Por: Helkin Guevara / www.lawebdelasalud.com
La doctora María Elena Bottazzi, microbióloga hondureña, es una de las líderes de un proyecto de investigación y desarrollo de vacunas libres de patentes contra la COVID-19 en Estados Unidos, iniciativa que fue postulada recientemente al premio Nobel de la Paz
En el Centro para el Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas, Estados Unidos, trabajan siguiendo una filosofía inédita en el ámbito de tecnología médica: no hay patentes.
Datos, experimentos, resultados, fórmulas… Todo se publica y comparte para que cualquiera en el mundo pueda reproducir las vacunas y ayudar a que lleguen a las personas que las necesitan. Incluyendo Corbevax, la primera vacuna contra la COVID-19 de acceso global.
La microbióloga hondureña María Elena Bottazzi es la codirectora del centro y estuvo en Panamá recientemente como expositora en la X Reunión Anual del Consejo Global de Investigación, organizado por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt), y compartió más detalles del trabajo que lidera y del concepto “libre de patentes” que, esperan, rompa paradigmas en el manejo de las vacunas.
Atender las enfermedades que nadie atiende
¿Cómo nace el proyecto de desarrollar vacunas sin patentes?
-Hace 22 años, mi colega Peter Hotez y yo establecimos el Centro para el Desarrollo de Vacunas, que desde el 2011 se localiza en el Hospital Infantil de Texas y el Colegio de Medicina de Baylor. Y desde el principio nos enfocamos en el desarrollo de vacunas para muchas de las enfermedades desatendidas que tenemos en nuestros países.
De allí viene esa filosofía, de desarrollar vacunas para enfermedades que afligen mayormente a personas pobres, usando tecnologías accesibles que no resulten caras, que sean seguras y efectivas, que puedan ser transferidas a países con bajos y medianos ingresos y que en algún momento puedan ser producidas regional o nacionalmente.
Atendemos las enfermedades que nadie atiende y lo hacemos desde un enfoque sin fines de lucro, a través de colaboraciones.
Después de estudiar microbiología en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, siempre me fascinó el estudio de cómo podemos prevenir o tratar las enfermedades causadas por los microorganismos y por eso me dediqué al desarrollo de vacunas, una de las tecnologías en salud pública ideales para prevenir enfermedades infecciosas.
–Mencione ejemplos de enfermedades desatendidas de nuestra región...
-Hablamos de la leishmaniasis, uncinaria, áscaris, esquistosomiasis, mal de Chagas, virus del Nilo, hantavirus, dengue… todas son enfermedades que dejan secuelas a largo plazo.
Las enfermedades desatendidas tienen ciertas características y no se consideran “desatendidas” porque sean raras o poco comunes, por el contrario, son muy prevalentes en todo el mundo en miles y millones de personas, pero por ser enfermedades que no presentan una alta mortalidad, ponemos obviamente el foco en otras que causan más muertes. Pero al concentrarnos en las enfermedades con mayor índice de mortalidad, dejamos de lado las enfermedades no mortales que afectan a gran parte de la población, gente pobre, manteniéndoles en situaciones precarias, en condición de discapacidad y sin que puedan ser productivos. Por eso estas personas son la base de nuestro programa.
Los coronavirus también estaban bastante desatendidos. Después de los brotes de SARS (síndrome respiratorio agudo grave) y MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio), el enfoque científico para los coronavirus perdió interés y se dejó de invertir en su investigación y en estar listos en caso de un nuevo brote.
Hace 10 años nosotros los adoptamos, creamos prototipos de vacunas para estos virus y cuando llegó la pandemia [Covid-19], pudimos responder rápidamente y crear nuestra tecnología basada en proteínas recombinantes y que conllevó al desarrollo de la vacuna Corbevax en colaboración con la compañía Biological E en la India.
–¿Cuál es el procedimiento si un laboratorio quiere producir Corbevax?
-Corbevax es la primera vacuna de la COVID-19 de acceso global y su tecnología cualquiera puede producirla. Es una vacuna apropiada para edades pediátricas porque trabajamos para evaluar cómo generar protección en las personas desde edades muy tempranas. Si alguien quiere, puede producir nuestra vacuna prototipo sin necesidad de comunicarse con nosotros ya que todos los procesos están publicados. Nuestra intención no es lucrar, sino que las vacunas y sus desarrollos se extiendan, para que ayuden a reducir la carga de las enfermedades, previniendo sus secuelas; ese es el valor final.
