Si Caracas pudiera hablar, sin duda lo haría con la voz de Conny Méndez. En cada palabra que articula, en cada nota que emite, hay una profunda devoción por la ciudad que la vio nacer en las postrimerías del siglo XIX y que se mantuvo viva hasta el momento de su partida física. Y de ella hablo en presente porque su voz todavía resuena y es un referente importante para sus discípulos en la metafísica, para los admiradores de sus canciones, pero especialmente, para quienes indagamos sobre la historia de una ciudad que quedó plasmada en sus breves crónicas musicalizadas. Su producción musical está llena de caraqueñísimas estampas que nos permiten asomarnos a ese bullicioso entorno en el que nació y vivió sus primeros años. En una de sus canciones más conocidas deja por sentado el arraigo a su terruño natal en un verso, más que verso proclama: Yo soy venezolana de la pura capital, del eje de mi tierra del Distrito Federal. Yo busque lo más central y no pudiendo en Catedral, nací en la esquina El Conde, en la propia calle real.
En su catálogo de más de sesenta composiciones se pueden encontrar obras de diversa naturaleza pero la mayoría cargadas de ese genuino amor por su tierra, sus paisajes, su gente, sus tradiciones, sus costumbres y hasta su comida. A pesar de pertenecer a la alta alcurnia caraqueña y de haberse educado en colegios norteamericanos, su apego a las cosas sencillas, el manejo de un lenguaje muy popular y el uso de ritmos tradicionales constituyen las características fundamentales de sus canciones. Conny llegó a afirmar en la carátula de uno de sus discos: “Mi obra musical comprende desde folklore hasta el clásico humorístico, pasando por lo romántico y tocando ligeramente lo francamente “colorado”.
El tema gastronómico forma parte de ese universo de vivencias que nutre su obra musical y cobra forma con la utilización de ingredientes, preparaciones, lugares, personajes, faenas laborales, utensilios y hasta marcas comerciales. El manejo de esta temática la llevó a componer piezas dedicadas íntegramente a lo gastronómico o algunas otras en donde tan solo se hacen menciones específicas de elementos vinculados a esta temática como simple recurso literario: “Oye María Avelina, sabes Maria Avelina, que me supo tu beso a melao con queso y guarapo e`piña”.
Quizás la canción más conocida, e íntegramente centrada en el tema gastronómico, sea el merengue Chucho y Ceferina:
Allá va el verdulero con su carrito multicolor
lo lleva bien cargaito y calientico todavía del sol
zanahorias y nabos, papitas nuevas para freír,
todo lo que usted quiera lo lleva Chucho el del Paují.
Y lechuga fresca la lleva, y repollo grande lo lleva
remolacha y chayota y cebolla colorá.
Y la yuca andina la lleva y el ñame para rallar,
y ajo porro y auyama y la batata morá.
Epa, el verdulero, ‘ame medio e´ berro voy apurá,
¡Ay! será pa’ mañana marchanta que hoy no me queda ná.
Allá va la dulcera con su azafate amontonao,
lo lleva pa´ Carmelitas, pa´ las niñitas del externao.
Con su rollete a cuestas y en una cesta van los centavos,
corre que son las cuatro y se pone el dulce acaramelao.
La conserva e´ coco la lleva, melcocha blandita la lleva,
y coquito, y besito, gelatina, colorá.
Y la polvorosa la lleva y los merenguitos los lleva
bocadillo, de membrillo y la torta azucará.
Allá va Ceferina con el mosquero arremolineao
antes que llegue a El Conde ya los muchachos la habrán robao.
Una verdadera postal salida de la pluma de Conny Méndez que vuelca su talento como caricaturista para plasmar fielmente la actividad de este par de personajes con quienes seguramente se topó en reiteradas oportunidades en su deambular por el centro de la ciudad. Chucho, un vendedor de verduras que al parecer provenía de la zona agrícola llamada El Paují, ubicada en lo que hoy es el Municipio El Hatillo del estado Miranda, y Ceferina, seguramente una voluminosa mulata asediada por los escolares que se agolpaban a su alrededor procurando la golosina de su preferencia. El texto es tan descriptivo que se puede visualizar el colorido carrito repleto de frescos vegetales así como el azafate de Ceferina colmado de dulces y portado en su cabeza, en perfecto equilibrio, sobre un “rollete” de tela.
