Como una paradoja de la vida aquel personaje, que era la viva encarnación de la bohemia y la aventura, se convertiría en una especie de modelo para el público de nuestro continente.
Porque un artista es un líder al que la gente sigue y toma como referencia existencial. Daniel Santos no podía ser la excepción y, por el lapso de seis décadas, llena con creces los gustos musicales de la multitud que eleva a unos pocos a la condición de ídolos.
Su popularidad es comparable a la de estrellas de la talla de Agustín Lara, Benny Moré, Carlos Gardel, Pedro Infante y Frank Sinatra.
Esa pasión incontenible por el canto y la música le vino a Santos desde los tiempos escolares, cuando participa en los actos culturales de la escuela. Luego a los 14 años en Estados Unidos, a donde emigra desde Puerto Rico su familia, forma parte por primera vez del conjunto “El Trío Lírico”. Según él entonces tenía una voz de casi un segundo tenor.
Aquella vocación de artista iba tomada de la mano de las necesidades económicas que lo empujaban a ganarse el pan de cada día. Se trataba de sobrevivir de alguna manera. Así nace este recio cantante con voz de falsete similar a la de Panchito Riset. Una voz que estremecía las fibras más hondas del espectador por ese poder para penetrarlo y cautivarlo.
Pero la prueba de fuego ocurriría en 1930 a los 19 años cuando debuta en un centro nocturno y recibe el aplauso atronador de los presentes. Pero el momento estelar y siempre esperado para el salto al estrellato, llegaría cuando se convierte en la voz de las letras de las canciones del Maestro Pedro Flores.
Ese trajinar por los caminos de la farándula también forma parte de diversas agrupaciones musicales, entre otras: Yumerí, La Sonora Matancera, la decana de las orquestas latinoamericanas y su propia orquesta conocida como “La sonora Boricua”, llenando 3 décadas de la historia artística del continente.
Su fama de borracho, pendenciero, machista y jugador se extiende por todo el mundo como la pólvora. Tenía su particular forma de ser y asumir la vida en la que la gente se sentía reflejada para bien o para mal.
Precisamente allí radica la clave de su arrollador éxito. Santos no es diferente al público que lo sigue y aplaude en sus presentaciones y actos cotidianos de su intensa existencia. No necesitaba descender o ascender como otros para comunicarse con sus seguidores. Sencillamente era uno más de esa plural masa social, entre estos los marginales.
Es el exponente más fiel de los sentimientos y deseos amorosos de la gente del suburbio con su vibrante voz caracterizada por el fraseo sobre acentuado y entrecortado, con lo cual marca la variedad de modulaciones y tonalidades de voz para hacerse de un estilo muy singular que cautiva hasta los pretendidos puristas de la música y la poesía.
En esa faceta de cantante se pasea por una variedad del pentagrama de la música caribeña desde el bolero a la guaracha. Pero, es con el bolero que mejor expresaría esa relación erótica del hombre y la mujer al margen del discurso represivo del desamor limitado a lo estrictamente sexual sin la salida afirmativa del amor.
La expresión del hombre en ese drama diario de los celos, infidelidad, rabia, venganza, tristeza y ese deseo de poseer y dominar para vencer las duras pruebas a que todos los días nos somete la vida.
Ese drama está representado en un tema como “Linda” de Pedro Flores, en el que el hombre es atormentado por la ausencia de la mujer amada, aunque en realidad se trata de una niña.
Su vida sentimental es tal vez un espejo de los tantos casos relatados en sus canciones, pues se casa diez veces en un volver a empezar como la corriente de un río.
Se trata de un ser humano y artista que vive como un desaforado con la alegría y resolución necesarias en todos los actos de su agitada vida. Ello hasta el final cuando en los centros nocturnos de Miami se le ve cantar por mera necesidad económica. Está en plena decadencia, apelando a la chuleta para interpretar las letras de sus canciones pero arrancando el aplauso del público. Con ese optimismo que siempre lo acompaña lo justifica así: “… los años pasan pero la música es la misma”.
Es admirable su labor de difusión de la cultura musical de la República de Haití con el género de la conga de raíces africanas. Así en 1950 presenta el tema en ese género Carolina Cao. Luego en 1984, en un reencuentro de la Sonora Matancera en Nueva York, abra su presentación con esa canción ofreciendo una explicación didáctica del mismo.
Daniel Santos se marcha de estas latitudes el 27 de noviembre de 1992, cuando Venezuela era escenario de otra intentona golpista por parte de militares rebeldes que desconocen la institucionalidad democrática.
Esa circunstancia hace que su deceso pase inadvertido en estas tierras donde se labra gran parte de su fama. En reconocimiento a su brillante actividad es llamado “el Inquieto Anacobero”, “el Duro” y “el Jefe” por su carácter rebelde y audacia para acometer los hechos de la vida.
Freddy Torrealba Z.
Twitter: @freddytorreal11