Millones de venezolanos en las columnas de la pobreza y el hambre perciben una catástrofe en navidad, que según Nicolás Maduro ya llegó, con una crisis alimentaria influida por la subida del dólar el cual podría cerrar, según el economista Ángel Alvarado, en 10 bolívares para finales de año, y que la inflación cerrará por encima de 150 por ciento, mientras entramos en el último trimestre del presente año, en vísperas de las “fiestas”.
Y advierte que esto sugiere que es posible esperar mayores aumentos de precios para los meses sucesivos en la medida en que se vaya absorbiendo el efecto completo de la devaluación.
La economía venezolana en la actualidad se caracteriza por la incertidumbre, falta de incentivos, destrucción de sus factores productivos, colapso de los servicios públicos, escasez, el alza exacerbada de los niveles generales de precios a diario y de manera más agresiva.
Así va llegando la navidad y no se observa una estrategia económica por parte del régimen para corregir los factores que inciden en estos problemas. El día a día en el país refleja el desastre económico y la crisis social que desembocó en una situación de empobrecimiento estructural.
No será la primera fecha decembrina desgarradora. Ya hemos resuelto las anteriores con llanto y resignación, pero las de este año serán gotitas de dolor surgidas de un corazón lastimado donde se perdió la fe y la esperanza desde hace varios años.
Para aquellos que sufren, el mensaje de la Biblia no es que sequen sus lágrimas. No, la Biblia afirma que llorar es parte de la vida en este valle, “porque el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá la alegría”.
El venezolano se prepara para las navidades más dramáticas. Se repite la misma historia de los años anteriores: Las alocuciones de Nicolás Maduro se convierten en una comedia burlesca, discursos con una obscenidad descarada.
Se burla del venezolano con el falso discurso de amor, mientras mata al ciudadano de hambre. No hay vergüenza ni decoro cuando se miente o se justifican hechos que claramente deben ser condenados.
Las navidades ni la felicidad se decretan. Los habitantes estamos atravesando una crisis política, económica y social que ha llevado a que casi 8 millones de venezolanos hayan huido del país, dejando parte de ellos su vida en el camino.
A inicios de febrero de 2017, el Observatorio Venezolano de Salud advertía con alarma sobre los riesgos que estaba implicando la falta de alimentos y medicamentos entre la población venezolana.
Mientras todo eso ocurría, Nicolás Maduro comía arepas en cadena nacional y tiempo después se mostraba muy feliz disfrutando un festín en un lujoso hotel de Turquía. Hay animales más iguales que el resto, decían los cerdos en la granja.
La novela del escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón, The Night (2016), está ambientada en Caracas y describe una ciudad donde el atardecer no tiene nada de romántico, sino que es indicio amenazador del peligro acechante que se avecina junto con la oscuridad de la noche, cuyos efectos impunes solo son visibles una vez que un nuevo amanecer ilumina de forma paulatina algún cadáver tirado en la calle.
El relato de Blanco Calderón refleja muy bien el extenso eclipse que vive Venezuela, no solo con los apagones frecuentes, el racionamiento energético, el hambre y necesidades galopantes, la criminalidad desbordada gracias a una impunidad cómplice, sino por lo lejos que se vislumbra un amanecer que por la gracia de Dios podría iluminar, pero a la vez develará las mayores oscuridades humanas.
Quedan dos años para las elecciones presidenciales, tiempo suficiente para que el pueblo razone, para que los menesterosos tomen la voz de quienes la tienen cuando mandan y humillan.
Parafraseando el pensamiento de Woody Allen, “el mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro y desapareció la injusticia, hizo otro y se acabó la dictadura. Ojalá y en estos dos años, Nicolás Maduro no haga un gesto y desaparezca al mago.»
Quizás habrá un momento en que los poetas no escriban para la gente, sino para los otros poetas, porque los pobres ya no sienten los versos que convertidos en medicinas fortificaban el alma. “Que triste se oye la lluvia en los techos de cartón”, grabó el cantor del pueblo Alí Primera.
Orlando Peñaloza