#COLUMNA Crónicas de Facundo: La deshumanización de la política #24Jul

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Ha sido difícil revertir, salvo en intersticios, el proceso de deconstrucción social y política que avanza raudo en Occidente, en especial en Iberoamérica, desde hace unos 30 años. El mismo se acelera tras la pandemia y el aldabonazo de la guerra, e incluso contando con aquiescencias en USA y hasta en el “gobierno” vaticano.

En espacios críticos como Venezuela, todas las formas de la experiencia política: manifestaciones o deslaves de masas pacíficas sin precedentes numéricos, diálogos con actores externos e internacionales, muertes en las cárceles o en las calles, participación y abstención electorales, intervenciones militares, en suma, agotándose literalmente las alternativas, han sido ensayadas sin éxito desde el paro nacional de 2001. Que se reincida aún hoy y se las limite al ejercicio procesal democrático, responde a un mero efecto reflejo: cuestión exclusiva entre oficiantes de la política doméstica. La nación, hecha jirones, sobrevive. 

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Brasil, desde donde toma cuerpo el diseño de reconversión marxista cubana tras la caída de la Cortina de Hierro y la búsqueda de otros nichos de conflictividad social, estimula el morbo disolvente de la corrupción con Odebrecht a la cabeza y en yunta con los dineros del petróleo venezolano para desestabilizar gobiernos y hasta provoca el suicidio de un expresidente; pero su responsable, Lula, sale de la cárcel y acaso regrese al poder por vía electoral. 

Se trata, pues, de un fenómeno de deconstrucción ética de los cuerpos sociales y culturales tras el que el andamiaje republicano y la organización pública que recubre a los primeros como soportes necesarios, se descoyuntan. Restan como simulación en el teatro de la democracia, para ensayos de narcisismo político.

Tal tendencia hacia la pulverización de lo social y renovando sus contradicciones fue explotada con éxito desde el Foro de Sao Paulo, como entente utilitaria forjada de manos de la dictadura cubana hacia los años 1990-1991, luego tamizada tras tres décadas con el Grupo de Puebla. Y en su decurso, es lo paradójico, arrastra hacia su deslave a partes del centrismo político y también de las derechas, y a no pocas élites del mundo empresarial, financiero y comunicacional.

Todos a uno hoy adoptan la agenda de la deconstrucción y la normalizan, desde la ONU y en Pekín. Es el camino abonado para las formas de totalitarismo y control posmodernos. A sus ítems, como la gobernanza digital, las discriminaciones positivas de raza y de género con sus identidades de exclusión, el culto de lo ambiental y ecológico, la banalización de la vida humana en el comienzo y su final, la ruptura de la memoria intergeneracional, se los muestra como contenidos de un proyecto que, a la vez que prostituir el sentido ético político de la libertad, “inflaciona” los derechos hasta desfigurarlos y mudarlos en productos al detal, extraños al principio de la dignidad inviolable de la persona humana. 

Pues bien, sólo entendiendo y sujetando a la razón pura y práctica este movimiento de fractura en las capas tectónicas de la cultura en Occidente, junto a sus universales, y no obviándose que desde atrás le viene su impulso – el Memorándum Kissinger 200 de 1974 para el control poblacional y la promoción del aborto con vistas a la seguridad global – será posible la forja de una reacción reconstituyente de las bases antropológicas que aún sostienen a la civilización judeocristiana que nos integra.

No por azar, en 1991 habla el Club de Roma de una olla de presión que despierta fenómenos, devociones nacionalistas y conflictos hasta ahora ocultos por la bipolaridad internacional”, susceptibles, lo dicen los autores de la Primera Revolución Mundial (A. King y B. Schneider) de “poner en peligro a toda la especie humana”. 

Recuerda en 1996, además, que “el mundo está pasando un período de trastornos y fluctuaciones en su evolución hacia una sociedad global, para la cual la población no está mentalmente preparada”. Y agrega que, como “resultado, su reacción es a menudo negativa, inspirada por el miedo a lo desconocido y por la dimensión de los problemas que ya no parecen ser a escala humana. Estos temores, si no se abordan, pueden llevar al público a extremismos peligrosos, un nacionalismo estéril y fuertes confrontaciones sociales”, concluye. 

Ahora, si analizamos el “metaverso” venezolano, vemos a unos distraídos en el debate sobre “políticas públicas” mientras otros cuidan de sus precarias cuotas electorales – falacias en naciones que se han deconstruido – o acompañan a la mineralización del mal absoluto, a saber, la anulación de la conciencia de nación. Entre tanto, el cosmos de inseguridad e incertidumbre hace estragos en un Occidente que declina, cae, y nos apresa, trasvasando sus activos intelectuales y materiales, al igual que le ocurriese a Roma en el año 330 d.C., a la Constantinopla del siglo XXI: ¿China, Rusia?

Las preguntas huelgan, sin líderes o visionarios que las respondan. 

La persona humana – que, desde su soledad originaria y autoconciencia, a partir de la percepción de sí misma y su autodeterminación le pone nombre a todas las cosas creadas y objetos de la Naturaleza, sin que otro la ayude para identificarse a sí misma – ¿aceptará ser mero dato o usuario o elemento que seguirá nutriendo a los algoritmos de la gobernanza digital en curso; esa que a diario condiciona las sensaciones e hipoteca el discernimiento? ¿Aceptará verse metabolizada y cosificada por las leyes evolutivas y matemáticas de la Naturaleza, dado el reclamo de la conservación o la transición verde, obviando que como criatura racional se encuentra situada en la cima de la misma Creación?

Los lazos de afecto se han roto o se han hecho distantes por efecto de la diáspora hacia afuera y hacia adentro de los venezolanos. De modo que, hasta que las heridas restañen y cesen los odios o enconos entre sus élites, como lo creo, aquellos no dilapidarán horas de supervivencia – transitando por la selva del Darién o esperando la medicina que no llega – para simular farsas republicanas o escuchar a sus cicerones.      

Asdrúbal Aguiar

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