No había transcurrido ni cinco minutos cuando el gallo del general José Antonio Páez se posaba victorioso sobre su oponente, mostrando su afilado pico rebosante de sangre al tiempo que cacareaba excitado como anuncio de que sus envenenadas espuelas habían agujereado el cuerpo inerte de su rival en una riña con olor a aguardiente, algarabía y estrepitosos gritos.
Los primeros gallos que llegaron a Venezuela fueron traídos por los conquistadores españoles, porque en la América no existían gallos de pelea. Por consiguiente, la historia de las peleas de gallos es tan antigua como el país mismo, afirma el cronista Oscar Yánes, agregando que ese evento es una de las tradiciones más arraigadas en todo el territorio nacional.
El historiador Igor Barreto, escribe que las primeras peleas de gallos se realizaron en la isla de Nueva Esparta en el año de 1569, época en que esta práctica se ejecutaba en los solares y en las calles.
Tiempo después, las autoridades españolas, en un intento de frenar las apuestas y los pleitos, que muchas veces eran a machete y cuchillos con saldos mortales y heridos de gravedad, estableciéndose entonces una reglamentación que para poder realizar una o varias peleas de gallos, debían solicitar permiso y asentar los nombres de los espectadores, y quienes asistían a estos eventos violando la ordenación jurídica, eran perseguidos y a los que lograban capturar, los confinaban entre cuatro a seis meses en la fortaleza de La Guaira.
En el caso de que las autoridades llagaran a enterarse que se realizaron peleas de gallos clandestinas, comenzaban a investigar el lugar y quiénes asistieron. A los implicados los condenaban a trabajos forzados en las fortificaciones de Puerto Cabello.
El gallero más insigne
Oscar Yánes sostiene que, en el siglo XIX el deporte más popular en Venezuela era las peleas de gallos, por consiguiente, notables personalidades de la colonia, especialmente los mantuanos, aupaban esta actividad y la fortalecían con grandes apuestas «lo que hacía de este deporte un evento apetecible”.
En aquel entonces – menciona el cronista-, el gallero más significativo en la historia de Venezuela fue el general José Antonio Páez, indicando que John Gustavus Adolphus Williamson, primer Encargado de Negocios de Estados Unidos en el país, presentando sus credenciales oficialmente el 30 de junio de 1835, apuntó que el presidente de la «nueva República» lo recibió en su casa de habitación mientras preparaba unos gallos de pelea.
Agrega como dato curioso que Páez tenía una gallera privada en la propia casa y que, al momento de recibirlo, se encontraba sin traje ni corbata, con una camisa, un chaleco encima y calzaba unas pantuflas.
Señala que el presidente acariciaba constantemente los gallos, los careaba, les daba de comer y luego los pesaba.
Williamson había nacido en Carolina del Norte en 1793. Fijó su residencia en Puerto Cabello cuando le otorgaron, más tarde, el cargo de cónsul que ejerció por ocho años.
Diplomáticos apostadores
En una oportunidad arribaron al puerto de La Guaira un grupo de diplomáticos ingleses que venían con la misión de observar el nuevo Gobierno de Venezuela. Páez, envió para estos sus mejores carruajes y dio instrucciones para que fueran tratados con la mayor de las consideraciones durante el viaje a Caracas.
Pero el rumor que corrió rápidamente fue que el cuerpo diplomático, en vez de dedicarse a reparar los asuntos de Estado, se encerraron una semana en la casa del primer mandatario nacional para jugar y apostar a los gallos.
Al terminar la extenuante jornada, Páez se sintió muy orgulloso al tener como invitados a los caballeros ingleses, afirmando en su Autobiografía que estos cancilleres eran personas «muy educadas y elocuentes», adicionando que Páez quedó muy triste porque había perdido seis mil pesos. «Yo pensaba que como eran ´musiues´ no tenían el tacto para los gallos, pero terminaron dominando el juego más que yo», copia Páez.
Páez fue quien dictó el primer Decreto sobre gallos, en donde se estableció que la máxima autoridad en la gallera es el juez, por tanto, disponía de la suficiente autoridad para imponer el orden e incluso ordenar la detención inmediata y llevarse para el rastrillo a los alborotadores o malapaga, pues tenía a su disposición varios oficiales de policía. Las decisiones del juez -según reglamento de Páez-, son inapelables, ordenamiento que aun hoy se mantiene.
Era frecuentada por Gómez
Yánes asegura que la gallera más afamada de Venezuela era la de la esquina de Socarrá. Otra sería la de Antonio Pimentel, ubicada de Coliseo a Peinero. Era amigo personal del Benemérito y entrenador de gallos de los Gómez.
Estas galleras eran escenario de violentos desencuentros. Además, no faltaban los malos perdedores que, al momento del inesperado revés, intentaban salir en fuga, lo que alteraba a los triunfadores que inmediatamente ejercían el lenguaje universal para resolver los conflictos.
En aquella Venezuela de 1930, el general presidente Juan Vicente Gómez, junto a su compadre preferido visitaban con frecuencia la gallera de Pimentel, para disfrutar de largas rondas de apuestas a las peleas de gallos propiedad del Benemérito, quien si no ganaba la empataba.
Los gallos de «los gomeros» venían de Puerto Rico, que en su mayoría eran regalos de sus aduladores.
Cuando el primer gobierno de Rafael Caldera se había proyectado construir una autopista que pasaría justo por el hoy Parque residencia Sanabria y por ende justo por el medio de la célebre gallera de Pimentel, en donde el Benemérito quedó inmortalizado en una fotografía, pero la obra no se pudo ejecutar por la férrea oposición de los vecinos que defendieron aquel patrimonio de la Caracas de antaño.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
IG/TW: @LuisPerozoPadua