Este hecho religioso magnífico que fue la fundación de la Cofradía del Santísimo Sacramento en 1585, tiene una gran significación para la catolicidad en Carora y en buena parte de la Provincia de Venezuela y más allá, pues fue una cofradía conocida en lugares tan distantes como en la muy católico Reino de Irlanda, Francia, los distintos reinos de España, islas Canarias, Santo Domingo, Nuevo Reino de Granada. Fue animada por la indeclinable misión evangelizadora de España y el importantísimo Concilio de Trento del siglo XVI.
Los fundadores de esta extraordinaria y connotada cofradía o hermandad caroreña en 1585, finales del genésico siglo XVI venezolano, responsable del fuerte ethos o identidad caroreña, fueron los siguientes hombres:
“Reverendo Sor Henrique bello, Cura y vicario de la dicha Ciudad y los Srs El Capn Juan de Salamanca, y Francisco Mateos, y Bartolomé Martín del Real, Alcaldes ordinarios por su Majestad en dicha Ciudad, y Juan Gallego, y Pedro Gordón y Pedro González, y Alonso Marguez, todos vecinos de esta Ciudad, trataron qe por cuanto goza de presente el Ilmo Sor Arcediano Don Antonio de los Ríos, Juez visitador della en la visita que hizo en esta Ciudad en la Sta Iglesia Mayor de ella, el Smo Sacramento, y es necesario nombrar Mayordomo que tenga con prober de las cosas necesarias pa el culto divino…”
Esta notable cofradía y otras 12 hermandades más, son las responsables de que en la ciudad de blancos de Carora se haya conformado una sólida atmósfera religiosa que nos llega hasta el presente siglo XXI. Eran las cofradías o hermandades unas estructuras de solidaridad de base religiosa, como las llama el historiador francés Michel Vovelle, y que como tal aseguraban a sus miembros o hermanos de cualquier etnia y sin discriminación alguna, amparo y protección en caso de enfermedad, indigencia o muerte. Prestaban dinero a interés y poseían unas grandes haciendas con mano de obra esclava, unos 80 negros de la etnia africana de los tare, las llamadas Cofradías del Montón de Carora.3 Gracias a estas haciendas del Montón funda el preilustrado obispo Mariano Martí en 1776 las escuelas de primeras letras para niños y paga salarios a los docentes en la ciudad del Portillo, antecedente primero de nuestra educación formal y planificada.
Pero también tenían estas hermandades o cofradías otra misión no menos importante y que era de orden religioso y metafísico: sacar el alma de los cofrades difuntos del Purgatorio, un tercer lugar distinto al cielo y el infierno, como lo llama Martín Lutero, y que no tiene base escritural.3 Una modificación de la “geografía del más allá”. Las misas cantadas o no, las oraciones, las velas encendidas y el incienso consumiéndose para lograr este cometido se hicieron entonces infinitos a lo largo de tres siglos de colonialismo y más allá, la República de Venezuela. Fue una forma de acumulación de capital muy importante por parte de la Iglesia Católica en Hispanoamérica, pues estos oficios religiosos tenían un costo en dinero.
De este modo podemos afirmar que la parroquia de San Juan Bautista, sus numerosas cofradías con miles de hermanos que en ellas “entraban”, que en su seno se conformaron a través de los siglos, sus muy numerosos sacerdotes y obispos que en ella ejercieron su pastoral, son los nítidos responsables de que la ciudad por su marcado fervor religioso haya sido llamada por el padre Carlos Borges a principios del siglo pasado “Ciudad levítica de Venezuela”, y que además a su abrigo se hayan conformado dos potentes imaginarios colectivos religiosos: la muy popular Leyenda del Diablo de Carora en el siglo XVIII, y la conocida Maldición del Fraile Aguinagalde en el siglo XIX.
Las cofradías o hermandades fueron en su momento una suerte de primitivo seguro social que protegía a los hermanos de las contingencias de la vida, enfermedad, muerte, indigencia, protegían a viudas y huérfanos. Hogaño estas magníficas estructuras religiosas han perdido el esplendor del cual gozaron hasta hace más o menos un siglo. Ha contribuido a ello el aparecimiento de instituciones del Estado que se encargan de salud o educación, así como el abrupto aparecimiento de la enorme y descomunal riqueza petrolera que desarticuló nuestros eficientes entramados y filigranas sociales que venían desde la Colonia.
Opino que este sentido de solidaridad cultivado con gran esmero por la Iglesia Católica tan extraordinario debe ser retomado y reconstruido, para lograr una sociedad más fraterna e igualitaria en la Venezuela del tercer milenio, azotada por desarticuladoras pandemias y crisis económicas.
Luis Eduardo Cortés Riera