El masivo éxodo de jóvenes y profesionales venezolanos causó asombro y solidaridad inicial, sobre todo por provenir de un país de tanto potencial. En el exterior son en general generosos al recibirlos: Pero aún en las situaciones más dolorosas la lástima prolongada puede derivar en molestia.
Exportar problemas no es buena receta para generar empatía, y dar pena ajena no es una estrategia ganadora. La solidaridad internacional con las víctimas de una dictadura que viola derechos individuales comienza a matizar cuando su efecto colateral son desastres como migraciones masivas por motivos económicos.
A medida que el flujo migratorio aumenta indiscriminadamente – ya es casi la cuarta parte de la población nacional – va mermando la compasión externa: sobre todo cuando aparecen irregularmente en tropeles, algunos exigiendo dádivas, a veces acompañados de delincuentes y aún infiltrados del régimen.
Toda nación tiene problemas internos y la responsabilidad fundamental de las consecuencias de cualquier forma de mal gobierno – en democracia o dictadura – reside dentro de esos mismos países: De ningún modo constituyen una obligación colectiva para los vecinos.
La solidaridad individual frente a cualquier tragedia personal es piadosa y encomiable; pero conviene entender que, si el desgobierno, la pobreza y falta de oportunidades creasen derechos migratorios universales, las tres cuartas partes de la población planetaria se iría para Norteamérica y Europa.
Haití es emblemático de caos primitivo, miseria y desesperación, pero suscita limitado interés externo porque la triste realidad es que allí no hay nada muy nuevo en más de dos siglos de fracasos económicos, políticos y humanitarios.
En la comunidad internacional la cruel tragedia de Cuba se redujo apenas a una piedra en el zapato después del acuerdo Kennedy-Kruschev (1962) que tácitamente garantiza la estabilidad de su dictadura: La posterior invasión de “marielitos” (1980), obtuvo muy discutida recepción, siendo controversial aún entre los propios cubanos del exterior. Hoy muchos balseros resultan deportados.
Cuando el mundo entero se admira de la feroz resistencia del pueblo y ejército ucraniano – donde apenas emigran los no aptos para pelear – y de la frontal resistencia de las mujeres iraníes, no es de extrañar que los países amigos de la democracia comienzan a mostrar señales de hartazgo y selectividad ante el masivo flujo migratorio venezolano
No somos únicos en el mundo, y ante esa dura realidad, lo lógico y lo humanitario es atacar el problema en su raíz, aquí mismo, en Venezuela.
Antonio A. Herrera-Vaillant