Hay políticos que creen que la política es cosa de ellos, se equivocan, como también yerran y con más razón, aquellos que proponen la contradictio in terminis de una política sin políticos. En ese supuesto es como si en términos de trayectoria, la mejor credencial fuera no tenerla. A nadie que se va a someter a una cirugía, aún la más sencilla, le daría confianza que en la puerta del quirófano le informen que el doctor nunca ha operado, pero que es un gran compositor o un comerciante exitoso. Si voy a tomar un vuelo y me dicen que es el primero del piloto, ni amarrado me subo al avión y no me convencerán con argumentos como que es muy buen padre de familia o manager de beisbol con muchos triunfos.
La política incumbe a los políticos, es su responsabilidad, pero no su propiedad. No es solo cosa de ellos sino de todos.
La cuestión es tan inevitable como potencialmente contenciosa, porque se trata del tema de todos. Hay una idea hegemónica, dictatorial, digámoslo claramente, antipolítica que asume que la política es exclusividad del grupo en el poder. Las relaciones y conflictos entre “nosotros” y el modo de resolverlos, ante lo cual el resto de la sociedad es espectadora con derecho a “calársela” sin chistar y a lo sumo, derecho a pataleo, eso sí, no vinculante.
Frente a esa noción, cuyo fracaso en nuestro país es ostensible, socialmente costoso y creciente en ambas condiciones, está la otra, por realista más compleja de desarrollar que es que la sociedad política no es el club privado de un grupito, una clase o un partido, sino toda la sociedad en su pluralidad diversa, contradictoria e incluso conflictiva.
Ya en 1951 Maritain lo tenía claro. Por eso escribió en El Hombre y el Estado que la sociedad política es “impuesta por la naturaleza y lograda por la razón”, de la razón que pugna por trascender al instinto pero que no es “razón pura”. Formado por los humanos, las personas que somos sociables e imperfectas, ese cuerpo político tiene “carne y sangre, instintos y pasiones, reflejos, estructuras psicológicas inconscientes y dinamismo”. Para ordenarlos, canalizarlos y lograr una convivencia libre orientada al bien común, es que se hacen las leyes, se proponen ideas y se adoptan decisiones racionales.
Les confieso que me rebelo ante el uso y el abuso que se hace de la noción de “clase política” originaria de Gaetano Mosca, ese sociólogo, politólogo y político italiano nacido en 1858 y muerto en 1941, antes del fin del régimen fascista. La categoría no es ahistórica y se la desnaturaliza manipulándola con fines antipolíticos. A la política se llega desde distintas clases sociales. De la política se entra y se sale. Hay políticos y políticas de clase media, trabajadora e incluso de sectores acomodados, cuya preferencia predominante desde que hay democracia, ha sido históricamente influir en decisiones que otros toman. No hay clase política como no hay clase médica, académica, musical o artística, porque la profesión y oficio no hacen una clase social. ¿Era Andrés Eloy de la “clase política” o de la “clase poética”? Y el sabio Vargas, Senador y Presidente de la República, médico y rector de la universidad ¿De qué clase era?
Asumamos la realidad, la sociedad política somos todos. A todos nos afecta, nadie escapa de su influencia y nadie está eximido de participar o de influir en la política, sea por acción o por omisión. Asumir esa realidad es el primer paso para asumir nuestra responsabilidad ciudadana.
Ramón Guillermo Aveledo