Encandilado por tantas luces y sombras en el camino, uno se siente verdaderamente desorientado a la hora de vislumbrar futuros, ni siquiera presente, y ello es válido para lo que se asoma en la relación entre Colombia y Venezuela.
Me considero, a la hora de las identificaciones, como un persistente observador comprometido, crítico y propositivo, en relación a todo lo que tenga que ver con el funcionamiento de ambos países y por supuesto, de cómo andan sus relaciones. Además, en mi caso particular pudiera decirse también que soy pesimista, entre otras razones, por no ser ni siquiera simpatizante y menos aún militante de las causas que encarnan los presidentes Petro Urrego y Maduro Moros.
Tal vez por todas esas circunstancias es que acudo a la historia reciente para reafirmar mi opinión de hoy y constato que, en 1958, hace apenas 64 años, ambos países casualmente iniciaron procesos democráticos como sistemas políticos de vida institucional y desarrollaron políticas exteriores e internacionales basadas en principios de libertad y de lucha contra la dictadura. En Colombia fue con el Frente Nacional; en Venezuela con el Pacto de Punto Fijo.
Este encuentro democrático primó también en las relaciones entre los dos países que atravesaron por supuesto situaciones de bemoles y de sostenidos, de avances y retrocesos, y vistas desde la perspectiva del presente, fueron tremendamente positivas.
Pero esta situación de relativa continuidad en la relación colombo-venezolana se termina definitivamente en 1998 con la llegada de Hugo Chávez al poder. A partir de allí se inicia en Venezuela un traumático y galopante proceso de desvalijamiento de toda la estructura democrática anterior y se instaura un sistema de vida conocido como Socialismo del Siglo XXI, que es el que hoy estamos padeciendo; mientras tanto, Colombia que busca persistente la paz, convive y aprovecha al gobierno de Chávez para comprometer al gobierno cubano en el que era su objetivo vital: lograr la paz sin medir las consecuencias que ahora padecemos.
Dos países, ora tan distintos ora tan distantes, desconfiados el uno del otro, con permanentes relaciones tirantes, asimétricas, antagónicas; con democracia en crisis en una de sus partes y con dictadura en ascenso en la otra, entre las dos se produjo el más puro chantaje bilateral. Fue la característica más destacada de su cohabitación. Después ese tinglado, cuando ya no se fueron necesarios, se vino todo abajo. Y entonces terminan rompiéndose esas relaciones formalmente en 2019, aunque la verdad sea dicha, estaban ya desvencijadas desde hacía ya mucho tiempo.
Ahora bien, dentro de ese marco comprensivo se inicia hoy una relación “inédita”, que tiene de especial a dos presidentes de izquierda, por primera vez en la historia de ambas naciones, en un continente plagado de izquierdismos y fracasos, que han anunciado en el caso colombo-venezolano unas primeras decisiones y han dado los primeros pasos para “restablecer y normalizar” sus relaciones.
La prioridad parece ser, además de nombrar embajadores y abrir consulados, restablecer el comercio fronterizo, al mejor estilo neoliberal. Porque además si vemos números y establecemos realidades, nos damos cuenta de que esa prioridad es irrealizable ingobernable por utópica. Y, además, de cuándo acá es prioridad para gobiernos socialistas el intercambio comercial. Pero en todo caso es algo. Quién podría estar en contra. Hay mucha gente ilusionada con estos sueños. Ojalá no conviertan a la frontera en el paraíso de los bodegones al mejor estilo venezolano y no pasen de allí.
Que qué proponemos entonces, nos dirán. Les respondo que ya estamos cansados de diagnósticos sobre la frontera común, sobre la cual hay cientos de estudios y proyectos para todos y cada uno de los interminables temas de esa realidad compleja que es la frontera.
Ya desde 1963, volviendo a la historia, los presidentes Guillermo León Valencia y Rómulo Betancourt, solicitaron al Banco Interamericano de Desarrollo, un informe sobre las posibilidades de la frontera colombo-venezolana, que fue entregado en 1964 y que con alguno que otro capítulo nuevo, sería un interesante punto de partida. Por allí reposan también los informes de la Comisión para Asuntos Fronterizos y la Comisión de Negociación que funcionaron entre 1989 y 1999. Hay también, es verdad, nuevas realidades, todas negativas, que habría que enfrentar de manera conjunta, pero esto es harina de otro costal.
A lo que vamos ahora, a lo que debería ser el foco central de las relaciones colombo-venezolanas, el punto clave, nodal diríamos, y más si de dos gobiernos socialistas se trata, es el de concentrar preocupación, esfuerzo y decisiones, pragmatismo solidario, en los problemas humanitarios que tanto venezolanos como colombianos padecen bien sea por persecución, desplazamientos forzados, crisis política, económica y social, humana, en suma, y que han huido de sus respectivos países buscando alivio a sus penurias. Agréguele usted a los sempiternos habitantes de esa frontera común que pareciera que ya no pertenece ni a Colombia ni a Venezuela, tercer país, quinta frontera, que padecen de miles de penurias históricas, unas viejas y otras no tanto.
Hacia ellos debería concentrarse el esfuerzo del proyecto político común, para así “normalizar” la existencia de tanta gente que sufre. Sería un gran aporte de estos gobiernos que hoy coinciden, quién sabe hasta cuándo, en esa franja compleja y no sin contradicciones y pugnas entre ellos mismos, “izquierda cobarde”, que es la que constituyen los partidos e ideologías de izquierda en Latinoamérica desde México hasta la Patagonia, que por vía electoral ha accedido al poder, es verdad, y que pueden salir de él por vías similares, si es que no se perpetúan en el mismo como ha sido y es, hasta ahora, el caso venezolano.
Leandro Area Pereira