Trabajo de www.talcualdigital.com
Nueve niños y adolescentes migrantes venezolanos en tránsito han muerto en las Américas entre enero y octubre de 2022. La edad promedio de las víctimas es de siete años y medio, siendo el niño Yaelvys Santoyo el menor, con 16 meses de edad. Recibió un disparo de un funcionario de la Guardia Costera de Trinidad y Tobago en medio de la oscuridad que camuflaba la lancha en la que su madre intenba llegar a la isla, junto con su otra hija de dos años, quien, afortunadamente, salió ilesa.
«La cabecita le quedó explotada. La vi en mis manos», dijo Darielvis Sarabia, la mamá de Yaelvys.
Esa fue una de las dos muertes violentas de menores migrantes venezolanos ocurridas en lo que va de año, de acuerdo con un registro propio levantado por TalCual a partir de los reportes hechos en los medios digitales de comunicación. Otros dos fallecimientos fueron en accidentes de tránsito, cuatro más por ahogamiento y uno por falta de oxígeno por las condiciones de altura en el altiplano que conecta a Bolivia con Perú.
Seis de los infantes venezolanos muertos eran varones. El resto era niñas.
Cuatro de esos fallecimientos se registraron en el la selva del Darién, el peligroso paso entre Colombia y Panamá que en 2021 cruzaron casi 19.000 niños y niñas migrantes de múltiples nacionalidades, en su mayoría de Venezuela.
Este año, los venezolanos han representado 70% de la población migrante total (158.000 personas) que ha hecho esa ruta.
Esas cuatro muertes de menores de Venezuela por la selva panameña no entraron en el último informe de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) sobre Tendencias Recientes de Migración en la región, que documentó 56 muertes y desapariciones de migrantes en el Tapón del Darién, pues la más reciente actualización incluye cifras de los hechos ocurridos entre enero de 2021 y abril de 2022. 30% de los muertos era niños, es decir 17 de ellos.
Datos más recientes del Proyecto de Migrantes Desaparecidos, del Centro de Análisis de Datos Mundiales sobre la Migración (también de la OIM) dan cuenta de 32 muertes y desaparecidos solo en 2022 en el Darién. 10 serían menores de edad, pero no se especifican las nacionalidades. De hecho, la mayoría de los cuerpos siguen sin ser identificados, lo cual es un problema que afecta a todas las víctimas, sin importar el grupo etario u origen.
La iniciativa apunta a que la falta de servicios básicos como agua potable y atención médica durante el camino conducen a una situación de extrema vulnerabilidad para los infantes. «Los riesgos asociados con las características de la carretera ponen a los niños en particular riesgo de diarrea, enfermedades respiratorias y deshidratación», agregan.
En toda la región, durante los primeros cuatro meses de 2022, se reportaron 279 muertes y desapariciones de migrantes en travesías migratorias. Para el mismo período de 2021 hubo 356.
Aunque gran parte de los datos sobre fallecidos y desaparecidos aún no están desglosados por sexo, los datos disponibles cubren el 60% de los casos reportados para 2021 y 2022. El 22% eran mujeres y el 78% hombres. El 5% de las víctimas eran niños y niñas menores de 18 años.
«Hacer que la migración sea segura debe ser una prioridad en la región, teniendo en cuenta que los datos apuntan a un mayor número de muertes registradas y desapariciones de personas entre los hombres y para proteger en particular a los niños y niñas», reseña un boletín de la OIM.
De subregistros y niños no acompañados
«Los informes anecdóticos indican que gran cantidad de personas migrantes fallecen en el Tapón del Darién y sus restos nunca son recuperados, por lo que las cifras presentadas probablemente reflejan solo una pequeña fracción del verdadero número de vidas perdidas. Esto es debido a los desafíos que implica la recopilación de estos datos», afirma la OIM.
No obstante, con lo poco que se sabe, se ve que este año las estadísticas son aún más desalentadoras, y no solo en referencia a los niños fallecidos.
Hasta el primer semestre de 2022, 168 migrantes menores de edad atravesaron el Tapón del Darién sin el acompañamiento de sus padres, de acuerdo con datos de la Defensoría del Pueblo de Panamá. De esos, oficialmente, al menos 12 son de origen venezolano.
Según el coordinador del Servicio de Migración de Fe y Alegría Panamá, Elías Andrés Cornejo, el subregistro, sin embargo, tanto de infantes que llegan solos como el de aquellos que fallecen en el trayecto es entre cinco y siete veces mayor que la data oficial.
«Oficialmente sabemos de dos casos (de niños venezolanos muertos). Pero extraoficialmente son más. El estimado es entre cuatro a 10 niños venezolanos fallecidos en 2022. No es un dato publicado, pero puede ser checado objetivamente. El punto es que como es algo delicado, ellos (el gobierno de Panamá) manejan con más cuidado la información y tratan de ser más meticulosos al momento de decirlo en los informes, porque tienen que hacer el trazamiento del ADN, el reconocimiento, etc, lo cual es más complejo», explicó Cornejo en conversación con TalCual desde un punto de atención migratoria en la selva del Darién.
La data que levanta la organización a la que él representa proviene de reportes que dan los migrantes cuando llegan a los campamentos de migración. Cuando las autoridades sueltan algunos datos, el personal de Fe y Alegría que lleva los registros ve las fechas y va comparando la información que da ese migrante y la oficial.
