Detrás de mí, oigo un juego de fútbol en Qatar, sumidos como estamos todavía en este torbellino de balompié universal. No tengo ganas de verlo. Van por el segundo tiempo y los equipos permanecen 0-0, ¡qué fastidio! Los locutores dicen que una oncena controla el partido y otra la pelota. No soy sabihonda en este deporte, pero, según mi lógica, quien controla la pelota controla el partido, aunque no logre meterla en el arco. Me parece que ninguno tira a éste, pues no se dice nada de los arqueros, parecen inactivos; si nadie patea hacia la meta, poco tienen qué hacer, como no sea devolver el balón cuando se la pasan sus compañeros evadiendo los contrarios.
¿En qué se parece el fútbol a la vida nuestra? En mucho. Nos la pasamos devolviendo el balón de nuestras responsabilidades. Que lo haga otro. A veces un papel, una basura, un desperdicio, dura mucho tiempo en el piso de una casa, una oficina, una escuela, hasta que aparece el buen samaritano como el de la parábola y se compadece, no de la basura, sino del suelo que ensucia, se inclina, recoge y echa el desperdicio en el cesto para esto que no estaba tan lejos. ¿Tendrían dolor de cintura los que pasaron antes? Quizás había una epidemia de este mal.
En el fútbol no hay diálogo amable, sino encontronazos. Es a golpe, pero no limpio y si los oponentes se cruzan palabras, tampoco serán muy limpias, gracias a Dios no las oímos. En realidad, este deporte es anti-diálogo y en esto se parece mucho al mundo actual.
Porque se habla mucho de diálogo para entenderse entre naciones, pueblos u oponentes políticos. Se hacen mesas y reuniones aquí y más allá, ¿resultados? Cero. Sobre todo, me refiero a los innumerables realizados entre el ilegítimo gobierno actual de Venezuela y una oposición un tanto complaciente. Aparentemente se quiere superar una crisis, pero la oposición más cede que exige y así no se llega a ninguna parte. El régimen abusivo continúa y si se va a elecciones bajo sus condiciones, sólo se le estará dando legitimidad al continuismo. No veo salida. No es el camino.
Además, hay que tener en cuenta que, en la naturaleza, no se da el diálogo sino entre seres de la misma especie. Las flores deben hablar entre ellas, como se hablan los felinos o los pájaros. Cuando oigo por las tardes a las coloreadas guacamayas desde un árbol vecino, en alegre cháchara, pienso que deben estar decidiendo a dónde irán de juerga esa noche. Nunca he visto a una vaca hablando con un perro, ni a un gato con un zamuro. Pues no puede ni debe darse -es peligroso- un diálogo entre demonios y humanos. Eso sería uno entre el gobierno actual de Venezuela y una oposición consciente.
En lo político, borremos la palabra diálogo del diccionario. Vamos a dejarla para el teatro, la conversación amable, la plática entre enamorados, en todo aquello que sea para la comprensión y la unión, pero jamás para componendas tramposas, ni la hipocresía y la traición. Basta. De esa cabuya ya tenemos un enorme rollo.
Vamos a dialogar entre humanos de amor, poesía, arte y, sobre todo, de esperanza. Podemos reconstruir una nación a base de una firme esperanza cimentada en la fe. No podemos darnos por vencidos, pues mientras hay vida, hay esperanza; mientras haya la sonrisa de un niño, hay esperanza; mientras haya compatriotas logrando triunfos en el mundo, hay esperanza. El venezolano no se agota en la crisis, sino que crece en esperanza. Vayamos a nuestras raíces para coger fuerzas.
El cristianismo nace de un diálogo esencial entre Dios y el hombre que se prolonga en el corazón de cada creyente: Dios toma la iniciativa y habla; el hombre escucha y responde. (Jutta Burgraff, TEOLOGÍA FUNDAMENTAL Manual de Iniciación, Cap. I, IV, 2 La dimensión dialogal).
¿Qué esperamos para responder?
Alicia Álamo Bartolomé