A las 5:30 de la tarde de este jueves, en el auditorio de la UGA, en Valera, será bautizada la novela sobre Adriano González León, cuyo autor es el doctor Raúl Díaz Castañeda, prestigioso barquisimetano-valerano, médico, poeta, escritor, articulista y miembro de la Academia Nacional de Medicina, radicado desde hace más de 64 años en esa ciudad trujillana.
Como el Ateneo fue tomado por el régimen, la UGA (Unidad Gastroenterológica de los Andes), propiedad del doctor Eleazar González Teráon, pariente de la recordada poetisa Ana Enriqueta Terán, se ha convertido en el centro de la cultura valerana.
Al ser entrevistado por El Impulso, el doctor Díaz Castañeda, hermano de los caricaturistas Rubén (fallecido hace dos años y cuyos trabajos aparecieron en el desaparecido diario El Larense) y Tulio, recordó sus primeros años en Barquisimeto, donde nació el 24 de agosto de 1934 y vivió en la calle 15, entre 18 y 19.
El hospital, Valera y Adriano
“Me fui de Barquisimeto a los 18 años cuando fui a estudiar en la Universidad de los Andes, porque estaba cerrada la Universidad Central de Venezuela. Hice los primeros cuatro años de medicina en Mérida y los otros dos en el Hospital Vargas, de Caracas, y al graduarme, en 1958, se me presentó la oportunidad de venirme a Valera, donde iban a abrir el Hospital Central, que ahora se llama Pedro Emilio Carrillo.
“Vine como residente y Valera me pareció que ofrecía grandes oportunidades. Los médicos eran excelentes, muy participativos y se encontraban muy enamorados del Hospital, y yo también me enamoré de una de las enfermeras que había llegado a trabajar entusiastamente con nosotros en el Hospital, y la tengo a mi lado.
“Me quedé en Valera. porque es una ciudad muy particular, y yo digo que es como Dulcinea: es de una belleza muy extraña, muy enamoradiza, muy abierta y tiene la característica de puerto de montañas. Se encuentra en la planicie del río Motatán, que va hacia el lago, y es punto de cruce de la región.
“Cuando la ciudad cumplió 150 años vino acá Adriano González León, quien pronunció uno de los discursos más extraordinarios. Ramón Rivas Sáez, periodista y poeta que vive en Barquisimeto, le puede contar de esa fiesta que se hizo entonces. Toda la inteligencia se congregó aquí. En el 2020, al llegar a los 200 años, yo intenté escribir la historia de Valera centrada en Adriano, porque desde que lo conocí, hace muchísimos años, guardé de él todas las cosas que salían publicadas en los diarios y por supuesto, sus libros. Me hice su amigo. Venía a mi casa, se hospedaba en un hotel, conversábamos largamente. No nos veíamos con frecuencia, pero siempre teníamos un trato muy cordial. Cuando yo iba a Caracas, lo veía y nos encontrábamos en algunos de los sitios donde él era un habitué.
“Ese libro lo pensé como la historia de Valera, centrada en la vida muy heterogénea, muy enriquecida de tantas cosas y de la inteligencia de Adriano.
“Pero, no pude publicarlo, porque publicar ahorita en Venezuela es muy difícil y yo estaba temeroso de que nunca saliera a la luz pública. Sin embargo, un amigo que tiene conexiones con El Nacional envió el texto a España, para que lo revisaran y se viera la posibilidad de editarlo. Algunos amigos me dijeron: Ya ese libro salió de tus manos y no sabes su destino. Entonces, me aconsejaron que intentara con Amazon, y yo lo consigné a esa empresa. Ahora lo vamos a bautizar este jueves y el acto será animado con un concierto, que espero tenga buena concurrencia.”
Dijo que la clínica UGA tiene un bonito auditorio, una decoración artística muy interesante, su dueño y administrador es pianista, poeta y médico, quien le ha brindado muchas oportunidades al movimiento cultural, que ha sido totalmente arropado y mediatizado por los organismos oficiales.
Aún más, el ateneo se ha convertido en una especie de cuartel y es por ello que la UGA se ha convertido en el refugio de la cultura de Valera.
El maestro, la escritura y la familia
El doctor Díaz Castañeda se casó con quien ha sido su compañera de toda su vida, Irma Rodríguez de Díaz y con ella formó un hogar con dos hijos: Juan Carlos, quien desde hace cinco años vive en España; y Ruth Alejandra, mayor que él, quien reside en Barquisimeto.
Confiesa que su inclinación por la escritura surgió a temprana edad, siendo niño.
