Existe un dudoso criterio – al cual me opongo con ánimo militante -ayudado por una falsa percepción de que el periodismo es un oficio en franca vía de extinción. Lo único cierto es que la actividad enfrenta una pelea muy desigual ante los arrestos totalitarios de un enfermizo populismo tanto de izquierda como de derecha, que intenta derruir con bastante éxito, los cimientos de la democracia a escala continental y mundial. En esta fecha, creo que es un buen aserto plantearlo en estos términos, para conmemorar la fecha que intenta retribuir con algo de respeto el trato que merece y demanda un oficio milenario, útil, e imprescindible para la vida en libertad.
Esa aparente decadencia del periodismo guarda más relación con los cambios en las fuentes de poder en la sociedad, que con la naturaleza misma del oficio. Está más relacionado con un profundo cambio en los hábitos de consumo de información y con la pérdida de la capacidad de intermediación de los medios tradicionales. La decadencia en todo caso es atribuible a los medios formales de comunicación, no de los periodistas y menos aún de su oficio. Las redes sociales como fenómeno tecnológico desplazaron a los medios tradicionales en la preferencia del ciudadano a la hora de informarse y obtener diversión. Los medios y los periodistas siempre serán muy necesarios, porque la humanidad sobrevivirá, solamente y gracias, a nuestra capacidad de narrar buenas historias. De eso, es de lo que se ocupa el buen periodismo.
Es obvio reconocer que la relación del periodismo con el poder es un tránsito engorroso, hostil, peligroso y muy duro de digerir. Al poder – en especial al poder totalitario- no le interesa en lo absoluto tener frente a sí otro poder escrutador como lo es el periodismo. Su ejercicio, es una revisión perenne de los modos y pareceres de aquellas formas políticas, que insurgen reñidas con el espíritu democrático, pero que aparentan serlo en su esencia. La actuación de medios y reporteros es un cuestionamiento esclarecedor ante los malos hábitos políticos de todos aquellos gobiernos que han decidido vulnerar los procedimientos rituales ajustado a leyes y normas consensuadas.
El periodismo intenta definir los parámetros de la realidad y definir la realidad es una construcción política, en razón de lo cual se le ataca y trata de condicionar su actividad a unos espacios de acción reducidos y tutelados. El trabajo de informar por naturaleza se resiste a toda acción de tutelaje por parte del poder. La conducta obligada del periodista, es no permitirse ser permeable a las ideologías de control y eso es la fuente natural de esa relación dicotómica del poder y el periodismo, conflicto puro y duro.
Por oposición, el poder define lo que es real y el periodismo lo desnuda, mostrando sus precariedades y exabruptos, y de allí los conflictos naturales. Las relaciones del periodismo y el poder son necesariamente antagónicas, y en un espacio democrático ambos, tanto el poder y como el periodismo deben confrontarse y tolerarse por el bien de la democracia. La data existente sobre agresiones a la prensa en el país demuestra lo contrario. El secretario general del Colegio Nacional de Periodistas seccional Caracas, Edgar Cárdenas, informó que conforme al documento elaborado por el Observatorio de Seguimiento de Agresiones a Periodistas y Medios de la institución que representa, se han registrado 68 casos de violaciones a la libertad de expresión en información, entre enero y abril de este año.
Otro dato que revela la dramática situación de la libertad de expresión, el acceso a la información, derecho a la privacidad de las comunicaciones, así como al ejercicio mismo del periodismo, lo evidencia el engorroso affaire de los pinchazos de líneas ordenadas por el régimen y facilitadas en forma sumisa por la empresa telefónica. La trasnacional española Telefónica reveló solicitudes de intervenciones de más de 1,5 millones de sus líneas de telefonía y accesos a Internet en Venezuela en 2021, un evento que los defensores de derechos humanos consideraron como una clara señal del avance de un programa de vigilancia masiva por parte del estado. Una clara amenaza a las libertades civiles y consecuencialmente al oficio del periodismo.
Las intervenciones legales de líneas de telefonía y accesos de Internet de La Telefónica se incrementaron desde 380.250 eventos en 2016, hasta 861.004 casos en 2021. Una cifra que revela más de 1,5 millones de accesos afectados en ese último año, según el informe que la propia empresa hizo público. Movistar difundió datos sobre las solicitudes de intervenciones y bloqueos a sitios web recibidas de las autoridades en los 12 países donde opera como Alemania, Reino Unido, España, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Venezuela. Se trata un abuso sistemático representado por la interceptación de comunicaciones dijo Andrés Aizpurúa, director de la ONG Sin Filtro, que lucha contra bloqueos y restricciones en internet.
El periodismo está lleno de grises, no hay valores absolutos, salvo los correspondientes al andamiaje moral del oficio. Presenciamos, y el periodismo es un actor determinante, una brutal confrontación por imponer a la sociedad un nuevo relato acerca de su realidad. Medios, periodistas, políticos y agentes del neo poder se disputan la hegemonía informativa y el derecho a dibujar los contornos de la nueva realidad. La actualidad como la percibimos, nunca es un término neutro para ser obviado por la fragilidad de nuestras percepciones, o por la negación traumática que nos impone la hostil realidad.
Lo complejo del momento –imbuido por efectos de la post modernidad, la implosión de las redes sociales y fake news- demanda que el dogma-mito de la objetividad deba ser superado. Es urgente y vital hacer coincidir al periodismo de hoy con las nuevas realidades de la meta realidad. Otros dogmas, como el revelar una verdad metafísica y sujetarse de la libertad de expresión como un talismán también debe ser superado. Hay que superar el dogma de la verdad periodística, y la condición singular y excluyente del periodista como un sujeto dueño-propietario de esa verdad. Nos corresponde revisar, actualizar y normatizar nuestro arsenal ético y la visión del oficio en tiempo del algoritmo regulador de la RS.
El desarrollo y la inmediatez que confieren las redes sociales al ciudadano de estos días, liquidó los roles de intermediación que existían entre el poder y el ciudadano. El periodista actuaba como un oficiante de la realidad noticiosa, y este minuto histórico esa relación muto a un vínculo directo entre el poder y el ciudadano. La realidad totalitaria nos hace prescindibles y contra esa situación debemos rebelarnos. Algo debemos hacer y la tarea no admite demoras.
También estamos obligados a abandonar el aborrecible gesto de superioridad moral, que acompaña a muchos de los gestos del periodista que enfrenta los retos de la postmodernidad. No tiene sentido el ejercicio de ese periodismo personal, mesiánico y negador de los nuevos retos del oficio. Estamos exigidos a valorar un nuevo concepto de la noticia devenido del gran desarrollo de las redes sociales. Nos urge concebir la mejor forma de narrar en forma diferente nuevas historias. El público quiere conocer en detalles las cosas que aún no sabe.
No puede haber culto por lo obvio, por el ejercicio de un periodismo binario (analógico) que separa las aguas entre un periodismo ejercido por los buenos periodistas quienes se enfrentan al desempeño de los malos periodistas. Hay que retomar y oxigenar el paradigma del periodismo como difusor y trasmisor de nuevo conocimiento. Sustituir la seducción de lo banal y lo frívolo por el hito narrativo de cosas pertinentes y necesarias. La tecnología, esa seductora presencia de bits, solo es una herramienta para alcanzar ese propósito. La post verdad se esparce a través de las redes digitales. El periodismo debe estar alerta.
Alfredo Álvarez
CNP 5289