La Misericordia de Dios es infinita. Eso se dice y se repite, sin darnos cuenta bien en qué consiste. Su Bondad y su Misericordia son realmente impresionantes.
¿Cómo recibir al hijo pródigo que se había portado tan mal… y -como si fuera poco- celebrar su recibimiento con una fiesta? ¿Cómo buscar a Zaqueo, corrupto cobrador de impuestos, para alojarse en su casa? (Lc 19, 1-10). ¿Cómo perdonar a los que lo estaban torturando y matando en la cruz?
“Tú perdonas a todos, porque todos son tuyos” (Sb 11, 23 a 12, 2). Esta frase del Libro de la Sabiduría puede servirnos para comprender por qué Dios perdona nuestras faltas: Dios nos perdona porque somos suyos, porque Él es nuestro Padre. Y como Padre infinitamente Bueno que es, nos ama incondicionalmente… como los buenos padres que aman a sus hijos, a pesar del mal comportamiento y de las fallas que puedan tener, y precisamente porque los aman, los corrigen. Así son los buenos padres.
Dios, entonces, es infinitamente Misericordioso. Pero esa Misericordia Infinita de Dios no significa que se complace con nuestros pecados o que alcahuetea nuestros comportamientos inmorales. Cuando Dios, como dice el Libro de la Sabiduría, aparenta no ver los pecados de los hombres, no es para consentirnos en nuestras faltas, sino para darnos ocasión de arrepentirnos (Sb 11, 23).
Y llega un momento que nos corrige… nos reprende y nos trae a la memoria nuestros pecados. ¿Para qué todo esto? Para poder ejercer de veras su Misericordia. ¿Cómo? Justamente perdonándonos cuando nos hemos arrepentido.
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar” (Sal 144, 8). Todos podemos ser perdonados por Dios… Eso sí: si nos arrepentimos. Ésa es su condición. Más aún: Dios busca muy especialmente al culpable, al incrédulo, al pecador. Y lo busca para que se arrepienta.
Se dice mucho: “Dios es Misericordioso”. Y está bien dicho eso así. El problema está en que a veces estamos pensando que, porque es Misericordioso, Dios acepta nuestros pecados… No. Dios no es alcahuete. Él es Misericordioso porque perdona los pecados al pecador que se arrepiente y se confiesa en la Confesión Sacramental.
Y, aunque nuestros pecados fueran horribles o fueran demasiados, la Misericordia Divina es más grande que nuestros pecados, porque es infinita. Sólo hace falta que el pecador al menos abra la puerta de su corazón, reconozca arrepentido que ha ofendido a Dios y luego se confiese. Dios hace el resto.
¿Por qué hay que confesarse con un Sacerdote?
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Isabel Vidal de Tenreiro
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