La diferencia de criterios políticos forma parte esencial de la experiencia democrática civilizada, y ofrece a la gente opciones contrastantes para lograr sociedades sanas, mejorar condiciones de vida para la población, y corregir los errores y entuertos que inevitablemente surgen en toda administración pública.
Para el fértil flujo de ideas disímiles es indispensable una libertad de pensamiento y expresión que tolere siempre las opiniones ajenas, aún sin compartirlas. Una democracia civilizada es el anverso de toda política de odios, violencias y rencores donde la opinión ajena se descalifica, anatemiza y sataniza, y el adversario se convierte en enemigo.
Por eso es refrescante la reciente reacción del presidente chileno Gabriel Boric – con todas las profundas diferencias ideológicas – ante la atronadora derrota del mamarracho de “constitución” propuesto por los extremos más estrafalarios del espectro político chileno.
En estas latitudes la izquierda cívica, civilizada y decente necesita con urgencia referencias de liderazgo inteligente y sensato que les represente en un concierto político de serena convivencia y respeto, como alternativa a las huestes escandalosas, resentidas y vitriólicas que hacen vida en el vandálico Foro de Sao Paulo.
Las conciliadoras palabras de Boric: “Recojo con mucha humildad este mensaje y lo hago propio. Hay que escuchar la voz del pueblo”, sin buscar excusas o culpables del fracaso político, contrastan dramáticamente con la pueril reacción del actual mandatario colombiano que paralelamente desnudó sus propias limitaciones éticas e intelectuales con la tontería de que: “resucitó Pinochet”. Ojalá tan frívola expresión no se revierta en su propia patria con la resurrección de esa muy nutrida hueste de fantasmas de la sangrienta historia colombiana.
Lo deseable para todo el Hemisferio – incluso al Norte – será que en adelante comiencen a hacerse sentir los moderados y verdaderos “progresistas” de todas las naciones, dejando de lado a los extremistas – de un lado y otro – que solo conciben la victoria como el aniquilamiento total y capitulación incondicional del adversario político.
En todos los países hay una enorme mayoría silente que anhela retomar senderos de sensatez y tolerancia, abandonar las hipérboles, caricaturas y simplismos, echar de lado las histéricas teorías conspirativas, la maledicencia, la amargura y el resentimiento. Ojalá ese fresquito político que llega de Chile venga siendo la resurrección de la convivencia que tanta falta hace en este mundo. El extremismo es enemigo común de todos.
Antonio A. Herrera-Vaillant