«Yo creo que a los bandidos y ladrones como ustedes, las personas honradas, trabajadoras y decentes no debemos tenerles miedo, sino enfrentarlos con determinación hasta mandarlos a la cárcel, donde merecen estar».
Mario Vargas Llosa
Ninguna sociedad, ni ninguna organización se merecen tener al frente a personajes tan nefastos y tan corrompidos que constituyen la sífilis de la administración. Donde el concepto de moralidad está anulado y que ante los ruidos que producen los monos voladores enjaulados, los ruines corruptos de la institución están sospechosamente callados, blofeando, haciéndose los desentendidos, haciéndose los inocentes. Siempre engañando y burlándose de la sociedad.
Cuando las credenciales no sean el compadrazgo ni el amiguismo delincuencial, sino la honestidad e idoneidad profesionales y la verdadera vocación, pero no engañosas personalidades que solo quieren delinquir aprovechándose de sus cargos; entonces la institución marchará como debiera. Desgraciadamente altos cargos como el desempeñado por el Coronel psicópata son designados a dedo y no implican mayor evaluación psicológica ni psiquiátrica para ocuparlos, cuando son los que más requieren de evaluaciones de este perfil sobre todo porque van a gerenciar a enésimo talento humano e ingentes sumas de dinero y otros recursos; que por su ejercicio van a enviar un mensaje a la sociedad que espera lo mejor, pero no ser embaucada.
El Coronel psicópata, narcisista, licántropo y voyerista es la peor lacra que le ha pasado a la institución. ¿Pero quién lo sostiene en el cargo no obstante todos los escándalos que protagonizan él y sus monos voladores? ¿Cómo se permite que este Coronel delincuente se burle de la sociedad toda? Un individuo que irrespeta el recinto y da el peor ejemplo, además tiene sexo con su secretaria allí mismo en la institución en sus oficinas y ella es su más corrupta aliada y cómplice. In situ se violan a las jóvenes y a los jóvenes, al menos que tengan dólares con que pagar e impedir que se vulneren además sus derechos humanos. Si pudieran erguirse en su dignidad y exponer los delitos que se cometen en su contra y señalar a quienes los victimizan la justicia resplandecería. .
Mientras cualquier insignificante tropiezo de los débiles jurídicos es sancionado desproporcionadamente, a este corrupto ladrón y parásito – todo psicópata vive parasitariamente – se le alcahuetean todas sus corruptelas por más tortuosas, sucias, depravadas y escandalosas que sean. En esa institución se violan física y psicológicamente a los jóvenes, en tanto se les extorsionan en altas cantidades de dólares para dejar pasar minúsculas faltas o faltas inventadas para enriquecer a sus «cuidadores» y al Coronel psicópata. Una institución donde hay un mercado negro de documentos, por una red que lidera el Coronel psicópata.
Una manzana podrida – el Coronel psicópata – pone en peligro el contenido de toda la cesta, porque no hay ética que emular. Cuando en un ente o en una empresa, industria o institución, o en cualquier asociación lícita, el comportamiento de uno o de varios de sus miembros desentona respecto de la filosofía que inspira el deber ser en el desempeño de la misma como corporación, en cuanto a su imagen y rostro, donde se encuentra comprometido el concepto de honor, se presenta una fractura en la esencia de los cimientos que le inspiran cohesión y respeto ante la opinión pública y se tambalea su estructura, pues sus bases fundamentales se han dejado corroer por una contradicción intolerable. Pero es el caso que estos truhanes usan el giro lícito de la institución para esconder el giro ilícito y delictivo que han creado.
Las virtudes éticas de las personas que integran una corporación sea de naturaleza pública o privada y su filosofía de desempeño son la imagen y el rostro de esa organización. Y el Coronel psicópata no tiene virtudes éticas, es una deshonra para sí y para la institución, y el vacío de que nunca llegará al grado de General lo mantiene en constante frustración que le cobra a inocentes que nada tienen que ver con su desmadre personal.
Ello, es corroborable, cuando la solvencia moral o el desempeño ético de cualquier organización ganan y cobran prestigio por la imagen de una sola persona, a la que han seleccionado como el rostro visible de la corporación, por su buen nombre y su buena reputación, y en este caso el Coronel psicópata ha corrompido a la institución y su imagen es una lepra, una llaga purulenta.
Una empresa pública o privada muestra la fragilidad del compromiso ético y el divorcio entre lo que dice y lo que hace, cuando es alcahueta con los desafueros de apenas uno de sus integrantes, pues la forma y manera de comportarse de un solo individuo compromete la imagen ética de toda la corporación. La imagen que el Coronel psicópata, narcisista, licántropo y voyerista, le ha dado a la institución es la decadencia y el desprestigio. ¡Cuánta desgracia se ha apoderado de la empresa desde que el Coronel la maldijo al tocarla con sus manos satánicas y su mente criminal!
Es allí cuando se presentan las excusas: es que un solo hombre o una sola mujer no es la corporación. Y seguramente esa argumentación pondría a cavilar a más de uno, pero cabe preguntarse. ¿Si la ética de una corporación mantiene su elevación y alta moral por el prestigio muchas veces de uno de sus miembros quien funge como su imagen, entonces porque no ha de funcionar en sentido inverso? ¿Qué hace la corporación para corregir esos comportamientos anti-éticos y a veces hasta ilegales que deslucen al resto de sus miembros? Cuando los hilos conductores del comportamiento ético corporativo se comunican entre sí para justificar lo injustificable, han perdido su esencia y han dejado de ser éticos, porque el estado de descomposición es tal, que el grado de celestinaje y corruptela es insalvable por lo que es indispensable repensar, replantear y redimensionar la razón de ser y de existir de dicha corporación.
Hacer caso omiso del comportamiento anti-ético y hasta ilegal de un solo miembro de la corporación, es ser cómplice en el desprestigio de esa institución u organización y en su decadencia en todo nivel, corriéndose el riesgo de que ante tan soberana negación a sí misma, pueda desaparecer o tomar otro giro que no fue el pensado al crearse o fundarse. Estimados institucionalistas, ¿quién les roba la comida y la carne, quien se llena el bolsillo vendiendo documentos ilícitamente, quien cobra inmoral e ilegalmente en dólares a los jóvenes por cualquier excusa? ¿Quién además de Sussana mantiene la desarmonía laboral? Etc., etc., etc. Muchas son las interrogantes cuyas respuestas ustedes saben, pero no hacen nada para salir del psicópata.
No se puede violar la ética, bajo el pretexto de actuar con ética, porque ni aun siendo neutral se deja de pisotear la ética cuando la actuación del rostro visible de un organismo —apenas una sola persona, el Coronel psicópata —, es el que enarbola de manera temeraria e irrespetuosa la bandera del deshonor.
Cuando los componentes de una corporación, consienten de manera activa o pasiva los despropósitos éticos de uno o de varios de sus miembros están implosionando la propia estructura. De modo que no podrán argumentar que la destrucción vino de afuera, cuando todos conjuraron el aniquilamiento desde adentro.
“Escobar no se había construido una cárcel, se construyó una fortaleza. Pero no importa cómo la decores, una jaula sigue siendo una jaula.”
Boyd Holbrook
Crisanto Gregorio León