La noche más angustiante por la imprevisibilidad de lo que sucedía, la padecimos los angustiados habitantes de la ciudad de las cinco vocales. La naturaleza, que siempre actúa con aparente naturalidad, su actuación de ayer martes en la noche fue tan natural que nosotros pacíficos habitantes dudamos acerca de lo que pudiera dejarnos como resultado. La naturaleza comúnmente nos tiene acostumbrados a soportar con resignada paciencia sus impertinencias. Pero anoche fueron tantas sus impertinencias que la realidad se mostraba bastante extraña. Tantas cosas juntas nos sumían en la incertidumbre. Nunca antes como anoche fue tan desnaturalizada la naturaleza. La desmedida, insistente y permanente lluvia; continuados y agobiantes relámpagos; los tormentosos y ruidosos truenos conjugaron sus impredecibles acciones, para que la noche del martes dejara de ser natural.
Conocimos con esas acciones de la naturaleza que el fenómeno que nos obsequiaba no fue nada natural, o por lo menos, acostumbrados como estamos a ver todo tan natural, a distinguir hasta sus excesos. La lección que nos daba fue una extralimitación. Son palabras éstas para reseñar con ellas con fidelidad la irreseñabilidad de lo que venimos contando. De cualquier modo, ante la rebeldía de la naturaleza, nosotros seres aparentemente pacíficos en todo momento recibimos una excesiva y desproporcionada andanada de desafueros naturales que no concebimos entender cómo la naturaleza se desenvuelve de un modo tan abiertamente anti-natural.
Dudamos de si la anti-naturaleza también tiene arte y parte en las cosas naturales y que todo parezca tan natural que la duda de la naturalidad de las cosas anti-naturales resulte natural. De todos modos, esperamos que el exceso de lo natural sea igualmente natural. No concebimos un modo natural que sea tan anti-natural como la desmedida noche del martes veinte y siete de septiembre. Son todos mis lectores testigos de lo que aquí reseño, razón por la cual su unanimidad le otorga fuerza de realidad a lo que mis palabras, no porque sean mías que, en realidad, la pertenencia no es de nadie. Me leerán cuando cuente con una nueva ocurrencia que contarles.
Carlos Mujica