De su repertorio de canciones infantiles, dedicado a sus nietos, tenemos Martina, la cucarachita, una versión muy personal del popular cuento “Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez”, una conocida fábula cuyos orígenes se han rastreado hasta las antiguas civilizaciones de la India. El relato comienza cuando la pequeña cucaracha encuentra una moneda durante la limpieza de su casa y piensa en invertirla en algo que no se le fuera a acabar “como un caramelo después de chupá”:
Si compro maní se me acaba, y helado también se me acaba.
Si compro chupeta, si compro gomita y chicle no me queda ná.
Las flores también se me acaban y frutas también se me acaban.
Si compro una jarra se rompe, un jabón se me gasta y no me queda ná.
Descarta adquirir golosinas, frutas o utensilios, y en su lugar decide comprar una cinta para acicalarse pues pretendía encontrar marido entre los animales de su entorno. El elegido fue el Ratón Pérez, “por su vocecita finita y dulcita”. Para ser un cuento infantil, sin pretender hacer spoiler, el final es un poco trágico ya que el ratón Pérez sufre un accidente fatal cuando cocinaba las caraotas:
Pero llega el fin de mi cuento ¿pues saben lo que le pasó?
Que muy tempranito un domingo, tilingo, Martina pa´misa salió.
y el pobre ratón cocinando la olla e´caraotas quedó,
y cuando la estaba meneando y probando
.¡Chupulún! en la olla cayó.
De sus canciones más bucólicas se encuentra Mi ranchito, también llamada Ranchito. Dirección La playa, en la cual nos ofrece una visión, casi ingenua, de las costumbres gastronómicas de los habitantes de zonas rurales de Venezuela, en este caso de la región costera. Con una despensa al alcance de su mano que provee el entorno selvático y el cercano mar, además nos muestra sencillas vajillas conformadas por tazas de taparas y cucharas hechas con conchas marinas.
Mi casa me la dio el río y me dio un techo el cañaveral,
sombra me da el bohío entre palmeras y cocotal.
Mi hacienda, la selva entera y al frente está todo el mar.
Fortuna que solo espera mi mano y mi mandar.
Manjares de rica mesa me dan mi selva y mi mar,
joyas y flores de esas que no las hay pa’ comprar.
Vajilla fina las taparas que sólo Dios las sabe hacer,
caracoles mis cucharas, cocos frescos pa’ beber
La multifacética Conny Méndez también se vinculó al cine a través de una canción que formó parte de la banda sonora de la película Venezuela también canta o Las olimpiadas musicales (1951) dirigida por el boricua Fernando Cortés y protagonizada por la célebre vedette puertorriqueña Mapy Cortés, quien canta el tema acompañada por una orquesta dirigida, nada más y nada menos, por el maestro Pedro Antonio Ríos Reyna, fundador de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. De esta canción titulada originalmente La Transformación, al parecer existen varias versiones documentadas por María Teresa Petit Ojeda en su trabajo titulado Edición crítica de la obra musical de Conny Méndez.
De espíritu contestatario, la letra de este merengue/vals expresa el asombro por los vertiginosos cambios que se viven en la ciudad gracias a la bonanza petrolera y el avasallante avance del urbanismo a principios de los años cincuenta del siglo XX. En la grabación que hiciera la propia autora, incluida en el disco La caraqueñísima Conny Méndez canta sus canciones en el año 1976, se pueden identificar muchas costumbres gastronómicas que fueron suplantadas por prácticas foráneas:
Compadre que está pasando en la tierrita en que nací
que ya nadie chupa caña ni se oye vender maní.
Pa’ comprar un cigarrillo hay que aprender el inglés,
y no sabemos si andamos al derecho o al revés
la cosa se nos ha vuelto un problema de ajedrez.
¿Qué pasa con las caraotas, con las papas y el cacao?,
¿Qué pasa con la comida que todo viene enlatao?
Se fueron los conuqueros pa’ los campos petroleros,
los peones son albañiles, los granjeros ingenieros,
podríamos comer petróleo pero va para el extranjero.
El joropo y el vals ya no son de esta era
hoy se baila con todo, barriga y cadera.
Hoy hablamos francés, italiano y portugués
y nuestra pulpería se volvió el delicatés.
En otra de las versiones se encuentran variantes significativas en la letra al referirse a la invasión de nuestro mercado por productos y costumbres importadas y al avance del urbanismo en detrimento de las zonas agrícolas:
(…)
y si es nuestra tostada, hoy se llama hamburgués.
