Han pasado 30 años y algo más desde la reapertura de la Puerta de Brandemburgo, que comunica a los alemanes del Este con los del Oeste, dije en mi presentación ante los exjefes de Estado y de Gobiernos miembros del Grupo IDEA durante nuestro VII Diálogo Presidencial.
Agotado el comunismo soviético, en medio de dos grandes revoluciones – la digital y la de la inteligencia artificial – que fracturan el sentido de la historia, por huérfanas de lugar y desasidas del tiempo, tras la predica del desencanto con la democracia sólo han emergido autoritarismos electivos, “democracias al detal” sin columna que las amalgame. Así lo considero.
Un complejo adánico nutre a Occidente y alimenta a las corrientes deconstructivas de su ethos cultural y político entre 1989 y 2019. Se cierra un ciclo que destrona principios universales éticos, mientras se despide con la universalización de la pandemia china. Le sigue el aldabonazo de otra guerra, sobre Ucrania, por parte de Rusia, acaso apuntando hacia el año 2049, otros treinta años más.
¿Se cerrarán de nuevo – me pregunto – las puertas que nos comunican con el Oriente, esta vez a través de la Ruz de Kiev? O, antes bien, ¿dichas potencias apenas mineralizan, con sus acciones geopolíticas, el propósito en el que han avanzado desde hace 30 años inundándonos con sus dineros a Europa y las Américas, y tras ellos sus condicionamientos políticos?
Entre tanto los occidentales permanecemos distraídos, retraídos y a la defensiva. Destrozamos la estatuaria colombina, quemamos nuestras iglesias, nos avergonzarnos de nuestro mestizaje y, al cabo, evaluamos la cuestión ucraniana como si se tratase de un juego de azar digital que no reclama de esfuerzo – salvo el ajeno – ni compromete nuestro destino.
No olvidemos, pues, que tras las invasiones nórdicas durante el siglo V de la Era cristiana, cuyos cimientos crujen en la actualidad, Flavio Odoacro hizo entrega del manto imperial romano a Zenón, emperador bizantino.
Vladimir Putin y Xi Jinping se dicen orgullos de las civilizaciones milenarias que representan. Lo han declarado a pocos días de iniciarse la guerra y arguyen que habrá paz sólo si aceptamos, desde Occidente – leo el texto concordado – que, “corresponde al pueblo del país [de cada país] decidir si su Estado es democrático” o no.
El caso es que los gobernantes de las Américas, en lo particular quienes intentan ejercer a perpetuidad sus oficios desde hace tres décadas, sin concluir aún la guerra han endosado la tesis de dichos dictadores.
No por azar y dado dicho contexto, al presentar el VII Diálogo, hube de señalar con énfasis ante los expresidentes que “el único antídoto eficaz frente a las tendencias deshumanizadoras de la posverdad, la posdemocracia, la posmodernidad reside en la salvaguarda del principio ordenador de la dignidad de la persona humana. Es la base de la civilización nuestra, que se encuentra comprometida” severamente, en la actualidad.
De modo que, al anunciar que se hacía público, desde este pasado 25 de octubre el Manifiesto del mismo Grupo IDEA sobre “La democracia y la libertad en la Era digital y de la sostenibilidad” (www.idea-democratica.org), endosado por 25 exgobernantes hispanoamericanos, no pude menos que llamar la atención sobre uno de sus párrafos cruciales y decidores: “10. En medio de las grandes revoluciones del conocimiento que parecen oponer la ciencia o la razón técnica a la razón humana, una libertad mal entendida puede acabar con la misma libertad, al desestimar el valor de la dignidad de la persona. En el ambiente global se aprecia y tiene reflejos claros dentro de nuestras naciones, un fuerte movimiento que considera prescindibles los valores éticos de la democracia y los imperativos del Estado constitucional de Derecho. Al cabo, la comunidad y el orden internacional son la cara de los mismos Estados que la forman y les tiene como sujetos. Por consiguiente, la lucha por la defensa universal de los derechos humanos en el marco inexcusable de las instituciones democráticas y bajo el imperio de un Estado constitucional de Derecho, se hace agonal para el mundo occidental y es la base de la unidad en la diversidad de las culturas”.
El juicio de valor que, en lo inmediato y acerca de dicho Manifiesto nos trasladara el eminente jurista y académico venezolano Román Duque Corredor, calza para la adecuada comprensión del desafío que nos espera en esta hora de desencuentros con el Oriente, dominado por la dictadura de Putin y la de China comunista. “Más que una declaración política, a mi criterio, – arguye Duque – es un manifiesto ético político, puesto que plantea al mundo un paradigma axiológico global de defensa de la libertad, la democracia y de los derechos humanos, y que obliga a pensar en una institucionalidad internacional planetaria efectiva que coincide con los planteamientos del Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, con Luigi Ferragioli con su Constitución para la Tierra y con la Carta de la Tierra que se propuso en la Cumbre Mundial de la Tierra de Río Janeiro de 1992. De manera que el Manifiesto sobre Democracia y Libertad en la Era Digital y de la Sostenibilidad de IDEA es un instrumento paradigmático constitucional global que requiere nuestra región y el mundo”.
De allí que los expresidentes que lo endosan sean contestes en cuanto a que: “Para Occidente, en suma, la pandemia y la guerra han de ser y verse como una oportunidad para las enmiendas retrasadas desde 1989 a raíz del derrumbe de la Cortina de Hierro. También y, sobre todo, acicateados por las enseñanzas del pueblo ucraniano víctima de la resurrección de otro mal absoluto, para que reivindiquemos los valores éticos fundamentos de nuestra cultura y el ejercicio responsable de la libertad, relajados a lo largo de las tres décadas que cierran con el COVID-19 y que encuentran sus más trágicos paradigmas en Cuba, El Salvador, Nicaragua y Venezuela”.
Asdrúbal Aguiar