Hace poco, leí una larga entrevista, reproducida en el diario El país de España, donde el papa Francisco aludió al destino geopolítico de nuestra región. «Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región», aseguró el pontífice argentino en entrevista concedida a Bernarda Llorente, presidenta de la agencia de noticias Télam, en su residencia dentro del Vaticano. La región «siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores», subrayó Francisco, quien no quiso indicar cuales son. «No quiero mencionarlos porque son tan obvios que todo el mundo los ve», añadió.
Confieso que me encontraba almorzando, al momento de leer la citada entrevista, y la impresión de esas palabras expresadas por el sumo pontífice de la iglesia católica, casi me producen una indigestión. Es que, a estas alturas, esgrimir un argumento de tan baja categoría para justificar la eterna deriva de la América Latina, me parece un auténtico desatino. Bien considerado, es un argumento que se puede aceptar de parte de un marxista de kínder, pero que es totalmente impropio viniendo del jefe de una institución tan decisiva en la vida cotidiana de tantas personas, entre las que me incluyo.
En realidad, la época actual está cargada de contrariedades, pero hay algo que tal vez lo compensa todo. Hoy los países pueden elegir ser prósperos, al contrario de épocas pasadas. El mito que alude el papa Francisco, según el cual muchos países de nuestra región son pobres por una conspiración de los países ricos o imperialistas, que se las arreglan para mantenerlos en el subdesarrollo a fin de explotarlos, es el más dañino de todos. No hay mejor filosofía para eternizarse en el atraso. Porque, ese mito, en el tiempo actual, puede asegurarse como falso. En el pasado, ciertamente, la prosperidad dependía casi en exclusiva de la geografía y de la fuerza. Pero la globalización de la vida moderna, es decir, de los mercados, de las técnicas, de los capitales; permite a cualquier país, aun el más pequeño y menos dotado de recursos, si se abre al mundo y organiza su economía en función de la competencia, un crecimiento garantizado. El problema estriba en que, en las últimas décadas, practicando el populismo a través de dictaduras como la venezolana o gobiernos civiles de corte izquierdista, América Latina eligió ir para atrás. Y este detalle, es obviado de manera flagrante por el papa Francisco.
Los problemas de América Latina, por lo menos desde 1980 hasta la actualidad, no han sido generados por factores externos o por “imperialismos explotadores”, como indica el máximo líder de la iglesia católica. No. Los problemas de América Latina, obedecen única y exclusivamente a factores de carácter interno, motorizados por la ola anarquista que patrocina de manera subterránea el infame foro de Sao Paulo, y por la ceguera de la región en materia económica. Un ejemplo muy claro es la crisis política actual de Ecuador. Guillermo Lasso asumió la presidencia de ese país hace aproximadamente un año, y en ese tiempo se trazó como objetivo eliminar el centenario déficit fiscal que arrastra Ecuador. Para ello, Lasso redujo el subsidio a la gasolina y eliminó algunas subvenciones oficiales. Se trataba de sanear por fin, la economía ecuatoriana y resetearla para generar un renacer en materia fiscal. Pero prevaleció el pensamiento retrógrado de la amplia población indígena y de las viudas de las políticas parasitarias de Rafael Correa, y Lasso se vio obligado a paralizar en seco las reformas, como un requisito para salvar su presidencia. Por tanto, el Ecuador seguirá siendo un país anclado en el atraso, por un buen tiempo más.
Hubiera sido pertinente que el papa Francisco analizara un ejemplo tan reciente y obvio. Pero, discípulo de las ficciones comunistas de Carlos Marx, su ideario político timorato, blandengue, cursi, solo libra sus pequeñas batallas en el terreno de la propaganda izquierdista global y nunca ha pasado del nivel de entretenimiento infantil. Se extraña bastante la honestidad intelectual y la valentía política de ese estadista de gran calado que fue el papa Juan Pablo II, cuya valiente actuación fue crucial para liberar a Europa del Este del yugo del comunismo soviético, y cuya determinación frente a las tiranías de cualquier color fue una marca de fábrica de su pontificado. Considero que el líder máximo de la iglesia católica debe tener un nivel mínimo de estatura geopolítica. Y con dolor y preocupación, hay que admitir que el papa Francisco está muy lejos de tenerla.
Félix O. Gutiérrez P.