“No importa que Noruega sea un estado soberano, o un estado soberano miembro de la OTAN, o un estado soberano que se declare como país neutral, o que se trate de un territorio tan peculiar como Svalbard: ¿quién garantiza que la Bóveda global de semillas de Svalbard y que el Archivo Mundial Ártico queden fuera del alcance, ferocidad, ambición, arbitrariedad e irresponsabilidad de Rusia?”.
Hoy recibí por Twitter de mi compañero y amigo de casi 60 años –Alfredo Silva Malavé- una publicación transmitida por @Pedro_Torrijos (#LaBrasaTorrijos) con el título “La bóveda del fin del mundo”.
Me generó mucha curiosidad porque ya había visto en dos series de Netflix (“Into the Night” y “Yakamoz S-245”) episodios donde aparecía la misma imagen de la entrada a la bóveda. La picada de la avispa de la curiosidad comenzó brevemente al ver la segunda serie y al comentarme a mí mismo: “Esto lo he visto antes”. Creí que se trataba de ciencia ficción y, puesto que ambas series eran de la misma productora, pues así quedó. Pensé que ambas producciones quizás se inspiraron en la misma fuente. Pero esta vez decidí averiguar. ¡Suficientes casualidades como para justificar una búsqueda!
El resultado es que sí existe. Se trata efectivamente de una bóveda construida en la isla noruega de Spitsbergen en el remoto archipiélago ártico de Svalbard. La bóveda alberga un banco de duplicados de semillas que provienen de diversas partes del mundo y se denomina “La bóveda global de semillas de Svalbard”. Su misión es doble: (1) la más probable: preservar las semillas de la diversidad vegetal de los “depositantes” (general, pero no exclusivamente, bancos de semillas de otras naciones) para casos de desastres o pérdidas en alguna nación y (2) – en el peor escenario- para el caso de un desastre natural global o causado por guerras masivas con armas nucleares.
A continuación la imagen de la entrada a esta bóveda (publicada bajo la licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International, autor: Subiet).
La entrada conduce a un túnel de 120 m. de largo al final del cual se encuentra la bóveda. El lugar fue escogido habiendo considerado su cercanía al círculo polar Ártico (alrededor de 960 Km. Del Polo Norte), la actividad tectónica de la región, la altura sobre el nivel del mar, el tipo de suelo y sus temperaturas a lo largo del año. Se supone que el diseño y la construcción ofrecen un nivel de protección para eventualidades catastróficas con la posibilidad de preservar su contenido por siglos. Allí se encuentran resguardadas más de un millón de plantas que representan más de 13.000 años de historia agrícola de la Humanidad.
Cercano a la Bóveda global de semillas de Svalbard se encuentra también otra obra fantástica: el Archivo Mundial Ártico (AWA por sus siglas en inglés: Artic World Archive).
Esta obra es una instalación subterránea para la conservación de datos digitalizados importantes para la Humanidad para fines y para circunstancias similares a las de la Bóveda global de semillas de Svalbard. Igualmente fue diseñada y construida para preservar durante siglos la data que protege y custodia.
Se mencionó que una de las razones para escoger esta precisa ubicación es que el área es considerada como una zona neutral libre de guerras. Me llamó mucho la atención esta última afirmación ya que Noruega es un país fundador de la OTAN. No es exactamente una zona neutral libre de guerras, e, indagando, encontré que 42 países han ratificado un tratado muy curioso denominado Tratado de Svalbard (originalmente se llamó Tratado de Spitsbergen) que entró en vigencia el 14 de agosto de 1925.