Qué pasó con las arepas, las caraotas y el café,
qué pasó con la comía que toa` la tienen que traé. (…)
El merengue y el vals murieron por el son,
ahora se toma whisky en vez de ron. (…)
Compadre qué estará pasando en la tierra del papelón
que en cada cañaveral hay una urbanización. (…)
En el mismo trabajo de María Teresa Petit Ojeda, citado anteriormente, me encuentro con una verdadera sorpresa ya que en 1960 Conny firmó un contrato con la empresa Promasa, absorbida posteriormente por las empresas Polar, para componer música publicitaria. De esta alianza surgen los valses Promasa y El milagro de la harina PAN así como el merengue instrumental Panina.
Por su letra se intuye que el Vals Promasa se utilizó como el tema navideño de la empresa ya que su letra recrea el nacimiento del año 1966. La cigüeña y el niño con su arepa debajo del brazo se constituyen en el hilo conductor de la historia:
Doña cigüeña se preparaba y en manteleta blanca anudaba
al Año Niño que iba a dejar en Venezuela, al aterrizar.
Al poco rato de estar volando “sesentiseis” del pico guindando,
el nuevo añito fue despertando y su cabecita iba asomando
Doña cigüeña dijo al añito ¿Por qué no cumple lo que está escrito?
que todo niño de criolla cepa bajo del brazo trae su arepa.
¿Por qué no llenó la condición? ¿Por qué yo rompo la tradición?
Van a decir que la culpa es suya que el año que entra viene de a puya.
Doña cigüeña se estremeció y por un tris no se escacharró.
Aún no has nacido, ¡y ya estás hablando! ¡Y hasta varilla me estás echando!
Lo de la arepa, eso era de antes, recién nacido de unos instantes,
aquella arepa que él traía era el papá quien se la comía.
Por su parte el vals El milagro de la harina PAN contrasta el proceso tradicional de la preparación de nuestra arepa con las bondades del nuevo producto que recién salía al mercado gracias al ingenio de Luis Caballero Mejías, creador de la harina de maíz precocida:
Ven acá Tomasa ¿Qué es lo que pasa? Que ni siquiera me has hecho la masa.
Tú no estás oyendo que don Bernabé, ya pidió su arepa de queso y café.
¡Ay! misia Sofía si usted supiera todos los apuros de esta cocinera:
primero el maíz que salió picáo y ya van dos veces que voy al mercao.
Y Eufronia, el muchacho mío, quién sabe qué cosa me le echó al pilón,
tá que apesta a cueva de ratón, ¿no es pa` ahorcarlo a ese coquetón?
y la mano de piedra me la escondió, vaya usted a saber dónde la metió,
y la leña resultó mojá, el budare frío, quién va a cociná.
Santa Rita, esto es terrible, tú que eres patrona de los imposibles,
mete tu mano, santa bendita, y hazme una arepa aunque sea chiquitica.
Aquí está la arepa con sus arepitas, aquí está la hallaca con sus hallaquitas,
la empanada, el majarete y el carato tan de rechupete
Bollo pelón, arepitas fritas, anís y melao para las rosquitas,
pero eso no fue la santa bendita el cielo no quiso regalá naíta.
Porque el milagro esperé otro día pa`la nietecita de Doña Sofía
qué es tan criolla como su abuelita,
pero su cocina blanca y bonita, sin molino y sin maíz pilao,
sin peligro de grano picao sin sorpresa de leña mojá
y sin piedra de canto rodao.
Comida criolla tan sabrosa sin sudar y sin afán.
Ella tan fresca como una rosa porque todo lo hace con Harina: P.A.N.
Y ese fue el milagro.
Gracias a los discos de acetato que recogieron parte de sus canciones, a las reediciones en CD que se pueden encontrar en colecciones privadas, a las partituras que custodian sus descendientes y a los videos publicados en YouTube y otras plataformas digitales, hoy podemos disfrutar de ese inmenso universo sonoro de Conny Méndez, injustamente eclipsado por su fama como maestra de la metafísica. En su libro La chispa de Conny Méndez, nos define de una forma precisa su estilo y propósito como compositora: “…yo me he lanzado a ofrecer mi pequeño aporte: mi música y mis letras. Forman apenitas una rendija inadecuada por dónde escudriñar un temperamento como el de esa niña criada en los montes y los llanos, entre la melancolía del indio y el fuego de negro, y en el cual persiste, como un hilillo de diferente color que aparece y se esconde en un diseño, el espíritu español en la alegría del joropo y en la chispa del merengue”.
Gracias a Conny, Venezuela habla cantando.
Miguel Peña Samuel