Al analizar opciones para el relevo de regímenes depredadores que utilizan la fuerza bruta para sostenerse en el poder conviene repasar la historia, desmontar mitos y centrarse en detalles. Al hacerlo, resulta que para la salida de muchos regímenes brutales resulta fundamental conjugar los mismos ingredientes que los sostienen: La fuerza y el dinero.
La última vez que Venezuela salió de una dictadura corrupta y de fuerza fue el 23 de enero de 1958, con una serie de acontecimientos que abrieron paso a la democracia. Detallar ese tránsito puede asomar posibles escenarios de salida a la situación actual
Para ello, hace falta revaluar las leyendas que atribuyen aquella experiencia a épicas gestas de resistencia y míticas masas. Lo cierto es que, si entonces la oposición, la huelga y la protesta cívica fueron importantes factores coadyuvantes en la erosión de la dictadura, la acción específica que dio el puntillazo definitivo provino casi exclusivamente de sus propias huestes armadas.
Aquello fue un golpe de estado, puro y duro, protagonizado por coroneles como Romero Villate, Casanova, Araque, Quevedo, Moros, Castro León, Nieto Bastos y el capitán de Navío Montero, encabezados a última hora por el contralmirante Wolfgang Larrazábal.
De hecho, aquel 23 de enero de 1958 los principales dirigentes civiles se encontraban presos o en el exilio. Ni un solo civil, ni mucho menos algún dirigente político, ni siquiera los militares alzados poco antes con Hugo Trejo, formaron parte de aquella primera junta de militares que hasta el día anterior se creían leales al régimen.
Dos de los principales de esa primera Junta, los coroneles Romero Villate y Casanova se encontraban tan comprometidos con la represión e identificados como parte del perezjimenismo “duro” que fueron “obligados” a renunciar al día siguiente. El detalle que generalmente se omite del proceso es que a cada uno de ellos se le hizo un pago efectivo de U$ 100,000 – de la época – para que se retiraran en santa paz, reemplazandolos con dos eminentes civiles independientes, Eugenio Mendoza y Blas Lamberti.
Otro detalle poco resaltado es que uno de los principales propulsores de aquel golpe – el general Jesús María Castro León – protagonizó poco después uno de los más peligrosos atentados contra la democracia naciente.
Resulta que las salidas a la democracia no siempre son gestas épicas y enaltecedoras, ni protagonizadas por héroes y heroínas, puros idealistas, mirlos blancos, y vírgenes vestales; sino que la solución más efectiva con frecuencia reside en los detalles más prosaicos.
Antonio A. Herrera-Vaillant