Por: Luis Eduardo Cortés Riera y Henry Vargas Ávila
La antigua ciudad de blancos de Carora ha tenido dos nombres en su ya larga historia de cuatro siglos y medio. Desde su fundación en septiembre de 1569 fue bautizada por el conquistador Juan del Tejo de manera mariana como Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora, pero este apelativo femenino tuvo poca suerte, pues apenas se mantuvo por tres cortos años hasta 1572. Este año fue rebautizada por Juan de Salamanca como San Juan Bautista del Portillo de Carora, una advocación masculina. Afortunadamente, en ambos casos conservó su denominación indígena de Carora, vocablo que significa cigarra o chicharra, lo cual puede que explique la antigua vocación cantarina y musical de la urbe.
No se sabe con precisión dónde estaba el desgraciado primer asentamiento de la ciudad, que fue incendiado por los feroces aborígenes ajaguas. Ante esta eventualidad sale desde El Tocuyo el capitán español Juan de Salamanca con el encargo de refundar el poblado, pues es importante sitio de aprovisionamiento y descanso en una ruta significativa hacia el Lago de Maracaibo, Trujillo y Coro. Un puerto terrestre lo denomina el querido profesor Taylor Rodríguez García.
El cambio abrupto del nombre de la ciudad de Carora en el siglo XVI es un hecho significativo y de gran importancia, que requiere situarnos en las ideas de estos hombres que pensaban de manera muy distinta a nosotros, hombres del siglo XXI. Se requiere un esfuerzo de imaginación importante para comprender tal decisión tomada hace más de cuatro siglos, pues se corre el riesgo de cometer anacronismo.
Lo primero a tomar en cuenta es que este genésico siglo de nuestra nacionalidad venezolana está firmemente dominado por las creencias religiosas, como nos lo recuerda con insistencia el francés Lucien Febvre: “el siglo XVI es un siglo que quiere creer.”. En tal sentido, debemos situarnos en las coordenadas mentales de esos hombres que tenían unas razones no solamente económicas, sino profundamente espirituales para orientar sus vidas. En sus horizontes anímicos estaba la idea de expandir el cristianismo, una religión que ellos creían la única verdadera y que tenía una misión a la que creían estar destinados los cristianos españoles: la Evangelización.
De este modo creemos que la denominación primera de Carora fue cambiada por motivos religiosos. Se produce un cambio de una santa patrona a un santo patrón. Esta antigua palabra tiene por significados los de protector o guardián. Ya no es una divinidad femenina sino una masculina la que tiene el deber de proteger aquel asentamiento humano recién fundado. Es posible que los repobladores se hayan sentido mejor protegidos y amparados por un santo patrón como Juan el Bautista que por la Madre de Dios, la virgen. Con una deidad femenina como protectora la ciudad primera sucumbió ante la ferocidad de los indígenas. Se esperaba que con san Juan Bautista tuviera mejor guardián la ciudad de blancos, cometido que cumple exitosamente este santo patrono. Se convierte el Bautista en su efectivo “mito fundacional”, su sentido de identidad que crea una tradición y una comprensión del mundo. Mitos fundacionales tienen las ciudades en todas partes del mundo y justifican que una ciudad está localizada en un lugar determinado: la diosa Atenea en Atenas, Rómulo y Remo en Roma, la serpiente en el tunal de México, para solo citar algunos ejemplos.
Se instala con san Juan en Carora el mito y rito cristiano del bautismo o inmersión en las aguas, un rito que convierte en cristianos a los indómitos aborígenes ajaguas, pobladores rebeldes del semiárido. La encomienda como institución en la que se ejerce una hegemonía se establece en Carora. Y lo mismo cabe decir de las cofradías o hermandades, de las cuales la más conocida por sus éxitos será la del Santísimo Sacramento, fundada en 1585. Parece poco menos que increíble que ya en el siglo XVI había cinco sacerdotes ordenados nacidos en la ciudad. A principios del siglo XVII comenzó la edificación del templo de san Juan Bautista, uno de las edificaciones religiosas más significativas del país, se erigen nueve parroquias y siete doctrinas con sede ambulante, nos dice Reinaldo Rojas. Todo un proceso de cristianización forzada que se realiza bajo el amparo y protección de Juan el Bautista.
