En 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, el economista austriaco Friedrich Hayek publicó en Inglaterra, un libro de divulgación sobre las nefastas consecuencias de la planificación socialista. La obra, escrita para el gran público, se titulaba Camino de servidumbre, y fue un éxito instantáneo que lanzó a la fama a quien, hasta entonces, había sido un brillante teórico apenas leído por especialistas. La tesis del libro se podría resumir en pocas palabras: la planificación socialista de la producción y el consumo conducía inevitablemente a la tiranía.
Lo que sucedió después de la guerra le dio la razón a Hayek. En todas las latitudes y en todas las culturas, el socialismo, al menos en su variante comunista, derivó en tiranía. Los eslavos de Polonia y Checoslovaquia, los alemanes del Este, los coreanos del norte de la Península, los chinos de Mao, posteriormente la Cuba de Castro y la Nicaragua sandinista, pese a sus diferencias, desembocaron en los mismos calabozos. Igual sucedía en el mosaico yugoslavo, hecho de retazos cristianos e islámicos, en la Rumanía latina y en la Albania de cultura turca. Ocurría siempre, independientemente de la cultura o de la raza de la sociedad, y no sólo por designio leninista, sino porque el sistema comunista resultaba tan contrario a la razón y al sentido común que sólo se podía imponer con el terror y los paredones de fusilamiento.
Otra idea de Hayek, muy relacionada con el contenido de Camino de servidumbre, es la de «la fatal arrogancia», muy influenciada por su maestro Ludwig von Mises. Allí, desarticula esa necia creencia de los planificadores colectivistas en que ellos pueden sustituir la creatividad y acumular todo el conocimiento sobre necesidades y deseos de la sociedad, y pueden calcular costos y asignar precios, sustituyendo artificialmente al mercado, sin admitir que la experiencia demuestra que esa ingeniería económica artificial tradicionalmente ha conducido al desastre.
Friedrich Hayek murió en 1992 pero su idea, o más bien su concepto de «la fatal arrogancia», es totalmente compatible para explicar el desplome brutal de una economía como la venezolana, desde la llegada al poder del infame socialismo del siglo XXI. La fatal arrogancia de Hugo Chávez, y por extensión de Jorge Giordani, al manipular las variables económicas, intervenir el libre mercado venezolano, sin dudas, constituye el génesis de nuestra tragedia. Una tragedia que ha arrasado un país en otrora productivo y ha empujado a más de 5 millones de personas al exilio.
Cada vez que uno escuche a alguien en la televisión, en las redes o, directamente en las calles, recurrir al concepto de “precio justo”, hay que recomendarle la lectura de “La fatal arrogancia”. No existe el “precio justo”. En primera instancia porque las condiciones socioeconómicas varían en cada región del país, y en segunda instancia porque no existe una especie de figura supraterrenal que pueda determinar cual es el mentado precio justo de un artículo.
Seguir usando esos conceptos, es llevar agua a los molinos del gobierno en el sentido de rebajar la responsabilidad por la hiperinflación que ha sufrido Venezuela desde la llegada al poder de Hugo Chávez. La fatal arrogancia socialista es la única responsable de las calamidades actuales de Venezuela, y de gran parte de Latinoamérica, con Argentina a la cabeza. La fatal arrogancia socialista no debe privar en las mentes de los jerarcas de la economía en la región. Ni un día más.
Félix O. Gutiérrez P.