En resumen, las partes signatarias del Tratado de Svalbard reconocen la soberanía de Noruega sobre Svalbard pero con algunas peculiaridades: Se considera que Svalbard es una zona con restricciones militares –no necesariamente una zona desmilitarizada- en la cual se prohíbe su uso para propósitos bélicos. En materia de tributación y presupuesto, la recaudación de impuestos está limitada a lo necesario para cubrir las necesidades de Svalbard en base a un presupuesto propio e independiente del resto de la parte continental de Noruega. En materia de inmigración, cualquier ciudadano o empresa de cualquiera de los países miembros del tratado tienen el derecho de convertirse en residentes de Svalbard –no requieren visa- y la facultad de dedicarse a la actividad económica de su escogencia en igualdad de condiciones con otros ciudadanos o empresas de otros estados miembros signatarios del tratado –incluyendo noruegos- aunque existen restricciones en cuanto a la conservación del medio ambiente.
Al buscar detalles sobre el tratado, encontré que Venezuela es signataria del tratado desde su ratificación el 8 de febrero de 1928. Pero… y siempre hay un “aguafiestas”, Rusia – como sucesora de la Unión Soviética- también es parte contratante del tratado desde el 7 de mayo de 1935.
Y allí se disparó la alarma en tonos agudos y estridentes debido a la conducta de Rusia.
No pareciera importar que Noruega sea un estado soberano, o un estado soberano miembro de la OTAN, o un estado soberano que se declare como país neutral, o que se trate de un territorio tan peculiar como Svalbard: ¿quién garantiza que la Bóveda global de semillas de Svalbard y que el Archivo Mundial Ártico queden fuera del alcance, ferocidad, ambición, arbitrariedad e irresponsabilidad de Rusia? Y es que Noruega y Ucrania están en condiciones muy similares: puede que vuelva a suceder que se haga lo que a Rusia le venga en gana. Ambas son miembros de las Naciones Unidas y ambas han pactado tratados con Rusia. Y, aun así, invadió a Ucrania. Recuérdese que las obligaciones de la Unión Soviética las asumió Rusia voluntariamente y sin presión o coerción. En definitiva, las asumió –o se las arrebató a las naciones exintegrantes de la Unión Soviética- porque así lo decidió Rusia ya que era el país más fuerte.
Rusia es una nación bien extraña. Tiene una línea comunicacional que consiste en que el resto del mundo debe entender su visión de las relaciones internacionales. Parte de su línea comunicacional se basa en que -lamentablemente para ellos- posee vastas regiones inhóspitas, inhabitables –sea por tener climas helados o desiertos- e improductivas junto a una extensión indefendible de fronteras con naciones extranjeras. Y, en vez de hacer como hizo Japón -que sí que tiene limitaciones territoriales realmente complicadas y decidió crecer cooperando con otras naciones-, Rusia, en cambio, prefiere arrebatar por la fuerza lo que no le pertenece. Y, seguramente, si triunfa en Ucrania, hasta podrían presionar aún más y seguir hacia Eslovaquia, Hungría, Rumanía-Moldavia, Lituania, Letonia o Estonia. ¿Por qué no? ¿Quién garantiza que pararán? Ya tienen presencia territorial en el mar Báltico entre Polonia y Lituania. Con la ayuda de Bielorrusia y manipulaciones históricas y mediáticas, Lituania, Letonia y Estonia son presas fáciles.
A largo plazo, la voracidad de Rusia implica que está escogiendo la vía del desequilibrio y de la inestabilidad, manteniendo la paz rusa a fuerza de violencia y opresión. Seguramente, si ese es el futuro que nos espera, las primaveras violentas e insurrecciones volverán y, a mayor extensión territorial a someter, mayor será la dispersión de sus fuerzas de ocupación, de opresión y de represión. Si bien significaría para Rusia una debilidad para participar en guerras convencionales futuras, sería un incentivo para “solucionar” rápidamente sus problemas con armas de destrucción masiva. Pero no serán necesariamente las armas que existen hoy. Seguirán construyendo más y peores armas y serán esas -las armas que desarrollen mañana- las que utilizarán.
Quiera Dios que triunfe cualquier iniciativa para destruir todo el armamento nuclear existente hoy y prohibir toda futura construcción de armas de destrucción masiva. La Humanidad no se merece un futuro conflictivo entre sociópatas y héroes con sangre fría que los frenen.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Luis Alejandro Aguilar Pardo
Twitter @Nash_Axelrod.