–¿Qué países han reproducido Corbevax?
-El laboratorio indio Biological E. fue el primero en adoptar nuestra tecnología y vacuna. Luego transferimos la tecnología a productores en Indonesia, Bangladesh y Botswana. Nosotros damos nuestra tecnología directamente a los desarrolladores de vacunas en cada país, sin pasar por las grandes farmacéuticas. Y en India, Biological E. tenía la misma mentalidad altruista de nuestro proyecto y ofrecieron la vacuna a un precio muy bajo, aproximadamente $1.90 por unidad, convirtiéndola en una de las más baratas del mundo y la aplicaron a 40 millones de niños.
Aquello fue un sueño hecho realidad: nuestra vacuna creada en nuestro laboratorio, beneficiando a millones de niños. Corbevax ahora también fue aprobada en adultos para ser usada como refuerzo.
También nos dio mucha satisfacción conocer que Botswana dio la autorización para el uso de Corbevax y encargó 100 millones de vacunas a India para usarlas en su territorio y luego distribuirlas en otros 15 países africanos.
–¿Por qué más países no han adoptado Corbevax?
-Al principio de la crisis por la pandemia, todo el mundo estaba un poco nervioso y los gobiernos compraron las primeras vacunas que salieron de las grandes farmacéuticas y luego muchos países se quedaron sin fondos para invertir en más y nuevas vacunas.
También, los sistemas de evaluación y control de calidad global para este tipo de productos nos mantuvieron por meses en lista de espera para ser evaluados. Y al no tener el poder para hacer que estos procesos avanzaran más rápido, nos quedamos fuera de la conversación de las vacunas. Pero consideramos que dentro de poco se van a necesitar mucho más de esta segunda generación de vacunas contra la COVID-19, como Corbevax, por ser más económicas y seguras.
Panamá y las vacunas que necesita la región
¿Qué otras vacunas para enfermedades desatendidas han creado?
-Tenemos media docena de programas de vacunas en diferentes etapas de desarrollo científico. Tenemos dos candidatos de vacunas para uncinaria, una para esquistosomiasis y una contra el mal de Chagas, entre otras.
Nuestro laboratorio, además de trabajar con los prototipos de vacunas, busca las vías de colaboración para producirlas por medio de la transferencia de tecnología.
El centro de desarrollo e investigación de vacunas en Panamá (el futuro Centro Regional de Innovación en Vacunas y Biofármacos –Crivb AIP) que impulsa la Senacyt y su secretario nacional, Eduardo Ortega-Barría, es uno de nuestros colaboradores y también emplearán el concepto de colaboración para usar diversas tecnologías, pensando en las vacunas que se necesitan en la región.
¿Cómo financian el desarrollo de las vacunas?
-Nuestros fondos vienen de donaciones de individuos, fundaciones o instituciones no tradicionales.
Nominación al Premio Nobel de la Paz
¿Cuántas personas trabajan en el centro?
-Somos como 25 en el centro de vacunas y en el equipo específico para el desarrollo de vacunas contra los coronavirus, entre 12 y 15 personas.
Somos los mismos cuatro gatos haciendo todo: vacunas, papers, presentaciones, asistiendo a reuniones…
–¿Cómo tomaron en el centro la nominación que recibieron al premio Nobel de la Paz?
-La nominación al Nobel, gracias a la postulación que nos hizo la congresista estadounidense Lizzie Fletcher, es un reconocimiento a las décadas del trabajo siguiendo esta filosofía que viene a demostrar que sí se puede hacer ciencia integrada con el concepto de diplomacia y colaboración para beneficiar al que menos acceso tiene a los servicios de salud y para que así nuestro mundo prospere.
Y que esa prosperidad ayude a disminuir inequidades y conflictos. De esa idea surgió la nominación y de la historia de un pequeño grupo de científicos en un hospital infantil que hace este trabajo en busca de “descolonizar” la manera en la que se hace la ciencia.
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