Poco o nada se sabe del embalsamamiento de las mortajas del general José Antonio Páez, tampoco ningún historiador se ha dedicado con rigor a escrutar para descifrar el asunto, por lo que ha quedado como parte de la creencia popular o realismo mágico en torno a la figura señera de este prócer de la Independencia
Cuando se cumplía el primer centenario de la muerte de José Antonio Páez, hecho que ocurrió un 6 de mayo de 1873 en la ciudad de New York, Estados Unidos, para entonces gobernaba el Dr. Rafael Caldera quien, en reconocimiento al héroe de Carabobo y «constructor de la República», ordenó la colocación de un mausoleo de mármol en el sitio donde reposan en el Panteón Nacional.
Según el legendario programa radial Nuestro Insólito Universo, dirigido magistralmente por Rafael Silva y narrado por el mítico locutor Porfirio Torres, para cumplir con las instrucciones de Caldera, altos funcionarios de la dirección de ceremonial y acervo histórico de la nación se dieron cita en el Panteón Nacional en compañía de artistas, obreros y artesanos, para ser testigos de una revelación asombrosa.
«Y cuando el propio director del Panteón Nacional, Doctor Marcos París del Gallego dio la orden de levantar una loza debajo de la cual se encontraba el ataúd de acero con los restos mortales del general Páez, ocurrió algo insólito; la parte superior del ataúd estaba semi abierta, y al removerla los presentes pudieron contemplar a José Antonio Páez tal como había sido en vida. Más asombrosa aún una repentina brisa haría que el cabello gris y lacio del llanero se moviera ligeramente haciendo que un mechón cayera sobre la amplia frente del prócer. Su mano derecha estaba sobre el corazón, y la otra reposaba a un lado. Vestía un impecable paltó levita, dando a Páez el aspecto de un mandatario a punto de dictar decretos de gran trascendencia. Páez el héroe de mil batallas, fundador de la 4ta República, el controversial llanero a quien sus enemigos llamaban Rey de los Araguatos estaba allí como si el tiempo se hubiese detenido aquel 6 de mayo de 1873».
A Caldera se le entregó un informe escrupuloso sobre el proceso de exhumación de los despojos del general Páez que, al momento de concluir su lectura, el primer mandatario le increpó a París del Gallego «no diga nada, dejemos a los muertos descansar en paz».
Por su parte, el investigador Isaías Márquez anota que Caldera estuvo presente en el proceso de exhumación de los restos mortales del centauro llanero y cuando el ataúd fue depositado a un lado de lo que sería su lecho final, «el Dr. Caldera intentó escudriñar, levantando la tapa de la cabecera del féretro por lo que el padre JS Pedro Pablo Barnola, rector de la iglesia de San Francisco de Caracas y director de la Academia Venezolana de la Lengua, le profirió: «Dr. Caldera, le ruego no haga eso, los muertos se respetan!».
¿Pero cómo es que un cuerpo después de un siglo de sepultado no había sufrido la inevitable descomposición? Según la crónica, aquella impresionante preservación del cadáver de Páez, no se debió a fenómenos sobrenaturales, sino más bien a la pericia del Dr. Federico Gálvez, un médico cubano que habría realizado el impecable trabajo de embalsamamiento y que tanto asombro provocó a quienes lo contemplaron cien años después.
Cuando el general Páez contaba con 83 años le devino la muerte, el 6 de mayo de 1873, a las siete y veinticinco de la mañana, en una modesta casa marcada con nro. 42 de la calle 20 este. Asistido por el Médico A. K. Gardner, que en su informe apuntó que el deceso fue por causa de una bronconeumonía, resultado de un fuerte resfriado, probablemente adquirido en los paseos a caballo que acostumbraba a realizar por Central Park en las semanas previas a su fallecimiento.
En su ocaso lo acompañó su hijo Ramón Páez Ricaurte, así como otros expatriados políticos como él, «la mayoría cubanos, que le amaron y le respetaron en vida, recordando la excelente disposición que mantuvo Páez, de obedecer la escogencia que de él hizo el Libertador Simón Bolívar, para conducir y mandar una expedición a Cuba, con miras a consolidar la independencia de esa isla caribeña, por tanto, quisieron tributarle en sus últimos momentos una prueba de ese amor y ese respeto que por tantos títulos era acreedor el anciano general venezolano».
Sepultado en una parcela del Marble Cementery por no contar con dinero suficiente para adquirir una privada, permaneció allí durante 15 años y estuvo a punto de ser colocado en una fosa común por cuanto no había dejado bienes de fortuna a sus familiares para sufragar los gastos de un sepulcro digno.
No fue hasta el 7 de abril de 1888, durante el interinato del general Hermógenes López como presidente de Venezuela, que los despojos de Páez arribaron al puerto de La Guaira a bordo de la fragata americana Pensacola para ser conducidos a la última morada de los héroes venezolanos. Una sencilla losa en el piso decía su nombre. El propio presidente Caldera, en su discurso de orden por el bicentenario del natalicio de José Antonio Páez, en el Hemiciclo del Senado, Congreso de la República, el 14 de junio de 1990, reveló: «Fue a los 98 años de su fallecimiento cuando tuvimos la satisfacción de erigir un bloque de mármol esculpido por José Pizzo, en su sepulcro».
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
IG/TW: @LuisPerozoPadua