Hace dos años, hoy, Roland Carreño fue privado de su libertad, bien que, en el buen decir del Quijote, «es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos».
Roland no es terrorista, en qué cabeza cabe. Esa acusación no pasa de ser una teoría ridícula, improbable, insostenible. Es un preso de conciencia. Su único delito es el de pensar diferente y soñar con un modelo de país y de sociedad que no calza en el de los oscuros tiempos que corren.
Ninguno de los cargos presentados en su contra ha sido probado en el curso del retorcido proceso judicial. Sus garantías han sido violentadas, entre las primeras la que prescribe el derecho a ser juzgado en libertad.
Por su impecable y brillante labor profesional, el común de los venezolanos suele asociar al dilecto hermano con el glamur, con la moda y el buen gusto, con lo mejor de nuestras tradiciones, con la historia que hemos tenido y el futuro que nos merecemos como nación, en democracia y prosperidad, jamás se lo emparenta con la violencia y menos aún con la sed de venganza y la muerte en su sentido más atroz. ¿Roland terrorista? ¡Qué barbaridad!
En nombre de los larenses exigimos, de viva voz, la inmediata y plena libertad a favor de alguien que jamás debió pisar los suelos de una cárcel. Aberraciones como esa solo son posibles en un país puesto al revés.
Llegado ese día, el de su libertad, Venezuela ondeará sus más benignos sentimientos de concordia y celebrará con íntimo regocijo el retorno a su regazo de ese atildado periodista, ese cultivado y pacífico ciudadano, ese devoto fervoroso de San Antonio, ese admirable activista de la democracia, y, por encima de todos sus más caros títulos, ese bienamado hijo de su muy entrañable terruño de Aguada Grande, en el municipio Urdaneta.
Dejamos constancia de que contra Roland Carreño se ha perpetrado una injusticia que clama ante los ojos de Dios.
¡Libertad para el inocente!
¡Libertad para Roland Carreño!
JAO
