Más que un estribillo o gracejo incrustado de forma permanente en su simpatía de sonoras plenitudes festivas, el azúcar de la guarachera de oriente, la inolvidable y siempre presente Celia Cruz era más bien una proclama telúrica por la cual reivindicaba las esencias del canto cubano, el indisoluble lazo que la mantenía atada a sus raíces del Barrio Santos Suárez de La Habana.
Y es que el azúcar por décadas ha sido junto con el tabaco un emblema o icono del ser cubano. El azúcar ha sido para Cuba lo que el arroz para China, los quesos para Holanda, el fútbol para Brasil, los toros para España, el cocuy para Baragua o el mondongo para los caroreños, algo consustancial a su identidad cultural.
Por esta razón Fidel Castro quiso celebrar sus primeros diez años de Revolución Comunista con una gran Zafra que alcanzara los 10 millones de toneladas de azúcar, para superar los promedios de 5 y 6 toneladas que se producían en los tiempos previos a su llegada al poder. Para ello dispuso de todas las tierras disponibles, algunas no aptas para este cultivo y del “trabajo voluntario” de estudiantes, maestros, amas de casa y en general de cualquier cubano con salud para tomar un machete y aplicarse a la roza o la zafra. No alcanzó la meta pero marcó un récord nacional de 8,4 millones de toneladas de azúcar para festejar en 1969 su primera década al frente de la Revolución.
Los costos de este esfuerzo fueron daños ecológicos, algunos irreversibles, debido al uso indiscriminado de tierras vulnerables y también cierta imagen internacional que dejaba ver un país donde se obligaba a segmentos poblacionales débiles físicamente a trabajos de grandes exigencias corporales. Verdad o invento o manipulación del mass media norteamericano, lo cierto es que Castro amarró el éxito de su revolución al éxito de la producción de azúcar.
Y podía producir sin límites o condicionamientos mercantiles porque la Unión Soviética garantizaba la compra del producto al precio que permitiera mantener un enclave comunista pegado a las costas del “imperio yanqui”. Era pues con el azúcar que Cuba financiaba de manera real o virtual los costos de un sistema fundamentado en ideas marxistas.
No importaba ya si el aparato productivo del azúcar cubano era eficiente o ineficiente, no importaba si era competitivo o atrasado, importaba solamente que ante la opinión pública mundial fueran una referencia tercermundista de avance y progreso del socialismo como alternativa de los países pobres frente a la implacable vorágine capitalista.
Negarlo es imposible. Bajo este esquema Cuba alcanzó logros importantes en materia social, deportiva, médica, cultural y académica, y no podemos agregar que económica porque esto siempre fue una caja negra de contenidos ignorados porque a fin de cuentas la Unión Soviética sufragaba lo necesario para mantener un estatus de estabilidad y así mostrarla como un ejemplo de la viabilidad del socialismo para superar el subdesarrollo de los países del sur.
Pero cómo lo cantaba con nostalgia caribeña Héctor Lavoe, “Todo tiene su Final” y al descorrerse el velo de las fantasías ideológicas con la implosión del socialismo soviético afloraron verdades terribles tanto en las entrañas del bloque euroasiático como en sus países satélites.
De esta forma pudimos observar con asombro que la indigencia era amplia y patética en las calles de Moscú, que en Georgia existían extensos territorios sin electricidad y entre otros casos que Cuba no podía financiar su nivel de desarrollo humano en base a una economía propia. Esto se evidencia patéticamente en los años del Periodo Especial.
Estando en el foso de la miseria Fidel Castro se ganó un premio otoñal. La admiración y generosidad extrema de Hugo Chávez Frías que convirtió a Venezuela en una colonia cubana. Cuba ya no tenía azúcar, no tenía el auxilio de Rusia, en Cuba todo era amargura hasta que Venezuela le calmó el hambre, pero como ese sistema es destructor del trabajo y la riqueza Venezuela se hundió también. Cuba Amarga.
Jorge Euclides Ramírez