Franz Kafka (3 julio 1883 – 3 junio 1924) es considerado un hombre colmado de excesiva conciencia de sí mismo, circulando sobre su persona los más diversos, injustos y exagerados juicios. Kafka arrastró siempre enfermizos sentimientos de culpa. Así a lo enigmático y laberíntico se le suele calificar, tras su muerte, de “kafkiano”.
Con apenas 41 años de vida, este abogado es el creador de una de las obras literarias más importantes del siglo XX y que, en el XXI, sigue dando que hablar e influyendo en las nuevas generaciones de escritores. Una obra, en los géneros de la novela y el cuento, que lo hace diferente por el derroche de originalidad, imaginación, humildad, serenidad y honestidad ante la vida. Sin duda, un soñador de toda la vida que concibió la felicidad desde la dimensión de lo “verdadero, puro e inalterable”.
Con una luminosa palabra y la filosofía del “no hacer nada y quedarse quieto”, fue como pretendió incidir para cambiar el mundo en la línea del pensador chino Lao Tés vetado por los comunistas chinos tras el triunfo de la revolución maoísta en 1949. Filosóficamente era un metafísico contemplativo. Ello lo llevó a sostener, a manera de consejo: “No desesperes ni siquiera por el hecho de que no desesperas, cuando todos parces terminados surgen nuevas fuerzas, eso significa que vives”. No obstante, una angustia casi enfermiza, por el drama sufriente del hombre en sociedad, siempre lo acompañó similar a la experimentada por el mexicano Juan Rulfo y expresada en su poema “Diles que no maten”. Un hombre guiado permanentemente por el valor de la honestidad en todos los actos de su existencia. La búsqueda de Dios para ser mejor en la vida lo llevó a abrazar la religión del judaísmo para identificarse con el sionismo perseguido por el fascismo alemán.
Ciertamente, no fue nada fácil la existencia de Kafka sumida en la soledad, la soltería, el trato tiránico del padre que lo percibía débil, la fe inquebrantable en Dios, la frustrada conformación de una familia, relaciones amorosas infructuosas con el rompimiento reiterado del compromiso matrimonial, la condena al burocratismo y toda forma de opresión política, su creencia en la mujer como motivación para crear su arte y el considerarse frágil ante la hostil competencia a que conduce la maquinaria social.
En lo político el combate en contra de todas las formas de totalitarismo: la aberración del fascismo que generó el capitalismo y el estalinismo del comunismo, ambos con similares prácticas y métodos opresivos negadores de la libertad humana. Por ello durante la primera mitad del siglo XX sus obras no fueron bien vistas por el totalitarismo estalinista de la Unión Soviética que las vetó. Al igual que el totalitarismo de derecha del fascista alemán Adolfo Hitler. En su novela El proceso advierte con intensidad sobre el peligro de las formas de gobierno totalitarias cuando en vano intenta ser recibido en la inaccesible alcaldía pasto de la insensible y parasitaria burocracia política.
Su creencia en Dios para ser mejor en la vida que lo impele a abrazar la religión del judaísmo. Así en 1917 intentó emigrar a Palestina lo cual se lo impide la tuberculosis que lo lleva a la muerte.
Un escritor amante de una sana bohemia limitada a las tertulias literarias sin los abusos de ningún vicio, por el impedimento de su falta de fortaleza física. Por el contrario, era un practicante del vegetarianismo y la meditación mental que lo llevó al aislamiento sin por ello ser un insociable como ligeramente podría creerse o poseído por la amargura, muy propia del neurótico sin control
Increíblemente, contra la conseja del mundo intelectual en que se desarrolló, creía profundamente en el trabajo manual y el ejercicio de sus oficios, entre estas el comerciante ocasional que fue. En tal sentido nos dejó esta reflexión que habla por sí sola: “El trabajo intelectual arranca al hombre de la comunidad humana. Un oficio, en cambio, conduce al hombre hacia los hombres”.
La contribución de su obra narrativa es de tal importancia y magnitud histórica que influyó en un escritor como el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, quien leyó una noche de un solo tirón, su libro La metamorfosis. Luego de su lectura parte de lo creado por el colombiano tuvo el peso de Kafka al igual que los mágicos cuentos que de niño le contaba su abuela. En parte, el checo lo llevó a descubrir el realismo mágico.
Pero, qué significación tiene hoy la obra y existencia de este checo. Creemos que mucha por la honradez de su ejemplo como hombre de bien entregado a la creación literaria. Porque la literatura puede enseñarnos a ser mejores personas y ciudadanos en lo individual y social.
Sus creaciones literarias actualmente continúan siendo centro del debate, reflexión, lectura, estudio por sus excepcionales personajes, mundos que reclaman el paraíso arrebatado al hombre y el mensaje de la necesaria justicia. La exhortación a luchar por un mundo mejor con las armas de la escritura (su tabla salvadora) y la razón. Es lo que está presente en algunos de sus libros: El proceso, La condena, América, La metamorfosis y El castillo.
Este escritor de origen judío practicó el género literario del relato breve actualmente en el tapete por el laconismo que le han imprimido a los mensajes las redes sociales. Una muestra de ese talento de Kafka para el mini relato es el texto Una pequeña fábula, un reto a la capacidad de síntesis suficientes para dejarnos la huella de sus sorprendentes universos sin salida alguna.
Una pequeña fábula
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato…y se lo comió.
Freddy Torrealba Z.
Twitter: @freddytorreal11