Marialida y Oswaldo son un matrimonio exitoso. Ambos doctores, ella en Enfermería y él en Derecho. Sus hijas también profesionales viven en el exterior completamente establecidas. María José y su esposo Carlos, ambos abogados, en Florida y María Alejandra en Quito donde acaba de culminar un posgrado en Medicina con cargo asegurado por el propio Estado ecuatoriano.
La mejor recompensa de este matrimonio con las hijas en diáspora es la permanencia del respeto y cariño que de norte y sur América reciben a diario gracias a la conexión instantánea de las redes sociales. Así luchan junto a ellas para librar juntos el reto de educar a Miranda, la nieta que les dio María José y alejar los fantasmas del hostigamiento que en un principio molestaron a María Alejandra cuando iniciaba su posgrado, el cual ya culminó con una de las mejores calificaciones.
Con todo y ser gratificantes las comunicaciones virtuales por lo menos una vez al año Marialida y Oswaldo viajan a Estados Unidos o Ecuador para disfrutar de la calidez del abrazo de sus hijas. Así fue Junio un mes de estar en Florida hasta donde también viajó la hija medico para en hogar ampliado honrar los recuerdos de cuando desde su casa en Cabudare todos los fines de semana salían a playas o montañas a ponerle diplomas de esperanzas a su vida familiar.
De regreso a Venezuela pernoctaron en Bogotá para sincronizar el vuelo hasta Valencia y luego hacer el recorrido por tierra a Barquisimeto. El Hotel fue meticulosamente seleccionado por Oswaldo siguiendo normas estándar de seguridad, bien ubicado, con sistema integral de grabación, y otros aspectos de protección al viajero recomendadas por especialistas, además y lo más importante, ya ellos habían llegado allí y no habían tenido ningún tipo de problemas.
Debían estar en el aeropuerto muy temprano y tenían planificado levantarse a las 3 y 45 de la mañana pero a las tres golpean la puerta de la habitación con furia y de afuera gritan que abran rápido, que eran policías y estaban en un procedimiento de requisa .Al abrir la puerta entran dos hombres fuertemente armados con el recepcionista del hotel por delante, les encañonan y de una vez les conminan a que entreguen los dólares y todas las pertenencias de valor. Oswaldo les pide que no se lleven los celulares y uno de los tipos se le acerca para golpearlo con la pistola, Marialida invoca en ese momento a la Divina Pastora y el agresor detiene en el aire su mano asesina y ella aprovecha para decir que colaborarán en dar todo lo que les piden, vacía su cartera y la de Oswaldo y les da el poco efectivo que traían, entrega unos relojes recién comprados y les indica el contenido de las maletas. Deciden llevarse una en la que traían regalos para la familia y amigos. A Oswaldo le colocan un fleje apretado en las muñecas y cuando se las iban a colocar a Marialida ella les dice que tiene problemas de coagulación y que si le ponen el fleje de esa forma se desangraría y deciden ponérselo sin presión sobre su piel.
Cuando se disponían a dejar la habitación ella les dice que el pedimento de Oswaldo sobre los celulares es que allí tenían, sobre todo el de ella, los permisos para abordar el avión y otros datos indispensables para continuar su viaje a Venezuela. Uno de los ladrones le pregunta cuál es el de ella y se lo entrega, respetando también los pasaportes y el resto de la documentación de ambos.
Doloroso y costoso fue el regreso de Marialida y Oswaldo. Pudo ser peor, pudieron ser una de las noticias trágicas que abundan sobre los venezolanos que andan fuera del país. Gracias a la intervención de la Divina Pastora el episodio paso de la violencia extrema a un robo donde prevaleció el control de la situación por medio de la palabra persuasiva.
El regalo que Marialida y Oswaldo llevaron a María José y María Alejandra fue unas imágenes de la Divina Pastora, con ella viajaron en sus maletas y con ella regresaron en su espíritu y en su respiración para invocarla en uno de los momentos más peligrosos de su vida y lograr su divina intercesión. Divina Pastora ruega por nosotros. Ahora y siempre.
Jorge Euclides Ramírez