“Cuántos sacrificios por esta causa de nuestro corazón. Con la muerte de Pedro León Torres hemos perdido un compañero digno de nuestro amor; el Ejército un soldado de gran mérito y la República, uno de sus hijos de esperanzas para el día de la paz”
Simón Bolívar, 1822.
“A Pedro LeónTorres primero que a otro para General, es un muchacho al que se le debe mucho el triunfo de ayer.”
General en Jefe Manuel Piar,
después de la Batalla de San Félix,1817
“…hay fantasmas históricos que constantemente se hacen sentir, como es el arquetipo mesiánico del Hermano Mayor, que nos carcome, de ayudar a los pueblos hermanos (…) arquetipo que parece venirnos de nuestros padres libertadores, pero que si hurgamos un poco más nos damos cuenta que esa voluntad de transformación es mucho más vieja: procede de la conquista. Los libertadores sólo la continuaron …”
Francisco Herrera Luque.
Los viajeros de Indias, 1961.
Advertencia preliminar.
Los ensayos que acá presentamos son una suerte de florilegio, una colección de escritos que guardan como una independencia unos de otros y que en consecuencia se pueden leer de manera aislada. Tampoco tienen un rigor cronológico, pero guardan un destacadísimo hilo conductor que los unifica y proporciona solidez, esto es, la figura mitológica y legendaria del General de División Pedro León Torres, Héroe de la Independencia de Suramérica que derrama su sangre por la Libertad de estas tierras a la corta edad de 34 años luego de ser herido mortalmente en la Batalla de Bombona.
Con la presentación de estos ensayos queremos hacer una contribución pedagógica en el conocimiento de esta eminentísima y protagónica figura, que se forja con sus dotes organizativas, decisión y valor conduciendo sus tropas en las Campaña de Guayana y la Campaña del Sur liderada por el Libertador Simón Bolívar, dando lugar con esa epopeya heroica a lo que el historiador Reinaldo Rojas ha llamado la construcción de una “religión laica”.
Han transcurrido largas y prolongadas dos centurias desde que el General de División Pedro León Torres ascendiera con gloria a la inmortalidad, allá en Yacuanquer, Departamento de Nariño, Colombia, y aún no hemos logrado los venezolanos del tercer milenio repatriar los restos mortales del Héroe de las decisivas batallas de El Juncal, San Félix y Bomboná, la más destacada figura de una familia completa, los llamados Siete Macabeos de la Independencia, los Siete Hermanos Torres, consumidos por nuestra hecatombe guerrera, una fascinante historia con resonancias bíblicas, una pertinaz deuda, una obligación histórica que debemos saldar a la brevedad. Nuestro Panteón Nacional aguarda al Héroe caroreño para que en ese lugar sagrado se consolide nuestra comunidad imaginada, la Nación Venezolana. No esperemos más tiempo.
Ciento treinta y siete largos días del General Torres.
El día que iba a morir, el General Pedro León Torres comenzó a evocar su breve, pero muy intenso y fulgurante paso por la vida terrena aquella tarde de ráfagas de frío y neblina yacuanquerinas. No encontraba cómo empezar aquella memoriosa reconstrucción que arrancara en los días más soleados y estivales de su Carora natal. Juana Francisca Arriechi, su madre, comenzó a sentir dolores de parto el día del patrono san Juan Bautista, bajo el canto ensordecedor y prolongado de las chicharras, pero el niño asoma su cabecita al mundo el 25 de junio de 1787. Esa casi coincidencia lo marca indeleblemente hasta su intermitente y entrecortado deceso que se anuncia en ciento treinta y siete prolongadisimos y extenuantes días, muy lejos del balido de las cabras y del silencioso relámpago vespertino occidental del semiárido venezolano. Se convertirá desde ese momento Pedro León Torres en héroe mesiánico de la luz que vence las tinieblas del despotismo.
“Creo que la bala que me tumba del caballo en los profundos y traicioneros riscos de Bomboná no dañó mi memoria, pues mi retentiva aguantó las ráfagas de pólvoras y metrallas realistas. No se me tranca la bestia, tal como le sucedió al asturiano José Tomás Boves ocho años atrás, allá en Venezuela. Yo, que soy coleador de toros desde mozuelo, no pude dejar que mi caballo se detuviera en aquel momento preciso de la batalla. Quería mostrarle a Su Excelencia el Libertador Simón Bolívar que mis galones y charreteras de General habían sido ganados limpiamente, despreciando sin miedo ni sobresalto la oscuridad de la muerte.”
Arenales fue el comienzo de los Siete Macabeos de la Independencia.
