Venezuela fue hasta hace varias décadas una de las naciones sudamericanas más ricas y opulentas de la época, país que gozaba de un clima tropical similar a los territorios más hermosos del Caribe.
Sus altos y modernos edificios, acompañados de extensas carreteras pregonaban al mundo que la región qué más whisky consumía gozaba de una estabilidad económica e inflacionaria envidiada por sus vecinos latinoamericanos.
Se comía y bebía de todo hasta rabiar; sobraba para darle a las mascotas y animales callejeros.
Es lo que llamamos gula, un pecado capital para la religión cristiana y el catolicismo, vicio del deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida.
Teníamos de todo. Nos sobraba. «Éramos ricos y no lo sabíamos», o «está barato, dame dos», son algunos de los dichos que se recuerdan de la época y que hacen referencia al gran poder adquisitivo que los venezolanos gozábamos.
Nos llamaban «la Venezuela Saudita» o «el millonario de América». En nuestro país había que juntar a 20 personas para encontrar una con hambre.
Las imágenes de aquellos días han sido olvidadas y hoy el país se encuentra hundido en la pobreza y escasez, que ostenta una crítica hiperinflación.
De aquella glotonería con familias lanzando sobras en los basureros, hoy tristemente vemos gente buscando comida en los contenedores, así se diga: “esto se está arreglando”. Una imagen que resume la crisis económica de la Venezuela actual en un país revolucionario mal repartido.
Por eso la gula ha sido excluida en Venezuela de los 7 pecados capitales.
Estamos pagando por nuestros errores y en particular por creer que con la voracidad de diversos apetitos económicos de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro se cambia una sociedad o se avanza hacia el progresismo. Y la historia es un muestrario interminable de ese tipo de fracasos.
El pecado de gula, como es sabido desde la Edad Media, es “carnal”, en contraposición a los “espirituales” como la envidia y la soberbia. Ha pasado de pecado de los ricos a pecado de los pobres, de depravación individual a tendencia social.
La emergencia humanitaria compleja que se acentuó en el país mientras las riendas del Estado están en manos de la revolución lo destruyó todo. Cada vez se percibe con más fuerza. La desventura se instaló en hogares donde expulsarla luce como utopía.
Datos que generan alarma pero que asumen otra dimensión cuando pasan a convertirse en un testimonio, como los que relatan quienes desde hace tiempo miran de cerca el rostro de la indigencia, o los más de 6 millones que han huido del país, sin contar quienes han fallecido en la odisea.
Y es que la inédita ola migratoria de los últimos años por la crisis económica, social y política ha generado grandes cambios demográficos que han terminado por convertir a Venezuela en un país de viejos y niños lo que, más allá de los dramas familiares particulares, tiene graves implicaciones para el presente y el desarrollo futuro del país.
Para un gobierno totalitario, el hambre es la herramienta perfecta de someter a una población. Delcy Eloína Rodríguez Gómez, Vicepresidenta de Venezuela desde 2018, señaló años atrás que “los venezolanos podrán morirse de hambre, pero que es más importante defender la patria que comer”.
El pasado en Venezuela fue una sociedad del exceso. En aquella época era posible tener y obtener casi cualquier cosa que la imaginación se antojara. Nunca se había facilitado tanto el acceso a todo tipo de bienes, no sólo de lujo, sino de otra clase que se pudiera necesitar.
Supermercados abarrotados de todo tipo de alimentos. Centros comerciales gigantescos que albergaban en sus tripas mucho más de lo que pudiéramos necesitar. Ropas, alimentos, muebles, coches, vinos, etc.
Toda esa opulencia fue el sinónimo de prosperidad económica calificado así por algunos analistas, mientras que otros prefieren hablar de la sociedad del exceso.
Aquellos quiénes por distintos motivos vivieron instalados en un mundo de apariencias, hoy lo hacen en una absoluta miseria que sólo alberga telarañas en su despensa.
Lo que ayer nos hacía felices hoy se desplazó hacia la penuria, un modelo en el que la sociedad no existe, sólo los “nuevos ricos” que conciben al ser humano de manera egocéntrica y destruyen la naturaleza social de los seres.
En una economía dependiente del ingreso petrolero, la caída de los precios del mercado sumió a la nación en una profunda recesión, mientras luchaba contra la autocratización de un régimen político que seguía avanzando en la destrucción de sus instituciones democráticas, la herencia de Chávez que Maduro agudiza.
Hoy en Venezuela se pueden ver restaurantes con langosta, bife de chorizo y queso francés en el menú, a donde concurren mayoritariamente comensales egresados del saqueo nacional, pero en la otra Venezuela aparecen zonas de extremo infortunio donde los niños encajan aquella figura del africano con cuerpo esquelético.
Orlando Peñaloza