No conozco personalmente al joven ingeniero Juan Guaidó, pero siento la obligación de darle las gracias en nombre de millones de venezolanos que con toda seguridad hoy están pensando lo mismo.
Este joven de menos de 40 años, electo diputado a los 32, asumió hace cuatro años una enorme responsabilidad ante el país y ante la historia.
En enero de 2019, con 36 años de edad y sin ser jefe de su partido, fue electo Presidente de la Asamblea Nacional – y como tal, según dispone la Constitución vigente en este país – asumió luego la máxima autoridad del Poder Ejecutivo de la República ante un vacío absoluto de poder producto de un desfachatado golpe de estado protagonizad0 por el Presidente saliente mediante unas “elecciones” ilegales y una grotesca “asamblea constituyente”, que pasará a la historia como una de las más descaradas farsas de la historia política latinoamericana.
Juan Guaidó jamás detentó el poder “de facto” sino que ha sido exclusivamente un símbolo de la Constitución y de la soberanía del pueblo venezolano, y como tal fue reconocido como nuestro representante legítimo por más de 60 de las democracias más relevantes del planeta.
A este joven señor le tocó servir de portaestandarte de la libertad, del ordenamiento legal y constitucional, y de las instituciones de la República. Asumió el reto y durante cuatro años ha dado la cara por nosotros en territorio nacional, y ante el mundo, enfrentando toda suerte de amenazas, vejámenes, agresiones y atropellos contra su persona y sus allegados.
Jamás estuvo en sus manos liberar a Venezuela o solucionar los problemas de los venezolanos. Y quienes lo culpan de no haberlo hecho o no entienden la realidad de su posición, o de mala fe intentan responsabilizarlo de carencias y culpas de otros.
En todas sus actuaciones hemos visto a Juan Guaidó conducirse con valentía, altura, dignidad, discreción, caballerosidad y un sentido de la oportunidad poco demostrado por otros voceros que actualmente pretenden representar a la oposición venezolana.
Jamás se le ha conocido un improperio o respuesta destemplada ante la legión de calumniadores y facinerosos que no han vacilado en atentar contra su reputación y honorabilidad con toda suerte de insultos y falsas acusaciones, reservando todas sus críticas para el régimen dictatorial.
Quizás al momento de publicar estas líneas esté ya consumado el irresponsable y frívolo acto de su remoción, fraguado por gente que la historia calificará mucho más severamente que a un valiente joven al que, hoy más que nunca, corresponde decirle: Gracias, Juan Guaidó.
Antonio A. Herrera-Vaillant
