La mayoría de nosotros no aparta tiempo para darse un respiro, algo distinto a lo rutinario. Somos esclavos de lo material, vivimos cansados, estresados, no disfrutamos del milagro que es vivir, le damos muy poca importancia a lo que el cielo nos enseña cada día, nos invita y nos obsequia.
Escritores, filósofos y poetas en sus obras nos ponen frente a los ojos todo tipo de bellezas materiales y espirituales, nos enseñan a utilizar la maravillosa herramienta que es la imaginación, a extasiarnos en el surgir de un sueño, disfrutar de un momento de alegría, dar color a las fechas desteñidas por el tiempo, aprendemos viendo y leyendo el efecto de lo que es dar un paso sin resuello, a liberar el camino de escombros, evocar el recuerdo de un beso ansiado que no se repitió, escribir poemas, buscar sueños perdidos en la voz de la mañana o en la tibia aguja de una gota de rocío, aprendemos a ver en sus escritos y lienzos lo que es el agrio vino de la soledad y el sabroso néctar de las alegrías.
Rebotando llegan a nosotros los días y las noches vividos por estos caminos de tierra y de cielo, unas veces avanzamos cantando, otras llorando, tenemos las manos llenas de ausencias, de recuerdos, de asombros, de quehaceres, de caricias, de alegrías, de espinas y de extensas tempestades.
En todo encontramos un límite para realizarnos, progresar y ser seres con derechos, sueños propios y potestades. Más que de fe estamos llenos de incertidumbres, políticos, religión, sociedad y mundo nos impide el paso seguro por los caminos de la libertad.
En la calle los pasos se pierden dejando muchas huellas y sufrimientos y en la nula esperanza de cada día se van quedando los últimos sueños…
Podremos perderlo todo, quedarnos sin puerto y sin arrimo, podremos no escuchar la voz de la razón, perder el mensaje de nuestro propio mensajero, podremos tropezar y caer pero nunca permanecer lisiados de alegría. Nos perdemos en el camino buscando sueños y felicidad, mientras el tiempo nos tantea, mide cada minuto y acorta el camino.
La vida es la que tenemos ahora. Así tengamos cien años no hay otra, no importa la incipiente calva ni las arrugas ni el aire de victrola vieja sin música ni gracia, tampoco importa si ya nuestros ejes están desgastados, la mirada cansada y crujan escandalosamente nuestros viejos resortes.
El tiempo para vivir es ahorita, los límites para ser felices no existen, nada es imposible en esta tierra mientras el cielo sea el límite…
Amanda N. de Victoria