Estos hermosos, descomunales y milenarios árboles han sido puestos recientemente a resguardo en California, costa oeste de los Estados Unidos, de donde son endémicos, ante el avance casi indetenible de enormes incendios forestales, los más abrasadores y ruinosos en muchas décadas. Grupos ecologistas y bomberos han colocado mantos protectores de aluminio en los troncos y raíces de tan majestuosos y altivos ejemplares de coníferas, que podrían ser consumidos por las llamas en cuestión de minutos. Después de vivir 800 y más años, estas deslumbrantes y altivas plantas que crecen hasta los 100 metros y más, se han encontrado un enemigo que no conocieron en el pasado: los diminutos y destructivos seres humanos que ya somos 7.500.000. 000.
Sí, el llamado homo sapiens ha sido el único responsable del ya inocultable cambio climático que ha derretido de manera peligrosa buena parte de los glaciales de los Himalayas que nutren de agua dulce a la zona más poblada del planeta, pone el riesgo la vida de diminutas naciones del Océano Pacífico por la subida de las aguas: el efecto Tuvalú, la arrogante y cosmopolita ciudad de New York, capital del mundo, se ve azotada por los huracanes que vienen del lejano Mar Caribe, una isleña nación africana, Madagascar, está en los límites de una terrible hambruna por efectos de una descomunal sequía al sur de esta nación insular, la Amazonía suramericana se seca y desforesta al galope ante la mirada complaciente de los demagogos del país carioca, el río Paraná ha condenado a Paraguay al aislamiento por sufrir la mayor sequía en 80 años.
La temperatura del globo se ha incrementado en dos grados centígrados desde mediados del siglo XVIII, momento en que se inicia la Revolución Industrial en Inglaterra y otros países europeos, nos dice el historiador del clima Emmanuel Le Roy Lauderie. Parece un crecimiento pequeño e insustancial del calor global, pero ello ha significado devastación, sequías, desolación en toda la ecúmene. A pesar que se han lanzado sombrías advertencias, como las del Club de Roma desde 1968, la humanidad, víctima de una ceguera descomunal, no ha reparado en las terribles consecuencias de una desbocada y voraz industrialización en los países capitalistas.
Un joven y brillante economista francés, Thomas Piketty, (El capital en el siglo XXI) ha propuesto nada menos y nada más que el capitalismo debe ser reformado y que el orden democrático mismo se verá amenazado si no obramos por los cambios en este sistema económico social que solo genera crecientes desigualdades, sentencia Piketty. Para ello ha propuesto como posible remedio un polémico impuesto global a la riqueza, que frenaría en mucho, digo yo, la naturaleza destructiva del capitalismo en su afán de lucro desmedido.
El hoy casi olvidado Club de Roma ha hecho, desde su fundación hace más de media centuria por Aurelio Peccei y Alexander King, serias advertencias que deberían ser tomadas en cuenta de inmediato: Deterioro del medio ambiente físico, Crisis de las instituciones, Burocratización, Enajenación de la juventud, Violencia, Educación inadecuada, Brecha creciente entre países pobres e industrializados, Crecimiento urbano incontrolado, Inseguridad en el empleo, Satisfacción decreciente obtenida en el trabajo, Impugnación de los valores de la sociedad, Indiferencia ante la Ley y el orden, Inflación y disrupción monetaria. A lo que debemos agregar la terrible pandemia del Coronavirus19 y el inicio de una segunda guerra fría entre China, Rusia y los Estados Unidos y su formidable máquina de guerra que es la OTAN.
Este dramático y terrible cuadro ambiental parece que al fin ha hecho reflexionar a los países en la Cumbre Climática COP26 que se celebra en Glasgow, Escocia. En ese escenario global, 100 países se han comprometido a acabar con la deforestación para el año 2030. Otra buena noticia: 80 países se comprometieron a reducir en 30% las emisiones de gas metano responsable del efecto invernadero y del calentamiento global, China e India entre ellos.
Sin embargo, es necesario advertir que un compromiso anti deforestación del año 2014 falló de manera considerable. Es que el desmedido afán de lucro de la humanidad no ha logrado detener payloaderes, rozas y sierras eléctricas que destruyen diariamente miles de hectáreas de bosques y selvas. La destrucción de la selva amazónica no se ha logrado detener. Mi padre, el docente y ecologista venezolano Expedito Cortés, solía repetir que la civilización comenzó cuando el hombre tala el primer árbol, y que ella tendrá su fin cuando tale el ultimo. Arnoldo Krauss ha dicho: el hombre es quien habita la Tierra y la deshabita, la Tierra es origen y túmulo a la vez. ¿Serán las altivas sequoias californianas los postreros especímenes de vegetación que verán nuestros hijos, nietos y bisnietos a la vuelta de unas pocas décadas?
Luis Eduardo Cortés Riera