Ella está allí. Cuando las luces se prenden se muestra con el esplendor que sólo una madre desde su bondad puede tener. También está él, su cuerpo yace ahí. Es el espacio en el convento de Capuchinos (Sevilla) dónde está la cripta de Fray Isidoro, el franciscano que se imaginó a la Virgen María vestida de Divina Pastora y que convirtió en advocación la sencillez de un cayado y un rebaño que se deja guiar con fe y devoción.
En este lugar se encuentra la réplica de la Divina Pastora de Barquisimeto, que trajo en el Año Jubilar Mariano (2006), Monseñor Tulio Manuel Chirivella (+) con una comitiva de la Arquidiócesis de Barquisimeto.
En el silencio de la súplica están ambos, Fray Isidoro de Sevilla y la Divina Pastora de Barquisimeto, la virgen que vuelve a su cuna para agradecer por el fervor que traspasó fronteras y océanos.
Como sus hijos venezolanos quienes también han cruzado tierras, cielos y océanos hasta convertirse en diáspora y porqué no decirlo, en promotores del amor pastoreño.
Pedro Linárez es uno de esos hijos, de ese rebaño que se hace plegaria y oración. Describirlo debería ser un ejercicio sencillo, sobre todo por los años que llevamos conociéndonos. Si volteo hacia atrás, lo veo en la Librería Paulinas atendiendo y aconsejando siempre con una sonrisa. También lo recuerdo en la parroquia Altagracia, en la Juventud Franciscana y en los grupos de encuentro.
Pareciera que todo esto fue, es y seguirá siendo la base que lo sostiene en la fe, y en la ciudad de Sevilla donde reside ya desde hace 19 años.
“Me vine a Sevilla cuando aún no se vislumbraba una diáspora como la actual. Lo hice porque había una propuesta de trabajo que me gustaba. Me encontraba estable, me sentía bien con el empleo que tenía en Barquisimeto, pero quería abrirme otros caminos. Cuando me surgió el viaje compré el pasaje para el 18 de enero, porque quería estar en la procesión de la Divina Pastora y encomendarme a ella. La despedí en la Basílica Menor El Cristo y luego me trasladé acá”, recuerda Pedro.
Sus ojos también se iluminan y es que los recuerdos llegan a su mente, con cierto hálito de nostalgia. Salir en procesión con toda la familia, dejarle a su abuela escuchando Radio Tricolor o Radio Minuto, para que siguiera el recorrido, hacer paradas y en la casa de su tía en la Venezuela con 27 poder descansar, mientras se abrazaban y comían una sopa para poder avanzar. “Son tantos”, dice y agrega, “todos tan especiales y bonitos. La procesión es eso: sentimientos de amor, fe y devoción. Es sentirse parte del rebaño”.
De Sevilla a Venezuela
Pedro apenas llegó a Sevilla estableció contacto con la Orden Franciscana Seglar, pues pertenece a este grupo católico. Se quería sentir cobijado con asesorías y sabría que allí encontraría refugio y hogar.
Fue así. Además, sus oraciones en repetidas oportunidades por Venezuela y explicar la Emergencia Humanitaria Compleja (EHC) por la que atraviesan sus coterráneos, hizo que en 2017 la Orden Franciscana Seglar de Andalucía cubriera los costos de envío de medicinas que al inicio llegaban a Caracas, pero que en la actualidad llegan a las Misiones de Capuchinos en Delta Amacuro y Zulia.
Es así como un grupo de venezolanos se reunía de manera semanal en la capilla que queda en la calle Cervantes, para empaquetar los medicamentos. Desde 2020 por motivos de la cuarentena y por las medidas preventivas del COVID-19, ese trabajo es realizado por las hermanas de la Fraternidad de Loreto.
“Es una bendición poder apoyar de esta forma. Nos fueron llegando donaciones de medicinas y eso es lo que seguimos enviando. Hemos visto la solidaridad y el respaldo de toda la comunidad que se ha implicado. Se han enviado más de 700 kilos”, explica Linárez.
“Estos días siempre son propicios para nosotros como guaros, como venezolanos, en una fecha tan especial y significativa como el 14 de enero, para pedirle a la Divina Pastora por Venezuela. Pido por la libertad de mi país. Yo me siento con la responsabilidad de ayudar y reconstruir Venezuela, desde allá o aquí; con las experiencias vividas. Lo más importante en todo este proceso que vivimos los venezolanos es mantener la esperanza, mi fe es la que me ha acompañado”, dice Pedro Linárez.
Unidos por el amor a María
En el 2017 Mireya la madre de Pedro se lo pensó. Ya había venido en seis oportunidades de vacaciones. Pero la crisis del país la hizo tomar una decisión. Esta vez se quedaría con su hijo.
“Tengo el corazón allá, siempre pienso en Venezuela y en la posibilidad de regresarme. Sin embargo, estoy contenta por estar al lado de mi hijo. Cuando estaba allá lo extrañaba y pensaba todo lo que me necesitaba y que lo podía cuidar. Se me hizo el deseo realidad”, manifiesta Mireya.
Cuando ella llegó, ya se organizaban las misas con la réplica de la Divina Pastora. “Nunca pensé tener tanto frío un 14 de enero. Aquí en una iglesia que se llama San José hay una imagen de ella, siempre voy los domingos. Yo siento a la virgen muy mía, porque sé que me oye al igual que Jesús”.
Pedro interviene y agrega, “las misas aquí nos han ido reuniendo poco a poco. Le agradezco mucho a Elizabeth González quien es la que las organiza y nos mantiene informados. Es un momento de encuentro, de llorar sobre todo cuando se canta el Gloria al Bravo Pueblo, se vive de otra manera pero el sentimiento sigue intacto”.
Mientras ambos comentaban las anécdotas, sus ojos se trasladaban hacia la Pastora de las Almas, desde allí, muy cerca del Coro Bajo donde Fray Isidoro de Sevilla se imaginó a María como Divina Pastora, la misma que con su cayado llegó a Venezuela y hoy viaja en los corazones de la familia Linárez Pérez, y en el de todos los venezolanos que hoy exclaman sin cesar: “Oye el himno que cantan Señora, los que te aman con tanto fervor”.