A sus ocho años de edad, José Enrique Bethelmy, nacido el 20 de enero de 1944, ayudaba a su madre, Carmen Bethelmy, en la escuela que ella tenía en un sector muy retirado de Maracaibo, Monteclaro, cuyos habitantes eran muy pobres.
Tras setenta años de estar inmerso en la educación, no sólo siente emoción por la enseñanza, sino también complacencia por la forma cómo los estudiantes han venido interesándose por saber cada vez más.
Ya los estudiantes no se conforman hoy con lo que les enseñan sus profesores, sino que ahondan en Internet sus conocimientos, afirma. Sí hay algunos que se entretienen jugando o curioseando muchas cosas, pero la inmensa mayoría está dedicada a profundizar saberes.
Relata que a los diez años murió su padre, José Villalobos, y su madre tuvo que dedicarse con mayor ahínco a la escuela que tenía, para mantener a su familia.
¿Cómo es que usted dice que le ayudaba?
Mi mamá no era maestra graduada, pero en aquella época existían escuelas particulares en los sectores donde había más pobreza, porque existían pocos planteles públicos y estaban muy distantes unas de otras. En Monteclaro, que hoy es parte del centro de Maracaibo, mi madre impartía sus conocimientos a menos de veinte alumnos, cuyos padres pagaban los cursos. Ese tipo de escuela era lo que se estilaba en aquella época. Yo sabía leer y escribir a los 8 años de edad y, como mi progenitora tenía que ocuparse también de los quehaceres de la casa, ayudaba a los otros muchachitos a aprender a leer. Y eso se me metió tanto adentro que toda mi vida la he dedicado a la enseñanza.
¿Cómo hizo, entonces, para estudiar?
De esas escuelitas de barrio salían los muchachos preparados y eran sometidos a exámenes. De acuerdo a sus conocimientos eran colocados en segundo, tercero o cuarto grado en las escuelas públicas. Ese era un motivo para que tuvieran éxito y vigencia. Cuando yo iba a la escuela Manuel Fuche Fonseca tenía una gran ventaja, porque mi madre me había ya formado ampliamente.
Usted me habla de su mamá como una persona con conocimientos para ser maestra.
Aunque ella no era graduada, porque en ese entonces no habían muchas maestras graduadas, estaba muy preocupada por la educación. Aún más, hablaba además de muy bien el castellano, el inglés y el papiamento, que es una combinación de inglés, francés y castellano, que se habla en el Caribe, particularmente en Aruba, Bonaire y Curazao. Leía mucho. Y fue mi ejemplo para que yo me interesara por la educación.
¿Dónde estudió el bachillerato?
En Maracaibo existían sólo dos liceos: Rafael Maria Baralt y Udón Pérez. Cuando en la sede de éste se autorizó el bachillerato nocturno, le pusieron el nombre de Elías Sánchez Rubio, Y yo salí del Baralt a este último para hacer el quinto año, porque me permitía en el día dar clases de matemáticas, que era lo que más me gustaba. Di clases en institutos privados. Y después de bachiller ingresé en la Universidad del Zulia, para cursar en la Escuela de Educación precisamente la mención matemáticas y hacer después postgrado y maestría en esa especialidad. Toda la carrera universitaria también la compartí dando clases en institutos privados y públicos.
¿Cómo llega a Barquisimeto?
Antes de graduarse en LUZ ingresé a la Escuela Técnica Industrial de Maracaibo para dar clases y después de graduarme fui jefe del departamento de Física de esa institución. En aquel entonces viajó de Barquisimeto una misión del Instituto Politécnico Superior para buscar un profesor de matemáticas. Yo no estaba en ese momento ahí, pero mis compañeros decían; “eso está hecho para Bethelmy”. Cuando yo llegué por la tarde me dijeron que tenía una buena oportunidad para venirme a Lara porque a mi me gustaba la docencia y me hablaron muy bien de ese Instituto, creado el 22 de septiembre de 1962. Ese mismo año fue creada el semillero de la UCLA con el nombre de Centro Experimental de Estudios Superiores, en el Edificio Nacional.
¿Qué le dijeron los de la misión?