Tuve un maestro extraordinario llamado Manuel Vargas, refiere. Yo perdí el cuarto grado porque tuve siete maestros en el año escolar y no aprendí nada, porque me aplazaron por errores ortográficos.
Y ese maestro, que lo tuve en quinto y sexto grados, me formó justamente para la literatura y la escritura. Me corrigió la ortografía porque éramos casi de la misma edad. El tenía como 18 años y yo, once.
Nosotros éramos once alumnos en el quinto grado, figúrese usted. Y él vivía cerca de mi casa, de modo que nos íbamos caminando con él a la escuela Macario Yépez, donde ahora está el rectorado de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, en La Cruz Blanca, la cual quedaba a unas ocho cuadras de mi vivienda y nos regresamos con él. Su relación con los alumnos era muy cercana.
Pero, a mi me dio una atención muy especial al punto que llegamos a ser compadres con el tiempo. Estuve en mi graduación de médico. De modo que se estableció una relación muy especial y lo recuerdo con muchísimo cariño. Murió hace tiempo.
Recuerda que los muchachos de aquella época se la pasaban jugando en lo que hoy es Ascardio, que para entonces era una sabana.
Cuando comenzó a leer, ¿Qué leía?
En aquel entonces habían almanaques de sal de uva Picoty ese tipo de cosas, en los cuales aparecían epigramas y poesías jocosas, que me gustaban mucho. Y luego me atrajeron los poemas de Rubén Darío, como La princesa está triste, Margarita te voy a contar un cuento, y otros que leía todo el mundo en ese entonces. Así también Alejandro Dumas, Julio Verne, Máximo Gorki, Dostoyeski, León Tolstoi y muchos otros autores. Todos esos libros que llegaban eran muy baratos y mi papá, Francisco, los llevaba a la casa.
Nosotros, casi todos los de mi familia, tenemos tendencia hacia la educación y la cultura. Rubén fue un caricaturista muy respetable. Tulio también lo es y saca sus caricaturas con el nombre de Guaro viejo por Instagram. Yo hice 3000 caricaturas, una diaria, para El Diario de los Andes y gané el premio Pedro León Zapata. También mis caricaturas han aparecido en revistas médicas y otras han sido publicadas en Caracas.
Todo el tiempo que estuvo estudiando medicina después de Mérida, en Caracas, ¿estuvo haciendo caricaturas y escribiendo?
Si, si, siempre. Yo participé muchísimo en los cuentos de El Nacional. En una ocasión me gané la mención y dos años después obtuve el premio con el cuento “El viaje de Tongolele. «Yolanda Montes, su verdadero nombre, entonces era una mujer muy bella, y recordándola escribí parte de mi vida en Mérida y luego en Caracas, durante la dictadura. Y cuando ganó Federico Vegas, que es un escritor muy importante, yo llegué segundo con el cuento Tres muertes y un perro.
¿Podría hacer una síntesis del relato?
Esta es una historia que ocurrió en Escuque, pueblo cercano a Valera. Se trata del papá de un amigo mío. en la época de Juan Vicente Gómez. El era un comerciante, que traía productos de Maracaibo cuando el comercio con esa ciudad se hacía por el lago hasta La Ceiba, ya que ese era un puerto tan importante y necesario que permitía ir a la gente de esta región no sólo a Maracaibo, sino a Caracas, ya para llegar a la capital de la república había que ir primero a Curazao y luego a La Guaira. El señor a que me refiero en todos sus viajes llevaba como acompañante un perro, que le era muy fiel, porque eran recorridos muy solitarios por caminos de recuas, utilizando mulas para transportar los artículos de consumo.
En uno de esos viajes, el jefe civil enviado por Gómez a la población de Escuque, se acercó mucho a donde se encontraba el comerciante y el perro le mordió la bota al funcionario, quien trató de sacar de su ropa la pistola para matar al animal. Y el dueño de éste le dijo: cuidado, cuidado, primero me meta a mi, pero no me maté al perro. Entonces el mandamás del pueblo le advirtió: La próxima vez no se lo llevará vivo. El señor, muy molesto, siguió su viaje a su casa y al llegar a ésta, llevó el perro al solar y lo mató. Su hijo, que era un muchacho, le preguntó por qué había matado a aquel animal que era tan dócil con él y el padre le respondió: Mate al perro para no matar a un hombre.
El libro Cuentos que hicieron historia, de El Nacional, comienza con el primer premio del concurso, el cual le fue conferido a Ramón Díaz Sánchez, La virgen no tiene cara; y termina con mi cuento El Viaje de Tongolele.
