Dice Carlos Fuentes, narrador y ensayista mexicano, uno de los escritores más importantes de la historia literaria de su país, que “el pasado está escrito en la memoria y el futuro presente en el deseo”.
Vivir en el pasado anclado o pendiente de qué pasará en el futuro es una manera de perderse el presente. El problema no es recordar momentos intensos, ni idear una vida deseada, el problema llega cuando nos refugiamos en uno u otro lado de manera continuada.
“Vivir en el pasado es elegir morir en el presente y negarnos la posibilidad de poder disfrutar un futuro mejor”.
El pasado está escrito con todas aquellas vivencias que nos han traído aquí y ahora a este lugar y de esta manera. Es un baúl lleno de experiencias buenas y malas, de decisiones erróneas, afortunadas, de tristezas, alegrías y personas que entraron y salieron de nuestra vida.
Tropecé en las redes sociales con un tema que trata sobre lo mismo, aunque sin compositor pero simpático y real. Somos una generación inolvidable y difícil de volver a encontrar una descendencia de oro.
Quienes nacimos en los 40-50, crecimos en los 50-60, estudiamos en los 60-70, noviamos en los 70-80, nos casamos y descubrimos el mundo en los 70-80-90, nos estabilizamos en los 2000, nos hicimos más sabios en los 2010, vamos a pie firme atravesando los 2023.
Resulta que hemos vivido ocho décadas diferentes, dos siglos diferentes, dos milenios diferentes.
Hemos pasado por el teléfono con operadora para “larga distancia” hasta los videollamadas a cualquier parte del mundo; desfilamos desde los slides hasta el YouTube, desde los discos de vinilo hasta la música online, desde las cartas escritas a mano al correo electrónico y el WhatsApp.
De vivir los partidos de fútbol en la radio, la TV en blanco y negro y luego la TV HD. Fuimos al videoclub y ahora miramos Netflix. Conocimos las primeras compus, las tarjetas perforadas, los diskettes y ahora tenemos gigas y megas en la mano en el celular o el IPad.
Empezamos con pantalones campana, pasamos a través de los pantalones «tubito» y nos estacionamos en medio. Esquivamos la parálisis infantil, la meningitis, la gripe porcina y ahora el COVID-19.
Caminamos, anduvimos en patines, triciclos, carritos inventados, autos a gasolina o diésel y ahora andamos en híbridos cien por ciento eléctricos; bicicleteamos, montamos moto, viajamos en tren, por el mar, colgados en el aire, surfeamos, volamos y ahora esperamos el SpaceX de Elon Musk para ir a Marte.
Pasamos por muchas cosas. ¡Qué gran vida hemos tenido!
Nos podrían calificar de xennials, gente que nació en aquel mundo de los cincuenta, que tuvo una niñez analógica y edad adulta digital. Somos una especie de “Ya-he-visto-de-todo”.
Literalmente, nuestra generación ha vivido y presenciado mucho más que ninguna otra en cada dimensión de la vida. Es nuestra generación la que literalmente se ha adaptado al “cambio”.
Qué gran vida ha sido.
Un gran aplauso a todos los miembros de una generación muy especial, que será única, saluda la reseña.
Dice un proverbio ruso que “añorar el pasado es correr tras el viento”. Mirar permanentemente hacia atrás e instalarse en el pretérito suele ser propio de personas que tienen miedo al presente, al devenir de la vida, a lo incierto y se aferran al pasado porque conocer lo que ocurre les otorga seguridad.
Sin embargo, todo esto provoca que el presente pase ante los ojos sin saborearlo, pues nos encontramos en un tiempo que ya no volverá, que ahora solo reside en nuestros pensamientos y que tan solo podemos revivir en nuestra mente.
“Por mirar hacia atrás por un pasado que no va a volver, te puedes perder mil nuevos caminos por recorrer”, dice esta frase sin autor.
Orlando Peñaloza