En la noche me fui al Colegio de Ingenieros, donde se encontraban y conversé con ellos. Vine a Barquisimeto a traer mi currículum y presentar unas pruebas. Como eran muchos los que estábamos concursando y era un solo cargo, dejé el número del teléfono de mi casa materna para que me llamaran si quedaba o no. Me regresé a Maracaibo porque estaba recién casado. Cuando al otro día fui a casa de mi mamá, ella me dijo que me estaban llamando de Barquisimeto y que el lunes tienes que presentarte, porque tienes clases a las 8 de la mañana.
Yo cumplía 26 años y dije a mi mamá, después del cumpleaños me voy, como en efecto ocurrió. Al llegar me entregaron la tiza y el borrador, y me dijeron que fuera a dar clases. Llegue a un ambiente excelente, con profesores dedicados a la investigación y trabajé en condiciones muy gratas durante diez años. Empecé como profesor de matemáticas, después fui jefe del Departamento de Estudios Básicos y representante de los profesores en el Consejo Directivo, en el cual me nombraron como integrante de la Comisión Nacional de Evaluación de la Educación Politécnica y, tras realizar el trabajo evaluador, se creó la Comisión Pro Universidad, a nivel nacional, coordinada por el ingeniero Iván Olaizola, que era el director de la OPSU y quien fue el primer rector de la Universidad Politécnica.
Conmigo estaba en esa comisión el ingeniero Rubén Hurtado, que era el presidente del Centro de Ingenieros del estado Lara e íbamos a Caracas, a las reuniones, se hizo un informe para la creación de la Universidad Politécnica, pero el gobierno no tomó una decisión en el momento. Desafortunadamente, cuando lo hizo había perdido las elecciones y ganado Luis Herrera Campins, quien anuló el decreto, lo cual ocasionó una situación frustrante porque regresó a ser otra vez Instituto Universitario Politécnico y seguimos impulsando nosotros, ya no una universidad nacional sino regional, que culminó con una huelga de hambre que se hizo en la iglesia La Concepción. No llegamos a nada. Se mantuvo la derogación. El malestar me llevó a la UCLA, donde necesitaban un profesor de matemáticas.
¿Qué recuerda de la UCLA?
En esta Universidad comencé mi nueva vida académica y llegué a ser el primer rector electo de ella, porque el reglamento autonómico se promulgó en noviembre de 1992. Cualquier cosa que se hiciera antes de esa fecha no obedecía a una reglamentación, sino que todo dependía de las concesiones del ministro de entonces.
¿Cuál ha sido su mayor satisfacción?
Precisamente haber sido el primer rector electo de la Universidad, porque logré restablecer la paz. Aún más, todavía se me recuerda como el rector de la paz, porque ese fue el atributo que se me reconoció al haber podido, junto con una gran cantidad de personas que participaron en ese entonces, en acabar con la violencia que se vivía en esa casa de estudios.
Pero, la mayor satisfacción de mi vida es la educación. La siento como la emoción y la actividad más grande de la vida. Y, en el ámbito familiar, haber formado una familia muy apegada a los sentimientos y los valores con mi esposa Rita Maritza Rincón de Bethelmy, mis hijos Alejandro, quien es médico y profesor de la UCLA; y Lisbeth, quien también es docente; y mi nieto Alejandro José.
¿Cómo ha visto las dificultades que han venido teniendo las universidades, como consecuencia de la crisis que también ha afectado a la población en general?
Siempre ha habido dificultades. Pero, a partir de los años cincuenta, han tenido un crecimiento muy grande. Nosotros esperamos que esto mejore. Los países son grandes en la medida que sus universidades sean grandes, poderosas y puedan ejercer su dominio en su función de docencia, investigación y extensión.
Al haber sido llamado por el Consejo Legislativo del estado Lara para ser el orador de orden con motivo de la celebración de los sesenta año de las Universidades Politécnica José Antonio Sucre y Lisandro Alvarado, me cabe la satisfacción de haber trabajado en ambas y tener la convicción de que son dos extraordinarias casas de estudios superiores, que han formado profesionales excelentes que están cumpliendo con las exigencias del mundo moderno y ser reconocidos como extraordinarios por sus conocimientos.
Barquisimeto se precia de ser una ciudad importantísima para la educación y, por supuesto, para que el país cuente con un recurso humano formidable que debe enorgullecernos a todos y todos los días.