Comienza este libro de cuentos con un Diaz y termina con otro Díaz.
-Nos emparentamos con El Cid Campeador que tiene el mismo apellido —dice y suelta una carcajada al terminar la frase.
-Una vez que llega a Valera, ¿usted ejerce la medicina y al mismo tiempo siguió escribiendo?
-Toda mi vida he estado escribiendo. Yo no sé cómo mi esposa no se divorció, porque casi no tengo tiempo para hablar. Será porque ella se la pasa en su jardín y yo escribiendo cuando no estoy ejerciendo la medicina. Yo estaba nervioso y me quité un peso de encima cuando me publicaron, porque mis hijos también se daban cuenta que yo me la pasaba escribiendo y no salía nada impreso. Porque escribir es como un incentivo para uno mismo. La verdad es que uno escribe para uno mismo y después para los hijos y la familia. Es un modo de perpetuarse porque el olvido es la verdadera muerte y lo arropa a uno cuando uno se va. Y yo pienso que no hay olvido cuando queda algo por ahí.
Docente, novelista y poeta
Pero, ¿usted no ejerció también la docencia?
-Si, yo he estudiado durante mucho tiempo la docencia. En el liceo Rafael Rangel fui profesor. También en la Universidad. Y formó parte de la Academia Nacional de Medicina
-Aparte de eso, ¿usted hacía caricaturas y artículos para la prensa escrita?
-Si, como le dije hice caricaturas y escribía una columna todas las semanas. He tenido mucha vinculación con los periodistas y muy especialmente con Luis González, quien fue, además de un excepcional periodista, cronista de Valera. Y he escrito para El Diario de los Andes, que está en formato digital, después que hubo de cerrar como cerraron muchísimos diarios por falta de papel. Este medio, que le ha abierto las puertas a todo el mundo, ha estado dirigido por un hombre muy importante, el economista Eladio Muchacho, muy compenetrado con la ciudad y ha tenido que pagar cárcel durante tres años y medio por eso.
-Usted escribió también un libro acerca de José Gregorio Hernández. ¿Qué le impresionó este famoso médico llevado a los altares?
-Es una novela, que editó la Universidad Valle del Momboy, en la cual trato de pintar no al José Gregorio Hernández que ha ganado fama popular como si fuera un ser súper religioso. Era, ciertamente, un hombre impoluto, muy serio, de extraordinaria personalidad, que se dedicó a la docencia y al ejercicio de la medicina; pero, que no estaba haciendo labores religiosas. Era un milagro de fe, de pureza y de bondad, como lo reconoció, al producirse su deceso, el doctor Luis Razetti, quien era ateo y su compañero de generación.
Razetti siempre se opuso a sus ideas.
Razetti fue el creador de la Academia de Medicina y José Gregorio Hernández, también. Esa era la época del positivismo y José Gregorio Hernández era creacionista mientras que Razetti era evolucionista. Trataron de acorralar a José Gregorio Hernández, pero no pudieron porque José Gregorio Hernández conocía todo lo de la ciencia, pero él ponía por encima de la ciencia su fe. Era un hombre de una integridad muy grande Yo lo que trató de decir en la novela “José Gregorio Hernández, un milagro histórico,” que el milagro que hizo fue él sí mismo. Tuvo una posición directísima, ductora y ejemplar en una sociedad verdaderamente desquiciada, podrida y corrupta. El verdadero milagro es que uno pueda mantenerse en una sociedad de ese tipo con pureza, fe y bondad.
¿Qué ha escrito como poeta?
Me lo publicó El Impulso en parte y la revista Razetti, El Romance de los 70 cuando mi hermano Tulio, el que publicó caricaturas como El guaro viejo, cumplió setenta años, y es la historia familiar de los Díaz Castañeda. De la mucha poesía que he escrito se publicó un libro de tapa dura, de lujo, con el título de Trujillo, tierra casi nube, que obtuvo el premio Antonio Bonadiez.
Obra publicada no se vuelve a ver
¿Qué emoción sintió cuando la obra fue publicada?
Esa pregunta es muy buena, excelente, y también me la hizo una amiga, Libertad León González, profesora de letras de la Universidad de los Andes que publicó un libro sobre la poesía de Octavio Paz con la asesoría de Víctor Bravo, tal vez el mejor ensayista de la actualidad, ya jubilado como profesor de la mencionada universidad y somos bastante amigos desde el punto de vista de la literatura. Ella hizo un estudio exegético de la novela “José Gregorio Hernández, un milagro histórico”, y se sorprendió cuando en mi caso particular, porque cada quien reacciona de acuerdo a su temperamento, yo le respondí que cuando sale publicado uno de mis libros, yo no lo vuelvo a tocar más, no lo reviso, no lo leo. Porque ya no es de uno, sino del que lo lee. Es como si descansara de algo que me abrumara y hasta ahí llego. El temor es encontrar cosas que no debí decir. Y generalmente escribo dejando como incógnitas.
