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La pobreza y la hambruna acechan a los hogares con menos ingresos económicos en el contexto de una crisis global impulsada por una pandemia de la COVID-19 que se ha extendido por más de dos años y un conflicto bélico que involucra a dos importantes actores en los mercados de la energía y los alimentos.
El golpe que la pandemia significó para la economía mundial sigue sintiéndose en todo el mundo, incluso aunque la COVID-19 se encuentra parcialmente controlada debido al avance en los programas de vacunación.
Parar la actividad comercial durante meses enteros y atajar la ausencia de productividad con ayudas financieras para la población dejó consecuencias que empiezan a notarse dos años después. La más importante es la inflación.
De acuerdo con previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), la tasa de inflación en el mundo podría cerrar este año con un promedio de 7,4%. Este sería el nivel más elevado visto desde la denominada «Gran Recesión» que azotó al mundo entre 2007 y 2009, de la cual muchos países aún intentaban recuperarse.
Uno de los principales protagonistas de esta elevada tasa inflacionaria es Estados Unidos, puesto que de su economía dependen muchos Estados ante la extensión del dólar en los mercados internacionales. Actualmente la nación norteamericana padece una inflación interanual del 8,6%, la más alta en 40 años.
Con la crisis de la pandemia en un segundo plano, ahora el foco de los problemas es Europa oriental. La invasión de Rusia a Ucrania desató un conflicto armado que se ha extendido durante cinco meses y que compromete la producción alimentaria y energética en el viejo continente.
Rusia es uno de los principales productores de grano del mundo. Su aporte constituye una cuarta parte de las exportaciones de grano mundiales, además de que vende el 17% del trigo que se comercia globalmente. Por su parte, Ucrania es el tercer mayor exportador mundial de trigo y aporta un 12% del mercado global, tajada restringida como consecuencia de la guerra.
En el ámbito energético, Rusia es el tercer actor más importante del mercado petrolero, ya que produce 10,7 millones de barriles diarios, de vital importancia para el consumo europeo. Su cuota de gas es aún más amplia, ya que representa alrededor del 40% de todas las importaciones de gas natural de la Unión Europea.
Una menor oferta de energía y de alimentos tiene como consecuencia un incremento de precios en producción y distribución de bienes a nivel mundial, por lo que impulsa la inflación que ya había empezado a sufrir la economía global a raíz de la pandemia.
Con este contexto, las previsiones expuestas en organismos multilaterales no son nada esperanzadoras y ya denotan un incremento de la pobreza que va de la mano con la propagación de los niveles de hambruna en todo el mundo, pero especialmente en las economías menos desarrolladas.
70 millones más en la pobreza
En el informe Abordando la crisis del costo de la vida en economías en desarrollo: Proyecciones de pobreza y vulnerabilidad y sus respuestas políticas, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) alerta sobre este incremento de la pobreza.
El organismo destaca que a raíz de la guerra, se espera que la economía se expanda a una tasa más lenta. Las perspectivas sin guerra hablaban de un crecimiento de 4,4%, pero a raíz del conflicto ahora se espera un 3,6% para el cierre de 2022.
La tasa de inflación y el menor ritmo de crecimiento son elementos que confabulan para repercutir directamente en la calidad de vida de las familias. No en vano, alrededor de 70 millones de personas más de la que se esperaban en un contexto sin pandemia ni guerra han entrado en el rango de la pobreza.
«Los efectos adversos tienden a impactar en las vidas de las personas en un corto y mediano plazo. Las estimaciones sugieren que el contexto actual ha contribuido a que el mundo tenga al menos 75 millones de personas más en la pobreza que lo que se esperaba si la pandemia, la guerra y la inflación de los alimentos no hubiese ocurrido», resalta el informe.
Las cifras del PNUD indican que 51,6 millones de personas ingresaron al rango de pobreza extrema, que de acuerdo con el Banco Mundial se considera cuando una persona tiene un ingreso diario inferior a $1,90 (recordando que en Venezuela el salario mínimo representa alrededor de $1 diario).
Con esta actualización se contabilizan 675,5 millones de personas en situación de pobreza extrema, lo que constituye un 9% de la población mundial.
El Banco Mundial establece otros parámetros de pobreza en escalas de remuneraciones inferiores a $3,20 y $5,50 diarios para los países de ingresos medio-bajos y medio-altos, respectivamente. Además, añaden que aquellos que ingresan menos de $13 diarios se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Todos estos rangos crecieron con la pandemia y la guerra. Es decir, la pobreza y la vulnerabilidad aumentó de forma considerable. Muchas personas en situación de vulnerabilidad ingresaron en los parámetros de la pobreza y muchos en pobreza retrocedieron hacia la pobreza extrema.
Como resultado, la población que obtiene ingresos inferiores a $13 —situaciones de vulnerabilidad, pobreza y pobreza extrema— incrementó 68 millones al pasar de 5.096,8 millones esperadas sin pandemia ni guerra a 5.164,1 millones, un 68,6% de la población mundial.