La Psicología Analítica de Carl Gustav Jung (El hombre y sus símbolos) y sus arquetipos nos ayudan a comprender la significación simbólica del bautismo y del agua como componentes básicos de la psicología colectiva, concepto por él creado. Los arquetipos son dinamismos psíquicos muy antiguos que modelan la conducta humana. El agua y el bautismo son dos arquetipos muy importantes de esta psicología creada por el psicólogo suizo. El bautismo es un rito iniciático y el agua simboliza el renacimiento, lo que nos indica que la ciudad de Carora que fue quemada en 1569, se prepara para su renacer bajo la protección del Bautista. El agua es fuente de vida y el bautismo lava el pecado. De tal manera que la ciudad refundada en el semiárido tiene una suerte de segundo renacimiento de la mano de Juan el Bautista.
Otro arquetipo Jung es el arquetipo del cruce, que se puede interpretar como una transición de una situación agotada, la presente, y el comienzo de una nueva situación. Carora deja atrás una etapa de tres años que fue agotada por la furia de los aborígenes ajaguas, y avanza hacia una nueva etapa y en un nuevo lugar geográfico bajo el firme patrocinio de “la voz que clama en el desierto”, Juan el Bautista.
Este personaje, el Bautista, que es la culminación del Viejo Testamento e inicio del Nuevo Testamento, es una figura arquetipal que da a la ciudad reconstruida unos modos de vida: la frugalidad y el ascetismo. Carora necesitaba de ellos para sobrevivir en aquellos espinares y largos veranos del estío. Le da Juan el Bautista, entereza y dinamismo a la psique de estos hombres del siglo XVI que se asientan en una realidad geográfica dura, áspera, difícil y desconocida.
El bautismo es un ritual del cristianismo que contribuyó de manera muy destacada a la implantación firme del catolicismo del Concilio de Trento del siglo XVI entre nosotros. La vocación ecumenista de la iglesia católica se expresa en el bautismo, rito que hace de todos los seres humanos, sin distinción de raza o nacionalidad, hermanos en Cristo. Sacramento que se menciona en los libros sagrados, textos que contribuyeron a crear una “visión bíblica del mundo” con el que los hombres del siglo XVI interpretaron la realidad del Nuevo Mundo americano.
Pero no se crea que el marianismo quedaba ausente con la implantación del Bautista en Carora. El culto a la mujer tiene profundas raíces en Hispanoamérica y es un rasgo marcado de la conquista y la colonización desde México al Perú en la virgen de Guadalupe y Santa Rosa de Lima. En la ciudad del Portillo se estableció como patrona la Virgen del Rosario, a quien los españoles responsabilizaron del triunfo de la Gran Armada sobre los turcos en la célebre batalla naval de Lepanto en siete de octubre de 1571, encuentro armado que se produjo un año antes de la repoblación de Carora en 1572 por el capitán Juan de Salamanca.
Al siglo siguiente, cerca de 1650, se establecerá en Aregue, poblado indígena al noroeste de Carora, la devoción a la virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue, deidad femenina americana e indígena proveniente del Nuevo Reino de Granada, Colombia. En la actualidad es la virgen india de Aregue la patrona del Municipio General de División Pedro León Torres Arriechi y tiene entusiastas y fervorosos cultores en los estados vecinos de Falcón, Zulia y Trujillo. Es una festividad que se ha remozado y ha tomado nuevos ímpetus venciendo las dificultades del presente: pandemia, crisis económica, polarización política. Es que Venezuela ha sido siempre marianista, tal como descubre fascinado el Hermano lasallista francés Nectario María, el “Apóstol de la Coromoto”.
Luis Eduardo Cortés Riera
Henry Vargas Ávila