La pequeña Mesopotamia del semiárido occidental venezolano fue el lugar de inicio de uno de los grandes portentos de la Emancipación de Sudamérica. En una finca denominada El Tigrito, una dama de ascendencia vasca y casada con tenerifeño da a luz a los que la excepcional circunstancia histórica convertirá en lo que llama don Tulio Febres Cordero Siete Macabeos de la Independencia o Siete Infantes de Lara. Un verdadero prodigio epopéyico que no se repetirá en ninguna localidad venezolana, Caracas incluida. Sus sangres venían entonces insufladas de libertad y patriotismo por ambos progenitores, dos protonaciones de la España invertebrada: el indómito y rebelde País Vasco y el orgullo nacional en ciernes del archipiélago de Canarias, con epicentro en Tenerife. Dos utopías que los hermanos Torres Arriechi pensaron hacer realidad en las tierras de ultramar americano. Y por ello dieron sus preciosas vidas estos siete viriles y decididos varones del semiárido venezolano por conseguirlo. Poseían acá casa solariega y una boyante y bien administrada finca con mano esclava llamada El Tigrito.
Se convirtieron los hermanos Torres desde niños en diestros y consumados jinetes, al tiempo que practicaban el peligroso deporte de los toros coleados, todo lo cual contribuye a que estos hombres hayan realizado la portentosa hazaña de recorrer a lomo de mulas y caballos buena parte de Suramérica. Pero debemos destacar con don Mariano Picón Salas, que estos seres humanos y estas bestias mulares eran los más resistentes de toda Venezuela puesto que por selección genética se convirtieron en incansables y duros especímenes. La Independencia de Suramérica debe mucho al semiárido venezolano y a esta pequeña y remota parcela del estío llamada Los Arenales, la Mesopotamia del Estado Lara.
En el vetusto cementerio arenalense, rodeados de cardones y tunas, reposan los restos mortales de su madre, Juana Francisca Arriechi, y los de su mentor y maestro, el presbítero bachiller Félix Espinoza de Los Monteros, religioso animado por el republicanismo y la lucha contra la odiosa esclavitud humana. Los Arenales y Carora se disputan cordialmente el lugar del nacimiento de estos Héroes brotados del semiárido venezolano, que fueron a derramar sus preciosas sangres muy lejos, en la feraz y cálida tierra de la Guayana venezolana, en las inmensas y gélidas alturas de los Andes suramericanos, y derrotar a uno de los mayores imperios de la época, el Imperio Español, una epopeya y gloria grandiosa.
El presbítero bachiller Félix Espinoza de Los Monteros, mentor de los Hermanos Torres.
Uno de los primeros educadores de occidente venezolano será este extraordinario sacerdote y bachiller que abre en Arenales, hogar de la familia Torres Arriechi, una escuela de latinidad, un verdadero portento de la cultura y del saber que ha ignorado el arrogante centralismo cultural venezolano. El río Tocuyo comenzó desde entonces a declinar frases y verbos en el idioma del Lacio, cuando esta matricial lengua asistía al ocaso de su universalidad. Es que Hispanoamérica no coincide en su hora plenamente con la hora de Europa. En esta antiquísima lengua mediterránea conocerán los hermanos Torres Arriechi el Éxodo bíblico y la liberación del yugo faraónico del pueblo elegido por Jehová Dios, lo cual podría interpretarse como antecedente remotísimo de la Teología de la Liberación Latinoamericana del siglo XX. Desde el púlpito de la iglesia por él edificada en el pequeño poblado ribereño condenaba acremente el cura y bachiller caroreño por anticristiana la odiosa esclavitud que justificaba desde antiguo el filósofo Aristóteles.
Las ideas ilustradas que luchaban ardorosamente contra el fanatismo y la superstición resuenan con entusiasmo al final del dieciochesco siglo colonial en esta perdida aldea del semiárido, que conoce por boca del presbítero bachiller Espinoza de Los Monteros en la Escuela de Primeras Letras y Catedra de Latín la noticia de que las Trece Colonias americanas habían decidido sacudirse del coloniaje de la “Pérfida Albión”, que la cabeza del rey de Francia había rodado en la guillotina, y que los Jacobinos Negros se habían atrevido a crear, para asombro planetario, una Republica en una pequeña isla frente a las costas venezolanas, material literario que tomará en el siglo venidero el inmenso escritor Alejo Carpentier.
Las ideas de este sacerdote caroreño constituirán a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, un fresco histórico anticolonial, antiesclavista, antimonárquico, una auténtica Contracultura, así la llamaría nuestro genial y malogrado filósofo venezolano Ludovico Silva. Hizo el presbítero bachiller Félix Espinoza de Los Monteros en pequeño y de forma oral para una pequeña y remota localidad, Los Arenales, lo que en esos mismos años realiza el guariqueño Juan German Roscio (1763-1821), un desagravio a la religión ofendida por la tiranía. Dios se hizo patriota. Al calor de las lecciones de Latín y las proclamas revolucionarias del sacerdote caroreño se formaron para la libertad el fraile Ildefonso Aguinagalde, el de la maldición famosa, Julián Montesdeoca, Estanislao Castañeda, Fernando Perera y los magníficos Siete Hermanos Torres. Una pléyade de héroes formados bajo la amable protección de frondosos cujíes, yabos y curaríes.
