Tal vez, entre julio o agosto de 1961, ingresé a Radio San Cristóbal, ciudad del estado Táchira como office boy, es decir, hacía mandados, iba a la papelería, bancos, en otras palabras era el i-ve-eme de la oficina, hasta que por iniciativa propia caí en el departamento de prensa donde, cuaderno de a locha en mano, salí a buscar las novedades policiales y de tránsito en el Hospital Central para que el periodista de guardia las redactara.
Fácil la cuenta. Fue mi punto de partida en este duro oficio. De eso hace exactamente más de medio siglo, cuando los días y meses eran sin fin, nunca parecidos al de estos en que el tiempo vuela y la vida es diferente.
En la época, quien tenía vocación para eso podía ser autodidacto (a), definido como “sujeto que lleva a cabo un auto-proceso de enseñanza-aprendizaje partiendo de su juicio crítico de los conocimientos adquiridos y por adquirir”.
Se hacía imperecedero el tango de Gardel de apenas 20 años. En los de ahora, el ajetrear sólo es inacabable en la espera de la quincena (para quienes la tienen), el depósito bancario a los pensionados, jubilados, y esos paños de agua tibia que está colocando Nicolás Maduro ante la crítica situación que vive Venezuela.
Es difícil escribir de uno mismo (¿vanidad?). Más tarde, un día el jefe de redacción me rompió en el desaparecido diario Vanguardia de dicha localidad una noticia 8 veces, y al final, por inercia, me dijo: “Pudo haber quedado mejor.”
Había tomado posesión en la vieja máquina de escribir Remington por un chance que me dio la vida y el deseo de ser periodista desde los 13 años de edad.
Sesenta años no es nada. En aquellos tiempos supe de una expresión del propio colega que hizo añicos mi nota, que rompiendo cuartillas se formaban buenos periodistas.
Dejaba atrás la escoba, los mandados y un paupérrimo sueldo de 30 bolívares mensuales, cerquita de los días en que EE.UU, el 3 de enero, rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba tras la petición de Fidel Castro de que redujera a 11 miembros el personal de la embajada en La Habana.
El martes 17 del mismo mes y año, Patrice Lumumba, ex jefe del gobierno congoleño fue derrocado y semanas después asesinado el 15 de enero de 1961 durante su traslado a Katanga para ser entregado a Tshombé, mediante un complot en que participó EE.UU, Bélgica, los Cascos Azules de la ONU y los separatistas de Katanga.
Un año después, ya cuando había borroneado algunas cuartillas, aún Benjamín, el Presidente Rómulo Betancourt proclamaba una nueva Constitución (la 26 que se daba en el país).
La Revolución Cubana inspiró a muchos en Venezuela, tanto que a lo largo de este año se sucedieron un par de eventos insurreccionales en Carúpano y Puerto Cabello, repelidos rápidamente.
Fue el tiempo para que los rebeldes tomaran las montañas y se iniciara una incipiente vida de guerrilla. El saldo, por la acción rebelde en Puerto Cabello fue de más de 400 muertos, unos 700 heridos, la suspensión de garantías en todo el territorio nacional, y la proscripción de los partidos comunista de Venezuela (PCV) y Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), involucrados en la insurgencia.
La respuesta del régimen ante la asonada fue contundente: “Se rinden antes del amanecer o el gobierno utilizará el lenguaje de las armas”.
No mucho más tuvo que decir Rómulo Betancourt a los rebeldes que en la madrugada del 4 de mayo de 1962 se alzaron contra el gobierno en la ciudad de Carúpano.
Ese lenguaje fue más que elocuente y la revuelta tuvo corta vida. Al menos en esa etapa.
En realidad la rebelión debió estallar simultáneamente en varios lugares del país, pero las fallas de coordinación dieron al traste con los planes y terminaron en las tragedias que conocemos como “El Carupanazo” y “El Porteñazo”.
Sesenta años, que poquita cosa, sin ignorar que dentro de ellos cuentan los 21 con los que me honró “EL IMPULSO”.
Escribo estas cosas, no sé, que no buscan aplausos, trofeos, homenajes ni nada, como dijo mi gran amigo y colega Oscar Armao Mendoza, de quien me inspiré cuando contó un inicio similar, respetando las distancias, por supuesto.
Son 6 decenios con recuerdos de un periodismo que persigue la excelencia en un país sin mucha hambre, inflación, crímenes ni conflictos en los centros penitenciarios donde mandan son los reos, con muy buenas gentes en laborioso empeño de hacer las cosas de la mejor manera.
Amigos, por la gracia de Dios y el Espíritu Santo muchos. Enemigos, conozco los que no están ocultos.
Hoy tránsito la misma ruta animada de sueños como en los extraordinarios años 60, aunque las señales del físico dejen ver una realidad distinta.
Lucidez queda mucha, fortaleza igual. El músculo aun no duerme. Pujanza y modestia para seguir en la brega, mientras Papá Dios disponga otra cosa.
Orlando Peñaloza