La mujer inicia su andar de víctima social desde el inicio de los pasos conducentes a la sedentarización, primer capítulo civilizatorio de la humanidad. El diformismo normal de los mamíferos expresado en una estructura músculo-esquelética de mayor volumen y fuerza, ocultó inviolable la verdad científica de una mayor fortaleza constitutiva de la mujer, cuyo sistema inmunológico posee una capacidad protectora superior a la del hombre; realidad coherente con las posibles necesidades a cubrir de proteger una vida emergente.
A partir de entonces, salvo una u otra excepción histórica, Aspasia en Atenas; Cleopatra en Egipto; las Julias en Roma, comienza el viacrucis social de un ser humano cuyos derechos y consideraciones legales no tienen por qué ser o estar condicionados a la voluntad del poder masculino.
Viene a cuento el problema de la servidumbre discriminatoria a la que ha sido sometida la mujer, hasta en condiciones de esclavitud, dado el último suceso-perla ocurrido en un país cuya cobertura legal se fundamenta en las prescripciones de su libro sagrado; El Corán. Una mujer se cubría la cara indebidamente con la burka, según el testimonio de la Liga de la Moral. La grave violación debía ser castigada y fue sentenciada: Muerte a pedradas.
No he leído el Corán pero me es imposible creer que en una “Sura” Alá el Misericordioso, prescriba tal barbarie y ejecución de sentencia, en flagrante contradicción de la misión cuyo objeto, propósito y razón es velar por conductas de alto grado ético, y sin más juicio que la apreciación subjetiva de una impropiedad en un accesorio del vestir, incurren en semejante locura.
Cuidado Occidente e igual advertencia a tantas instituciones religiosas y sus diversas sectas, variantes y rituales distintivos. Frenen el ímpetu antes de salir a rasgarse las vestiduras alarmados por la última barbarie. Acá en estos lares se ha mejorado un tantito a paso de tortuga herida y después de centenas de eventos cazando brujas, quemando libros y arrasando sitios y lugares “santos” para librarlos de “herejes”…En la propia llamada cuna de las libertades de América la lucha por el elemental derecho ciudadano a elegir mediante el voto, se negó a rajatabla a la mujer por años. El poder que en toda época y lugar se auto-considera omnímodo y obligado a cualquier abuso y exceso, torturó mujeres, impuso castigos a diestro y siniestro y encarceló a esposas de senadores que abogaban por tan elemental derecho.
La discriminación de género está aún muy lejos de ser un triste capítulo de la historia humana rumbo al olvido. Basta saber que la elemental operación de abrir una cuenta bancaria personal está prohibida a las mujeres en la culta república de Méjico, cuyo vasto territorio ha sido honrado por la UNESCO con decenas de patrimonios artísticos y culturales de la humanidad?. Cosas veredes Sancho amigo, diría Don Alonso Quijano.
No es fácil saber o conocer cuántos eventos discriminatorios e incluso bordeando el vandalismo se suceden a diario en países gobernados a la fuerza por cualquier bicho de uña, como es común en nuestro Continente. Hechos que por diversas circunstancias se solapan en forma constante con la explotación esclavista, el tráfico de drogas, la prostitución y el asesinato de mujeres.
El confuso panorama del mundo actual, podría haber sido diferente si el hombre no hubiese cometido los graves errores de una relación de dominio y sometimiento a la mujer. Se han desaprovechado cualidades inherentes de la naturaleza femenina, su conciencia funciona diferente a la del hombre. Les importa más el mejorar que innovar. En varios sentidos son perfeccionistas, defienden celosamente sus competencias y se esmeran en dar lo mejor de sí en las tareas y responsabilidades que asumen, de forma a veces incomprendida por la razón pragmática masculina. Quieren mejorar el mundo pero sin destruirlo, sin que importe el lugar ocupado en una escala, sea económica o de rango social. Además la solidaridad fluye de sus ánimos con mayor naturalidad que en el hombre, en particular para el consuelo al ser desvalido.
En cuanto al comportamiento de las religiones y los diversos sacerdocios no existen grandes diferencias, aunque a la fecha existe una mayor sensatez y tolerancia, todos tienen su pasado reprochable. Sin embargo y dada la intención general de una reflexión y propuesta de un eclecticismo sensato, respetuoso y por ende comprensivo de lo subjetivo de las verdades humanas, incluida la propia en primer lugar, me niego a comentar tales eventos dando por terminada la columna de hoy.
Pedro J. Lozada