El estudio del PNUD no incluyó a Venezuela al no contar con la data oficial que debería proporcionar el Banco Central de Venezuela (BCV). Sin embargo, prevén que las regiones más afectadas sean Europa, Asia Central y gran parte de África; mientras que en América Latina la relación entre la guerra europea y el incremento de la pobreza es más difusa, aunque el país más afectado en el continente americano sería Haití.
«Entre los países que probablemente enfrenten un incremento de la pobreza se encuentran Armenia y Uzbekistán en el Mar Caspio; Burkina Faso, Ghana, Kenia, Ruanda y Sudán en la África Subsahariana; Haití en Latinoamérica; y tanto Pakistán como Sri Lanka en el Sur de Asia. En estas regiones, en promedio un 3% de la población podría entrar en la pobreza», destacan.
Otros países podrían tener una tajada importante de la población que ingrese en el campo de la pobreza determinada por los $5,50 diarios, como Albania, Kirguistán, Moldavia, Mongolia, Tayikistán y Ucrania.
Hambruna al acecho
Mientras que el PNUD advierte sobre un preocupante incremento de la pobreza y, por lo tanto, de la calidad de vida en todo el mundo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (mejor conocida como FAO por sus siglas en inglés) también resalta su preocupación por un aumento en los niveles de hambruna.
En este sentido, destacan que por el panorama actual, sería muy difícil alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados en la Agenda 2030 relacionados con el «Hambre Cero».
El informe titulado El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022′fue elaborado por la FAO junto con el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), y advierte sobre un retroceso en los avances alcanzados en la tarea de reducir la hambruna mundial.
Las cifras sugieren que el hambre incrementó en 2021 de la mano con la desigualdad, ya que ciertas regiones fueron especialmente impactadas por las consecuencias de la pandemia y ahora de la guerra. En este sentido, la subalimentación creció de 8,0% a 9,8% desde inicios de 2019 hasta el cierre de 2021.
Según las proyecciones, se estima que entre 702 y 828 millones de personas padecían de hambre en 2021. Para 2030 se espera que 670 millones de personas sigan padeciendo hambre, con una reducción apenas notable para lo que planteaban los objetivos de la Agenda 2030.
Aunque los datos de pobreza del PNUD no empeorasen de manera tan cruda en América Latina, la hambruna sí ha incrementado en la región. De hecho, se trata de la más perjudicada en los últimos años en materia alimentaria.
Pese a que África se mantiene como el continente con mayores niveles de inseguridad alimentaria grave y moderada, con un 57,9% de su población en una de estas dos situaciones, no se registró un deterioro tan notable tras la pandemia, pues en 2019 se encontraba en 52,4%.
En contraste, América Latina y El Caribe pasó de 31,7% de su población en inseguridad alimentaria grave o moderada en 2019 a un 40,6% en 2021. Incrementó 9 puntos porcentuales en el transcurso de dos años.
Dicho de otra manera, cuatro de cada 10 latinoamericanos padece de algún tipo de inseguridad alimentaria. Estos datos resuenan con la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) aplicada en Venezuela en 2021, donde se advertía que solo un 5,8% de los hogares no padecían ningún tipo de inseguridad alimentaria.
De acuerdo con los datos de Encovi, en 2021 un 34,5% de la población venezolana padecía una situación de inseguridad alimentaria leve, un 35,2% inseguridad alimentaria moderada y un 24,5 inseguridad alimentaria severa.
La FAO detalla que los efectos de la guerra aún están por verse y coincide con el PNUD en que las consecuencias se mantendrán o empeorarán en la medida en que el conflicto se prolongue.
«La guerra en Ucrania tendrá múltiples implicaciones para los mercados agrícolas mundiales a través de los canales del comercio, la producción y los precios, lo que proyecta una sombra sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en numerosos países en un futuro cercano», destacan.
Con las cifras actuales, las perspectivas para 2030 dejan mucho que desear y se requerirían esfuerzos enormes para alcanzar las metas. Únicamente se ha visto un avance significativo desde 2012 en materia de lactancia materna exclusiva para lactantes menores de seis meses y en el retraso del crecimiento en niños menores a cinco años de edad.
En lo que respecta a metas como un menor índice de bajo peso al nacer, de emaciación en menores de cinco años, de sobrepeso en menores de cinco años, en anemia en mujeres de entre 15 y 49 años y obesidad en adultos, los pronósticos no son alentadores.
Esta situación tiene que ver también con una mayor dificultad para acceder a comida saludable, otro elemento que se destaca en la Agenda 2030. Alrededor de un 42% de la población mundial no podía permitirse una dieta saludable en 2020, lo que denota un empeoramiento desde 2019, cuando el porcentaje se mantenía en 38,2%.
En América Latina se estima que un 22,5% de la población no puede acceder a este tipo de dieta, lo que se traduce en unas 131,3 millones de personas. Lo más preocupante es que la variación anual fue de 6,5% —la región con el mayor cambio entre 2019 y 2020— lo que indica un empeoramiento en las condiciones para obtener una alimentación sana.
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