No imaginaba mi padre, el educador normalista Expedito Cortés, que las historietas y cuentos a los que con tanta diligencia perseguía allá en Carora de los años 1960, acusándolas de ser las responsables de nuestro bajo rendimiento escolar, que estas revistas muy populares y baratas procedentes de México, han sido las autoras de un hábito que me persigue y persigue a muchos desde entonces: la fecunda y avasallante costumbre de la lectura.
No puedo menos que expresar, muchos años después, el profundo agradecimiento por aquellas pulps aztecas que me abrieron el camino a la universalidad del conocimiento. Ellas enseñaban a leer y a escribir en un buen y aceptable idioma castellano. Sus viñetas nos enseñaron el valor de las letras bien trazadas y rotuladas, el equilibrado diseño, la importancia de los signos de interrogación y afirmación, de los puntos suspensivos, así como el inmenso precio y valía de la concisión textual bien expresada. Los pulps tuvieron una cierta función didáctica, no ya solo a la hora de aprender a leer, sino también a escribir con cierta habilidad.
A través de estos cuentos e historietas aprendimos geografía e historia, comprendimos que el mundo era una realidad inmensa más allá de la remota ciudad del semiárido de Carora, que el mundo anglo sajón y protestante debía ser objeto de nuestras meditaciones, conocimos a los grandes acontecimientos históricos, la Segunda Guerra Mundial, la caída de Constantinopla, la Guerra de Troya, la posibilidad de un viaje a la Luna, a grandes personajes de la historia, tales como Napoleón, Cleopatra, Einstein o Juan XXIII. Cultura general, se le dice a este extraordinario fenómeno pedagógico.
La imaginación, loca de la casa, recibe un tremendo empuje gracias a la lectura de las historietas de ciencia ficción: Superman, Batman o Tawa, el hombre gacela. Fue gracias al joven superhéroe de Villachica cuando leí por vez primera la fórmula einsteniana, la ecuación más famosa del mundo: E= m x v2.
Recuerdo con nitidez cuando cursaba sexto grado de primaria con el maestro Hernán Prieto Castillo, quien nos animaba realizar composiciones y dibujos, allá en el lejano año 1964. Un compañero de estudios deja sus dibujos en el pupitre, a los que consideré desabridos y secos. Tuve entonces el atrevimiento de mejorarlos, haciéndoles unos agregados brotados de mi imaginación infantil: volcanes erupcionando, gigantescos dinosaurios verdes, reptiles voladores, una atmósfera antidiluviana, prehistórica. Cuando el dueño de los dibujos regresa del receso y observa mis modificaciones, monta en cólera y se los lleva al maestro, algo así como para que me reprendiera por mi osadía. Sucedió todo lo contrario, puesto que aquel sensible pedagogo normalista felicita a mi enojado compañero de estudios por aquella acabada, bien pensada e imaginativa realización. Desde entonces aquel muchacho y quien escribe se hicieron amigos en el diseño y el dibujo. Debo confesar que el verdadero responsable de aquel luminoso e inolvidable episodio escolar fue una historieta que por entonces yo adoraba: Turok, el guerrero de piedra.
Estas historietas, llamadas pulps en el mundo anglosajón, eran responsables de mi ensimismamiento y de mis largas cavilaciones y ensoñaciones que llamaron la atención preocupada de mis padres. Fascinaba al muchacho caroreño la posibilidad de viajar en el tiempo, como lo hacía Neutrón, el enmascarado negro. Hogaño y gracias a estas lecturas infantiles me he convertido en apasionado de las más audaces teorías de la física: la teoría de la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg, los agujeros negros de Hawking, el Teorema de Bell, la teoría de las cuerdas.
Estas revistillas baratas han tenido una influencia fundamental en la cultura popular de Occidente. La mitología moderna se afinca en los llamados cómics, relatos que han sido desarrollados posteriormente por la literatura y el cine de Hollywood. Ninguna cultura, por más tecnificada y racional que se crea, puede vivir sin mitologías, una subversión epistemológica en un mundo imaginal, dice Gilbert Durand (Estructuras antropológicas de lo imaginario, 1960). La sociedad de la información ha catapultado aún más esta propensión humana a crear mitos. Héroes, dioses y semidioses habitan ahora nuestros teléfonos inteligentes, computadoras y tablets. Dejaron tinta y papel para colocarse en el ciberespacio de manera permanente. Es un mundo angélico tecnificado y algorítmico que asombraría al mismo Max Weber: el mundo se ha reencantado.
Es que los pulps no han fallecido, como podrá erróneamente creerse. Entre los años 2006 y 2007 comienza a surgir en Estados Unidos un movimiento literario que se ha denominado neo pulp. El máximo exponente es el autor Barry Reese que ha escrito dos series de novelas que han alcanzado un notable éxito. The Rook, con seis novelas publicadas hasta la fecha y The adventures of Lazarus Gray, con tres novelas publicadas.Este resurgimiento del pulp ha llevado a numerosos escritores a publicar nuevas aventuras de personajes como Doc Savage o The Shadow. En el cine este resurgimiento se ha visto representado con las superproducciones “John Carter de Marte” y “El llanero solitario”. Y qué decir del film Pulp fiction, de Quentin Tarantino, protagonizado por John Travolta, que ha tenido un éxito de taquilla descomunal.
Luis Eduardo Cortés Riera