#OPINIÓN Agentes del cambio #16Jun

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Considerándolo en sentido integral, la vida política de los países se asemeja a las películas. El elenco principal lo componen el presidente o primer ministro junto a su camarilla ministerial. El elenco secundario está integrado por los parlamentarios del congreso y también por los gobernadores y alcaldes de tu estado, provincia o municipio. También hay actores de reparto: aquellos que cumplen directrices del elenco secundario y que puedes observar en las miles de instituciones públicas de tu país, atendiendo una solicitud o directamente efectuando maniobras que les garanticen la permanencia en el cargo y la supervivencia política al partido que los llevó hasta allí. Y hay miles de extras, que en este caso, por desgracia, somos todos nosotros, esas personas que fluyen a través la cotidianidad de los países como el agua a través de un tamiz, activando día tras día, la máquina de la vida diaria. Allí se encuentran la vendedora de empanadas del kiosko de la esquina, que te dice que las empanadas aumentaron porque la harina aumentó. El chofer del camión cisterna que surte de agua a tu barrio, y que acaso no pudo pasar ayer, porque tenía el camión accidentado. La cajera del banco que atiende tu trámite con una taza de café humeante a su lado.  Pero esporádicamente, aparece en la vida política de un país alguien que no encaja en ninguna de estas categorías. En el ámbito de la Química, a este elemento se le llamaría catalizador. Pero en las películas, este tipo de personaje se conoce como outsider o agente del cambio. Cuando aparece, sabes que está allí porque el guionista lo puso allí. Su misión es la de alterar la dinámica normal de la película y llevarla hasta el objetivo fijado en el guion. 

Hugo Chávez, sin dudas, fue un agente del cambio en Venezuela. Eso ocurrió en 1998 y lo recuerdo bastante bien porque fue el año donde Cardenales de Lara ganó el segundo campeonato de su historia en una final de infarto contra Leones del Caracas. La obtención del campeonato ocurrió el 1 de febrero de ese año y la elección de Chávez al elenco principal del país, en diciembre. Por lo tanto, ese año en la memoria de muchos larenses, debe tener el mismo sabor agridulce que tendría una inmensa celebración frente a un abismo. La aparición de Chávez no fue casual. Venezuela se encontraba oxidada políticamente, con una clase dirigencial, es decir con un elenco principal, que ya no conectaba de ninguna manera con los millones de extras. Aparte de eso, la opinión pública, motorizada por distintos medios de comunicación, fue abonando el terreno ideológico para la aparición del agente del cambio. Y también estuvo Rafael Caldera, que en los 4 años previos no hizo otra cosa que facilitar el desembarco gradual pero irrevocable de la vieja izquierda irredenta que todavía lloraba por la caída del bloque soviético. Venezuela quería cambio, se escuchaba en todas partes. Y en diciembre de 1998 hubo un cambio en Venezuela.  Es bastante fácil recordarlo, porque todo lo que ocurrió en los años posteriores, todas y cada una de las cosas terribles que sucedieron a continuación en Venezuela, derivó de aquel cambio.  

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El próximo Domingo los colombianos eligen nuevo presidente entre dos opciones: por un lado, Rodolfo Hernández, una especie de Donald Trump en versión tropical; y por el otro Gustavo Petro, nada menos que un exintegrante del grupo guerrillero M-19 y portador de la centenaria receta comunista creada por Karl Marx, perfeccionada por Vladimir Lenin y aliñada en Cuba para consumo latino. Por lo tanto, el cambio está garantizado en Colombia. La opción de Federico Gutiérrez fue derrotada en las urnas, bajo la pesada losa de lo que se conoce despectivamente en algunos círculos académicos, como continuismo, y esto dejó la mesa servida para la irrupción del agente del cambio colombiano. 

Sobra decir que el anhelo de cambio político es absolutamente legítimo en cualquier país, más aún cuando existe un evidente cortocircuito entre la clase dirigencial y el ciudadano promedio, sin embargo, hay que considerar que no todos los cambios son positivos, y la historia reciente de Latinoamérica enseña que cuando los cambios vienen asociados a conceptos intangibles como pueblo o sociedad, es mejor salir corriendo. Ojalá, esta vez la moneda del azar caiga del lado correcto de la historia y Colombia pueda encontrar el camino del bienestar y el progreso, porque como bien lo podría atestiguar la Venezuela de 2022, a veces los cambios se convierten en pesadillas interminables.                                   

Felix O. Gutiérrez P.

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