La tendencia mundial más que justificada y sustentada en rigor científico, apunta a la transición energética. La necesidad de un desarrollo sustentable con visión integral, vale decir humanista porque trata de la relación equilibrada y sostenible en el tiempo, entre las personas y la naturaleza, es de tal magnitud que ha sido materia de una encíclica papal. Laudato Sí de Francisco ofrece pautas bioéticas para el cuidado de la Tierra, nuestra Casa Común. El cambio climático, con todas sus implicaciones, es un llamado a la conciencia de las sociedades, así como un reclamo perentorio a los decisores públicos del mundo.
En Venezuela, para muchos, oír hablar de eso tiene ecos de amenaza, como si se sumara a nuestras desgracias. El temor es natural en el país petrolero que somos desde el reventón de los Barrosos, sin contar el antecedente de La Alquitrana tachirense, donde los hidrocarburos se convirtieron en la primera exportación en la década de los veintes del siglo pasado, llegando a ser el primer exportador y segundo productor del planeta. Natural pero equivocado y también infundado si lo analizamos bien, porque aquí hay condiciones y potencial para ocupar una posición de liderazgo en la transición energética en nuestro hemisferio. Sólo hay que tomar decisiones correctas, oportunas y por supuesto, sostenerlas en el tiempo para que por estables generen confianza. Una nueva estrategia nacional supone políticas públicas de largo plazo, con amplio respaldo. Eso hoy no se ve fácil, pero se necesita y la política se trata de hacer posible lo que es necesario.
Veremos que después de todo, los problemas políticos y sus consecuencias en activos petroleros de la República que estuvieron en la orilla de ser vendidos, e incluso la penosa situación a la que ha descendido una industria que fue, como decía aquel slogan de su décimo aniversario “Una razón de confianza”, pueden convertirse ahora en ventajas relativas, si como Nación identificamos correctamente la coyuntura y miramos a profundidad el futuro y sus oportunidades.
Un grupo de esos millones de venezolanos que andan por el mundo, han formado el VE Energy Future y estudiado con rigurosa objetividad los datos y sus posibilidades. Su vocero es Horacio Medina, mi amigo desde que fue mi estudiante en la Especialización en Gerencia Pública de la Universidad Metropolitana. Hay que prestarles atención. Sin prejuicios políticos ni personales. Que el estudio provenga de ellos, para mí, lo hace más creíble. Pero por favor no caigamos en esa típica desviación criolla de ver quién lo dice y no qué dice. Lo patriótico es tomar en serio el planteamiento.
Su afirmación central es que Venezuela tiene la potencialidad de convertirse en la pieza central del suministro regional de energía en el marco de la Transición Energética.
¿En qué se basan?
En nuestro potencial para energías hidráulica, solar y eólica, renovables de baja intermitencia, complementarias para países de la región, en magnitudes equivalentes al triple de la demanda pico de nuestra vecina Colombia y que sextuplican la demanda total de la América Central. A ello, súmese el potencial venezolano para producir doce billones de pies cúbicos de gas natural cada día, pues nuestras reservas probadas son de doscientos veinte trillones de pies cúbicos. Más lo que con exploración y explotación puede agregarse con gas natural no asociado en la fachada atlántica.
Pero eso no es todo. Nuestra tradicional capacidad en petróleo y petroquímica no tiene por qué echarse al baúl de los recuerdos. Mediante la recuperación y el redesarrollo de las áreas convencionales y la infraestructura que ya tenemos, puede el país retomar su papel perdido de suplidor regional confiable y hacia adentro, sustituir importaciones costosas al recuperar sistemas de refinación y mejoramiento de crudos.
Desarrollando a fondo la petroquímica nos alineamos en la tendencia mundial de reducir la producción de combustibles fósiles al dirigirnos hacia resinas, fertilizantes y amoníaco, aprovechando las ventajas de la infraestructura existente, el bajo costo del gas, las posibilidades de capturar y almacenar dióxido de carbono e incluso desarrollar un sistema regional de almacenamiento y así, producir con muy baja huella de carbono.
Las posibilidades se amplían si combinamos un Plan de Desarrollo Forestal, con la experiencia de Uverito multiplicada para la captura complementaria de CO2, con nuestro potencial para producir acero a bajo costo y con potencial cero en cuanto a emisiones de dióxido de carbono generado al usarlo en la recuperación mejorada de crudos livianos cercanos como los de Santa Bárbara en Monagas.
Una visión sistémica nos permitirá ser en la región el principal proveedor de energía competitiva, confiable y limpia.
Ramón Guillermo Aveledo