San Juan Pablo II solía hablar mucho de la necesidad de coherencia en la conducta humana y del mundo en general. Seguimos igual. Si lanzas una mirada a los países del planeta y sus líderes políticos, sólo encuentras incoherencia.
Cuando las últimas elecciones presidenciales de los Estado Unidos, uno se preguntaba cómo era posible que en el primer país del mundo, con millones y millones de habitantes, sólidamente democrático, sólo hubiese dos candidatos inadecuados para la presidencia de la república: uno loco, económicamente millonario y de dudosa reputación en la formas de hacer dinero; y el otro, de larga carrera política, pero ya decadente, de obvia incapacidad para expresarse e incoherente con sus principios al declararse católico practicante pero partidario del crinen del aborto. Yo, de ser estadounidense, no hubiera votado por ninguno, porque ni siquiera habría podido aplicar aquello de que del mal el menos, porque no había el menos.
Paseas la vista por la superficie de la tierra y encuentras a naciones gobernadas por cuasi delincuentes, si no es por delincuentes del todo. ¡Díganme en Iberoamérica! Para escoger entre Venezuela, México, El Salvador, Nicaragua, Perú… ¿Se me escapa alguno? Y lo que es entre Asia y África, ni hablar. En Europa quizá haya todavía menos lunares para extirpar, pero de que los hay…, los hay.
Las Naciones Unidas, una institución creada con tantas esperanzas tras la gran tragedia de dos guerras mundiales, se parece ahora a la PDVSA del chavismo, desvirtuando su función con disposiciones a favor de aberraciones humanas como el cambio de sexo, la eutanasia, el asesinato del aborto y declaración la homofobia como crimen de lesa humanidad. No sería tan malo sino porque condena a quienes piensen diferente en materia de homosexualidad. Es decir, se está gestando un control absoluto sobre la libertad de pensamiento y expresión, mientras se da rienda suelta al libertinaje de conducta y costumbres. ¿Incoherencia o qué?
Eres incoherente cuando alardeas de ciertos principios y actúas en contra de ellos. Es muy corriente. Católicos declarados que en su vida pública y privada contradicen su fe. También de otras religiones. Van a los oficios prescritos en sus centros religiosos, pero se quitan sus creencias como un abrigo que se deja en los percheros, cuando entran al foro, la academia, la universidad, el congreso, las asambleas gremiales o de grupos financieros. Allí prevalecen intereses humanos sobre los compromisos de fe.
El interés económico es uno de los más determinantes. Con tal de ganar más, no importa explotar más al trabajador asalariado, faltando a la justicia y la caridad. Con tal de ganar más, no importa que decaiga la calidad del producto o su cantidad en los envases. Se alteran las balanzas. Se mudan las grandes empresas de un país a otro, cuando las leyes del propio controlan la explotación de la mano de obra, entonces se instalan en pobres naciones subdesarrolladas donde el pueblo hambriento trabaja el doble por un ingreso mínimo.
¿Quiénes son los dueños de estas empresas? Católicos, protestantes, judíos, mahometanos, que a lo mejor propician y apoyan en sus patrias, con un tanto de ostentación, festivales benéficos en pro de los más necesitados. ¡Cuánta hipocresía!
La naturaleza, la creación, el orbe entero pide: ¡coherencia, señores!
Alicia Álamo Bartolomé