La idea de un país abúlico, resignado a la mala situación o conforme con los escasas y desiguales mejorías parciales de la dolarización para acá no tiene sustento en la vida cotidiana. La realidad es muy diferente. Durante el primer semestre de este año, hubo tres mil ochocientas noventa y dos protestas en Venezuela. Un promedio de veintidós por día. Casi una cada hora.
La proporción es mayor que la del año pasado. Reclamos por derechos económicos, sociales, ambientales y culturales son la motivación de las movilizaciones. La crisis humanitaria compleja que afecta a Venezuela alcanza una longitud en el tiempo y una profundidad en el tejido social que prácticamente ningún sector está a salvo. La emigración es un síntoma de su magnitud. Los datos de ACNUR, la oficina de Naciones Unidas, andan entre seis y siete millones de compatriotas. La proporción creciente de venezolanos víctimas de los peligros del tapón del Darién y de las diversas acechanzas del crimen organizado en América Central y México, son secuelas de las nuevas situaciones en el Sur que incentivan aventurarse a intentar ir a los Estados Unidos.
Pero ni siquiera esas cifras tan gruesas de gente que sigue saliendo disminuyen la presión de quienes vivimos aquí. La prueba está en el crecimiento de las protestas y en los resultados de todos los estudios de opinión. La mayoría descontenta es enorme.
Desde el poder, se ensaya una respuesta típica de los laboratorios del régimen cubano. Represión selectiva y promoción de manifestaciones que respaldan la propaganda oficialista que traslada la causa de los problemas nacionales y el reclamo, al escenario internacional: un enemigo externo para buscar justificar carencias y unirnos, colocando al que no se sume en “fuera de lugar” como en el fútbol, para ser acusado de apátrida y otras originalidades del repertorio.
Hemos tenido manifestaciones pro-oficialistas por el avión retenido en Argentina, con dosis de insultos al Presidente Fernández que agradecerán Cristina y “La Cámpora” y el martes 16, otra “en apoyo a las
reivindicaciones laborales de la revolución”, obvia contestación a la protestas de educadores, profesores universitarios y trabajadores en general. De la ONAPRE sacaron al director, pero mantienen el instructivo que motivó el reclamo generalizado.
En el poder, me parece, deben pensar mejor eso de la represión selectiva para sofocar las protestas. Esta vez no se trata de efervescencia ni de jóvenes que ingenuamente se lanzan a la calle, animados por el inmediatismo o la irresponsabilidad de algunos. Lo que vemos son expresiones de una situación social cada vez menos soportable. Es al fondo a donde deben mirar. A la causa del descontento, a los problemas no resueltos que se acumulan, a las políticas equivocadas que es necesario corregir.
En quienes tienen la responsabilidad de generar una alternativa política creíble, hace falta ocuparse en serio de generar esperanza, con diagnósticos certeros, propuestas realizables y demostraciones de compromiso verdadero con la gente. Sin descuidar, claro, las definiciones políticas indispensables.
Bajo la superficie aparentemente tranquila, se mueven corrientes cada vez más poderosas que serán más difíciles de domeñar.
Ramón Guillermo Aveledo