El Doctor Juan Agustín de la Torre, eminente tío de los Hermanos Torres.
Unos mortales hongos alojados en sus pulmones acabaron con la eminente vida de este sabio caroreño en 1804, quien proveniente de una familia oriunda de Tenerife, islas Canarias llega a la Rectoría de la Real y Pontificia Universidad de Caracas. No pudieron sus ojos ver, en consecuencia, los gritos de independencia que brotaron después de Abril de 1810 en Caracas y que seguramente hubiese apoyado con entusiasmo y decisión tal movimiento, pues sus precursores e iluminados escritos nos revelan una como idea de independencia intelectual de las colonias de ultramar de España. Si su tío, Rector de la Real y Pontificia Universidad de Caracas desde 1789, combatió con las nuevas ideas modernas de Gassendi, Descartes y Newton los polvorientos e inoperantes silogismos aristotélicos enquistados en esa casa educacionista, defiende el ilustrado caroreño al doctor Baltazar de los Santos Marrero, quien se atreve enseñar la nueva fisca newtoniana en las aulas de la Universidad de Caracas.
Al proclamar el racionalismo en la ciencia, dice el historiador de la educación Ildefonso Leal, al atacar los vicios que corrompían y retardaban la ilustración de los venezolanos, Juan Agustín de la Torre, mucho antes que Miguel José Sanz y don Simón Rodríguez, enciende la antorcha de la libertad que se alcanzará plenamente con la revolución de Independencia. El sabio caroreño dice que “Ninguna nación ha hecho progresos de consecuencia por las armas, por las artes, agricultura y comercio, hasta que se ha entregado al indispensable cultivo de la ciencia.”
Si su eminente tío paterno combate e impugna las idas colonialistas en la academia, por qué no habrían de hacerlo los hermanos Torres Arriechi con las bayonetas, para derribar la casona colonial, ya políticamente vetusta y decrépita, tal como les había enseñado el presbítero bachiller Félix Espinoza de Los Monteros en su Cátedra Latina arenaleña, un auténtico foco de luz y de conocimiento en las inmensidades del semiárido occidental venezolano.
Las hermanas del General Pedro León Torres: El magnicidio resbaloso. Carora, 1821.
La bebida emblemática y cargada de simbolismo de los caroreños ha sido a no dudar la resbaladera, una refrescante libación o chicha de arroz que pierde sus orígenes remotos en la noche colonial. Lo que hogaño se llama caroreñidad estaría incompleta sin la fragante bebida que otros llaman horchata, potaje alrededor de la cual se involucran las hermanas del General Pedro León Torres Arriechi y Su Excelencia el Libertador Simón Bolívar, una anécdota cargada de simbolismos y malentendidos que deseamos destacar.
Viene triunfante de Carabobo el Libertador y hace escala en la ciudad del Portillo de Carora en agosto de 1821, donde es recibido espléndidamente por lo más granado y distinguido del patriciado caroreño. Oye de nuevo aquí unas terribles palabras que no abandonan sus oídos desde la terrible caída de Puerto Cabello: bochinche, bochinche, proferidas por un monárquico caroreño; le ofrecen un banquete de despedida donde baila con la señorita Felipa Oropeza y Arriechi, degusta la tradicional resbaladera con arroz que le han preparado las hermanas del general Pedro León Torres, quien se encuentra en esos días en la Campaña del Sur.
Pero al llegar a la Casa del Balcón, donde se residenció, comienza el Libertador a sentir dolores estomacales, vomita. Sus edecanes y el general Juan José Flores pensaron lo peor: “¡Su Excelencia ha sido envenenado!” Con muy poca delicadeza y cortesía van de inmediato a la residencia de las autoras de la bebida malhadada causante del “conato” de magnicidio, donde una de las hermanas Torres, María de los Reyes, les dice airadamente y exhibiendo gran valor: “¡Díganle a Su Excelencia el Libertador que nosotras somos tan patriotas como él!”
Los venezolanos del tercer milenio y los caroreños en particular, hemos desaprovechado la oportunidad inmensa de convertir bandeja y escudilla donde se le sirve la resbaladera al Padre de la Patria en la ciudad del Portillo, en símbolo de la Nacionalidad venezolana y del acendrado y bonachón sentimiento regionalista de los habitantes del semiárido occidental venezolano y del Municipio Torres. Ya lo ha hecho la República de Colombia con un florero, precioso objeto que se ha convertido en el símbolo y alegoría de la nacionalidad de este país hermano, una nacionalidad creada por el empuje y decisión de los jóvenes patriotas venezolanos, de entre ellos nuestros generales Pedro León Torres y Jacinto Lara, patriotas caroreños liderados por el Libertador Simón Bolívar.
Luis Eduardo Cortés Riera