«Nos comentan ya cuando han pasado la selva: Me encontré tres, cuatro niños muertos, era una familia«. Para él, el problema para verificar esas muertes y tener registros actualizados es «la variabilidad de las fuentes y, sobre todo, el constante cambio de datos, que también afecta un poco la eficiencia del trabajo de los organismos», creando cruces de información que pudiesen ser contraproducentes.
«La selva se traga a los niños muertos migrantes venezolanos. La contabilización es muy difícil precisamente por eso. Es tan vasto el territorio que no hay cobertura total sobre esas situaciones», siguió Cornejo.
Sobre los niños que llegan solos, sin ningún pariente que les acompañe, dijo Cornejo que contabilizados por las autoridades son 12, pero que pueden ser hasta 80. Esa es la información que han obtenido tras atender a los propios infantes que llegan al albergue que tiene instalado Fe y Alegría a la salida del Darién por Panamá.
Cornejo comentó que esos casos los lleva la Secretaría Nacional de la Infancia, la Niñez y la Adolescencia de ese país. Los niños venezolanos no acompañados, aquellos que incluso pierden a sus padres en el camino, son enviados a las Aldeas Infantiles SOS, que son terrenos con casas de cuidado en las que viven mientras se tramita el contacto con las familias.
En el mejor de los escenarios el niño puede regresar con sus parientes en un lapso de tres meses, señaló, pero no es el común denominador.
El activista recomendó a los padres ponerles placas a los niños con sus nombres, datos de familiares y números de teléfonos, etc, para poder rastrearlos, en caso de que se pierdan, o reubicarlos si quedan huérfanos por la pérdida de madre o padre en el Darién. Eso sí, la placa debe estar en un lugar poco visible del cuerpo, de manera que los grupos delincuenciales que operan en el paso fronterizo no obtengan la información y posteriormente chantajeen con eso a familiares en sus lugares de origen.
¿Qué pasa por la frontera colombiana del Darién?
Si de parte de Panamá hay pocos datos respecto a la niñez migrante venezolana, del lado colombiano es aún peor, afirmó María Clara Robayo, investigadora en asuntos migratorios del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario.
«Hay una proporción importante de menores de edad en situación de tránsito. Hacerle rastreo a esa diáspora en tránsito ha sido una debilidad que hay acá. Colombia no tiene una política de acompañamiento a esta población, por eso es difícil identificar los casos y que haya datos uniformes de cada lado de la frontera. Y no es un mito. La institucionalidad está al tanto, no cuantitativamente, pero sí de los casos que se presentan», señaló respecto a los niños que hacen solos el trayecto.
Finalizando la gestión del expresidente Iván Duque —quien tomó la decisión de aprobar protección migratoria para los venezolanos a través del Estatuto de Protección Temporal que les permite regularizarse—, según información de un funcionario de Gerencia de Frontera con el que Robayo conversó, se intentó dar acompañamiento a los grupos de venezolanos en barcas pequeñas, para evitar que fueran por el Tapón del Darién, pero fue la administración panameña la que se negó a hacer este tratamiento.
Datos proporcionados por la Defensoría del Pueblo colombiana en septiembre de este año dan cuenta de que 1.200 niños, niñas y adolescentes de nacionalidad venezolana están bajo protección del Instituto de Bienestar Familiar. El ente pedía «encontrar una salida institucional» de forma urgente para que esos menores no permanezcan indefinidamente en hogares de paso o centros de protección, y así acelerar su proceso de reunificación familiar que, de acuerdo con Robayo, es lo que debe priorizarse en medio de esos trámites. Esto porque justamente muchos de los niños que llegan a Colombia lo hacen porque van a buscar a algún familiar, allí o en cualquier otro país de la región.
La legislación no ha avanzado lo suficiente para dar una respuesta rápida. Ha habido grandes dificultades para contactar a los familiares en Venezuela de los 1.200 niños que están bajo el tutelaje; además, no hay una reglamentación que permita la adopción de esos menores. Tampoco pueden ser acogidos en un seno familiar.
«Hay un proyecto de ley que quedó al final de 2021 que daría la posiblidad de adoptar niños venezolanos en Colombia, pero es muy complejo porque las relaciones bilaterales estuvieron interrumpidas y los dos Estados no pudieron compartir información, lo cual dificultó mucho este tema de protección a la niñez. Pero el tema es muy difícil. Ha habido casos en los que esta información se ha compartido por ayuda de algunos periodistas que generan cadenas de búsqueda de algunos familiares, sobre todo abuelas que están en Venezuela, pero muy difícil con las personas o familias rotas que interrumpen su capacidad de comunicación, y cuando hablamos de un menor de edad, muchísimo más».
Para Robayo, parte de la complejidad para darle solución al problema de los niños no acompañados es que ellos se cuidan de no ser descubiertos por las autoridades, lo cual dificulta (aún más) que se generen protocolos de protección.
«Deben instalarse centros de hidratación, acompañamiento con medios de transporte aptos, más institucionalización. Y eso no va a ser suficiente. Gran parte de esos niños que hoy migran —también de padres cubanos o haitianos— que iniciaron procesos migratorios desde hace diez años, no encontraron políticas de integración que los hayan arraigado a estos países. Por eso han tenido que buscar un nuevo destino , que en este caso es EEUU. Les estamos fallando a los adolescentes, a los niños. Debería haber una corresponsabilidad», puntualizó.