#OPINIÓN Los 89 años de “Cachito” #7Dic

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Nació en Barquisimeto el 11 de diciembre de 1933 y fue bautizado como José Dámaso Quero. Estaría cumpliendo este domingo 89 años de edad. Tomó su último turno al bate el jueves 27 de febrero de 1992 cuando concluyó su jornada terrenal.

Mejor conocido en el ambiente del béisbol como “Cachito”, era un personaje que todo su lenguaje lo relacionaba con este deporte. Entre los sitios que frecuentaba en gran parte de su vida están el estadio “Daniel “chino” Canónico”, zona deportiva donde hoy está el Domo Bolivariano, la antigua sede del Diario “El Impulso” y sus alrededores en la carrera 23 entre 27 y 28, los estadios del Cují y Tamaca, la Tasca “María Lionza”, de Pastora Yajure, y la calle 33 desde la Avenida Venezuela hasta la Libertador.

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Fue fundador y primer mánager del equipo “La 33” junto con el Profesor Nelson Camacho, (Q.E.P.D), y el señor Pablo López.

Sus anécdotas están plasmadas en un libro escrito por el Ingeniero Gustavo Rosendo y el ex pelotero profesional Alberto Cambero.

Ciertas tardes, allá por la década de los 80, cuando se desplazaba hacia su refugio, solía escucharle sus permanentes ocurrencias sobre el béisbol. Era casi obligatorio el encuentro a la entrada de la vieja casona donde funcionó el decano de la prensa occidental.

José Dámaso Quero es uno de esos personajes de las ciudades que nunca se los traga el tiempo. Que siguen vigentes en el mundo de hoy convertido en una enciclopedia de pujanza. 

Y es que hablar de él es abrir el libro de los personajes de Barquisimeto, verlo en los campos de béisbol o en una cantina rodeada de curiosos quienes disfrutaban a mandíbula batiente los chistes que le ataba a cualquier conversación, siempre con expresiones del mundo peloteril.

Escuchaba el claxon o bocina eléctrica del carro del conductor que a su paso saludaba el encuentro con el autor de las mejores locuacidades del béisbol, el grito que le hacía el vendedor de barquillos, la hermosa música de “Billo”, “Los Melódicos” o “Corraleros del Majagual”, del equipo de sonido del autobusero que intentaba hacerlo bailar en plena calle.

De esa época recuerdo a otros personajes como Jacobo Camacaro (Q.E.P.D.), encargado del terreno del estadio «Antonio Herrera Gutiérrez” durante el béisbol profesional, quien lloraba cada derrota del Cardenales de Lara y le mojaba el terreno a los Leones del Caracas cuando jugaban aquí, para arruinarle la velocidad a peloteros como Víctor Davalillo y César Tovar. 

Pero aún muy pocos saben quien era Dámaso Quero. Ese nombre se lo lleva el viento. En cambio, mencionar a «Cachito” es subrayar las anécdotas del deporte que apasiona.

Tanto que su presencia era obligada en todas las citas del béisbol o cualquier tertulia al respecto, a la cual, siempre le arrimaba un toque de humor decente y permanente. 

«Entre metáforas y similes, la expresión verbal de aquel hombre se quedó circunscrita a su oralidad. Desde allí, sus cuentos han pasado las fronteras del tiempo y al escucharlos en otras voces, no pude menos que intentar plasmarlo sobre el papel para que cobren vida en otra dimensión, y quede un registro para la historia de quién era aquel hombre que gran parte de la ciudad fue haciéndolo leyenda”. 

La anterior expresión la utilizó el ingeniero Gustavo Rosendo durante la presentación del libro «Cachito sinónimo de béisbol”, que editó junto al ex pelotero Alberto Cambero haciendo justicia a la memoria del hombre que hizo reír a grandes y chicos transmitiéndola de una generación a otra.

De plena satisfacción porque tuve el honor de escribirle el prólogo a este compendio de 40 anécdotas del actor del pueblo y mundo deportivo, apoyadas en los archivos de quien fuera su permanente amigo, Alberto cambero. 

En sus cuentos leemos el momento del sepelio de la madre del personaje cerquita de la última pared del cementerio, llenando de risas el sentido momento cuando expresó: «De vainita no fue jonrón”.

Los nostálgicos irredimibles saben que no volverán a escuchar al «Cachito” de tantas jergas en los terrenos de juego los domingos de ayer.

Dirán que extrañan a quien ordenó al mesero de un restaurant marcarle el terreno de juego a un pabellón, es decir, rodearlo con su quesito rayado, a quien desnivelaba cualquier conversación seria para convertirla en broma, y que los presentes darían todo por oírlo, como cuando su madre fallecida fue retirada de la cama en el Hospital Central, y al ver sólo su ropa y sandalias recogidas profirió el chiste conmovedor: «¿Dónde estará mi campeona que dejó por aquí el uniforme?».

José Dámaso Quero, “Cachito”, dejó un vacío en las peñas deportivas, pero llenó de risas el libro de los amigos Gustavo Rosendo y Alberto Cambero, un relato abierto para todos los públicos donde un niño interpretará la tristeza de un modo y un adulto hará lo propio a su manera.

Hay quienes dicen que despedida de tristeza es un poema visual. Es la sensación que parece haber dejado el protagonista con esa dosis de humor, pues aún en los últimos días de su existencia, cuando una penosa enfermedad no le permitía ingerir alimentos apuntó: Ya en mi estadio no rueda la bola.”.

Es una tristeza viajera pero amable, porque podemos ver la historia en la ciudad de una figura que tuvo un corazón nómada y sigue pasando entre bambalinas para que podamos percibir su perfume guasón transformado en un museo de escenarios y ausencias. 

El libro, citado con anterioridad, es un texto que ratifica que todo lo bueno dura para siempre. Es una obra histórica que al paso de los años se robustece de importancia donde de todo lo dicho, nada sobra.

Si somos capaces de ser leales a la historia, a esa inspiración tan noble y alta de escribir sobre ella, podremos servir a nuestra Patria para hacerla cada vez más grande, cada vez más justa, cada vez más libre. 

Orlando Peñaloza

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