Me lo preguntaba mi esposa, acá, hablando con una nieta que está en Barcelona, España, que ella tiene libros allá y hay cosas que no entiende, porque es una cosa generacional. Y yo le dije que los libros que me han sido publicados, no los quiero ver más, no los reviso más, y ya. Se fueron de mis manos
Yo le voy a decir que casi todos los escritores se arrepienten del primer libro que escriben porque es como apresuramiento.
Le comentaba a mi esposa justamente que Ana Enriqueta Terán, prodigio del conocimiento del idioma y dominante de nuestro idioma se jactaba de eso porque decía: “ Yo aprendí leyendo el siglo de oro español.” Ella no tuvo grado, no fue a la escuela, prácticamente, en aquella época en que leyó. No encuentro en ninguno de los libros de Ana Enriqueta, algunos dedicados a mi porque fuimos amigos, nada que reprocharle desde el punto de vista literario, desde el punto de vista de su poesía. Pero, la mayoría de los escritores, que muchas veces quieren dragonear de que son distintos, se apresuran a publicar un libro y, como se ha dicho siempre, lo primero que debe hacer una persona que se dedica a la literatura es aprender a borrar. Esto quiere decir escribir, guardar, revisar, chequear las palabras. Yo escribo con siete u ocho diccionarios al frente, porque le tengo terror, por lo que me pasó en quinto grado, por los errores ortográficos. Y se pasan con frecuencia.
El primer libro que publiqué fue un cuaderno acerca de Rafael Rangel, pero no estoy satisfecho de eso y procuro no mencionarlo.
El amor a la esposa y a los Andes
¿Usted se ha identificado plenamente con los Andes?
Totalmente. Mi esposa es de acá, de la Mesa de Esnujaque y yo me enamoré de ella, apenas llegué al hospital, y aquí estamos juntos y ella es para mí, los Andes. Estoy plenamente identificado con esta región. Quiero mucho a Barquisimeto, por supuesto, porque es mi tierra natal; pero, no he podido vivirla en intensidad porque la dejé a temprana edad. No la pude vivir como la vivieron mis hermanos Tulio y Rubén, Esteban Castillo de quien soy muy amigo y compadre. Cuando estuve en Londres, en cuestiones de revisión médica, compartí con él la vivienda y fue más de lo que aprendí de pintura y artes plásticas que de medicina ese año.
¿Cómo es eso, doctor?
-Porque el taller y habitación de Esteban Castillo, en Londres, era como un consulado. Todos los venezolanos que tenían inquietudes por la cultura, llegaban allí. Así tuve la oportunidad de conocer a Asdrúbal Colmenárez. En una ocasión fuimos a visitar a Carlos Cruz Diez, quien hizo la policromía cinética Monumento al Sol Naciente, que fue un regalo que le dio él a Barquisimeto en 1.989. Y también visitamos a Jesús Soto, otro representante del cinetismo venezolano. En la casa de Esteban Castillo había un movimiento cultural permanente.
El libro está como en Sodoma y Gomorra
Ahora que se va a bautizar el último de los libros que ha escrito, ¿qué piensa de los lectores?
Desde hace cincuenta años, aproximadamente, el libro experimenta una crisis. La gente lee, ciertamente, e incluso se han publicado libros, revistas y otras publicaciones durante la pandemia. Pero, debido a la prisa con que se vive, la escuela no enseña a leer. Es por eso que la gente lee poco. Y los mismos profesores universitarios tienen un léxico muy pobre y aunque son muy expertos en sus especialidades, cuando se salen de ellas, son del tipo muy común, incluso muy mediocres. Cuando uno escribe, expone el libro a la aventura, esperando como en el caso de Sodoma y Gomorra que haya unos cinco o algo más interesados en la literatura. Siempre va a haber quien lo lea y lo guarde. Algo queda. Internet está facilitando la publicación y Amazon es producto de las redes. La lectura, en mi caso particular, es pesada y los muchachos se divierten leyendo y viendo pornografía, así como chistes malos. No les parece atractivo leer un libro de 300 páginas. Esta es una disciplina que se perdió y quién sabe si se recuperará.