados, después de ese macabro crimen, subieron a sus caballos, hicieron disparos por toda la ciudad y así se fueron como si hubieran logrado un triunfo.
El terror se apoderó de los habitantes de Barquisimeto, quienes deploraron profundamente la muerte del gobernador, quien era un hombre muy progresista, que había promovido escuelas artesanales, especialmente para la explotación del sisal; y fue el que reconstruyó la iglesia de La Concepción, destruida por el terremoto de 1812 y todos los días se encontraban él y el padre observando la marcha de los trabajos. De modo, pues, que tenían una buena relación amistosa.
Una vez que fue asesinado Aguinagalde, la conspiración siguió hasta San Carlos, donde los insurrectos fueron derrotados por el general José Laurencio Silva. En ese lugar se logró salvar un conspirador, del cual poco se conoce, que era Espíritu Santo Gil, nada más y nada menos que el padre de José Gil Fortoul, quien era un hombre muy guapo, aguerrido. Y en esa misma ocasión, el general Juan Bautista Rodríguez llegó regresar hasta Sanare, donde se ocultó, pero lo vendieron y aunque le ofrecieron garantías para enjuiciarlo, lo mataron sin fórmula de juicio antes de llegar a Quíbor.
Receta
Tras aquellos sucesos políticos, que causaron gran temor en la población, para completar la desgracia hizo su aparición el cólera, que obligaba a la gente a acercarse a las iglesias para implorar con sus oraciones, la salvación.
Desde Caracas, el arzobispo envió una receta para combatir la epidemia. Al respecto, recomendaba untarse tanto en los brazos como en las sienes éter sulfúrico, esencia de yerbabuena, agua de azar, y otros productos como alcanfor y carbón de coco. De igual forma se indicaba ruda machacada, canela y otras cosas para contener las diarreas.
Además, la gente buscaba otras sustancias para tratar de impedir que el cólera siguiera haciendo estragos, pero de todas formas casi la mitad de la población murió a consecuencia de esa enfermedad.
El padre Yépez, como lo sabe toda la comunidad barquisimetana, pidió a la Divina Pastora ser la última víctima de ese terrible mal y, lastimosamente, cayó enfermo y murió, pero su muerte contribuyó a acrecentar la fe y la esperanza en la Divina Pastora.
Una vez que falleció el sacerdote, la gente en las iglesias decía que se había hecho el milagro, ya que para entonces había disminuido el número de defunciones.
Al año siguiente comenzó la tradición de traer la imagen de la Divina Pastora, como ha ocurrido este 2023, en medio de la alegría no sólo de los barquisimetanos, sino de gente venida de diferentes partes del país.
Valiente
El padre José Macario Yépez era una persona muy bien preparada eclesiásticamente, que ganó fama de ser buen orador y extraordinario predicador, guapo, querido por su feligresía y el que con más fervor defendió los intereses de la Iglesia Católica cuando comenzaron los hermanos Monagas a expropiar los templos y sus terrenos.
Pero, después el general Antonio Guzmán Blanco no sólo expulsó a los obispos de Caracas y Mérida, cerró seminarios, sacó órdenes religiosas y buscó secularizar al país, sino que intentó crear una iglesia paralelara a la de Roma, lo cual nos indica que el enfrentamiento del Estado venezolano con el catolicismo en Venezuela no ha sido nuevo porque los sacerdotes, generalmente, han sido críticos a los regímenes de fuerza.
Creo, manifestó el doctor Ramos Guerra, que la figura del padre Yépez hay que verla con la importancia que tiene como ciudadano, como hombre valiente y defendió los intereses de la iglesia como nunca lo había hecho nadie.
El padre José Macario Yépez estudió en el seminario de Mérida y estando en esa ciudad ocurrió el terremoto de 1812. Como era de Barquisimeto fue enviado por sus superiores a esta capital, donde desde el primer momento en que empezó a ejercer sus funciones, mantuvo una relación cordial con todo el mundo. Y fue conocido y admirado como presbítero maestro.
Una de sus actuaciones más recordadas, aparte de haber promovido la visita de la Divina Pastora, fue en 1835 cuando le dio la extremaunción a varios jóvenes que fueron fusilados arbitrariamente por estar involucrados en la llamada revolución de las reformas, en las inmediaciones de la iglesia Altagracia. El fusilamiento se llevó a cabo cuando ya el presidente José María Vargas había ordenado su liberación, pero la orden llegó tarde. Ese hecho causó indignación y dolor en la población barquisimetana.
Estas historias demuestran que Barquisimeto siempre ha sido una ciudad política, porque ya en 1835 cuando pasa a ser provincia con Bernabé Planas, había periódicos a través de los cuales se emitían opiniones y, medianamente, había una élite muy interesada en los problemas que afectan al país. Era una forma de enfrentar al miedo que imponían los gobernantes. Y quien menos miedo tenía fue el padre Yépez, como lo he afirmado, concluyó sus declaraciones el doctor Ramos Guerra.