En 1982 estaba leyendo el prestigioso diario El Impulso de Barquisimeto, Venezuela, en donde se anunciaba que el reconocido escritor mexicano Octavio Paz había publicado una extraordinaria investigación histórico literaria sobre la monja y poetisa novohispana del siglo XVII sor Juana Inés de la Cruz. Le di algún dinero a mi madre Claver Riera de Cortés para que, en viaje a Caracas, me comprara en la librería del Fondo de Cultura Económica aquel libro que intuí excepcional e inmenso. No me equivoqué en absoluto, juicio que sigo repitiendo hoy, mayo de 2022, con igual vehemencia. Lo edita la prestigiosa editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, España, en 658 medulosas páginas. Hay reconocidos críticos literarios que sostienen que el galardón del Nobel literario en 1990 le fue otorgado fundamentalmente al mexicano por esta obra señera y eminente. Han pasado cuatro largas décadas y este libro monumental no termina de producirme gozos y sorpresas. Es para mi libro de culto, al que he dado en préstamo a varias personas para no sentirme solo en su muy agradable degustación. Fue un dinero muy bien invertido.
En el Liceo Egidio Montesinos:
Octavio Paz e Ignacio Burk
En esos años ya lejanos enseñábamos en el Liceo Egidio Montesinos de Carora las asignaturas Filosofía y Psicología de la mano del sabio germano venezolano profesor Ignacio Burk, cuando se produce la llegada de este libro de Paz. Juntos, el alemán y el mexicano, obraron en mi mente un verdadero parto intelectual que pocas veces repite. Ellos me enseñaron a pensar y a reflexionar con sentido crítico, con el filoso instrumento de la crítica como rasgo céntrico del pensamiento de la modernidad, y a escribir de buena y ajustada manera, todo lo cual coadyuvó de manera demasiado decisiva a coronar con éxito mis estudios de maestría y doctorado, de la mano inteligente y orientadora de los doctores Federico Brito Figueroa (1921-2000) y Reinaldo Rojas, mis maestros y amigos sinceros.
El olmo que sí da peras
Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe es epitome consagrado de la biografía bien lograda y juiciosa, en la mejor tradición de Emil Ludwig o Stephan Zweig. Uno no puede menos que sentir asombro ante la enorme erudición de su autor y la manera sencilla y agradable con la que escribe, una sencillez que tanta falta hace a tantos escritores de mi patria. Con mucha humildad confiesa que en más de una oportunidad estuvo a punto de abandonar su escritura, hasta que finalmente la termina en 1981.
Se trata de un libro que aborda, simultáneamente, de un estudio del tiempo en que sor Juana vivió y una reflexión sobre su vida y obra: historia, biografía y crítica literaria. Un portento de escritura, sin duda. Como historiador de formación que soy, he aprendido de Paz lo que significa hacer bien nuestra labor en la “ciencia de los hombres en el tiempo”, tal como la entiende mi maestro Marc Bloch, fundador de la escuela francesa de Anales en 1929.
El prólogo
El prólogo es una verdadera delicia. Allí dice Paz cosas excepcionales y muy interesantes sobre los enigmas de la vida de la monja y poetisa novohispana, un jeroglífico. Afirma que hay una relación entre la vida y la obra de un escritor, pero esa relación nunca es simple. La vida no explica enteramente la obra y la obra tampoco explica a la vida. Entre una y otra hay una zona vacía, una hendedura. Hay algo que está en la obra y que no está en la vida del autor; ese algo es lo que se llama creación o invención artística y literaria. El poeta, el escritor, es el olmo que sí da peras. Estas afirmaciones de Paz me hicieron recordar al Nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, quien realiza furiosas y acertadas críticas a la insípida vida moderna cuando en tiempo real disfruta y saca provecho de ella.
Como sabemos, la religiosa mexicana sufrió una persecución obstinada de sacerdotes de la jerarquía eclesiástica de ciudad de México que finalmente la hundieron, haciéndola abjurar de las letras profanas.
||Utilizando magistralmente el método comparativo de historiadores, Paz nos habla de las horrorosas persecuciones que la ortodoxia comunista de la difunta Unión Soviética emplea ferozmente contra la disidencia. Dos ortodoxias entonces, la católica y la comunista, las que nos parecen igualmente execrables, que abatieron a Bujarin y sor Juana. Una comparación que no agradó a los intelectuales comunistas venezolanos, el caroreño Federico Álvarez entre ellos.
Penetración psicológica
La prodigiosa penetración y sensibilidad psicológica es otro inmenso rasgo inigualable de Paz. Siempre releo lo del asesinato simbólico que sor Juana realiza sobre su ausente padre, un tal Asbaje. Y lo mismo diré de las relaciones amorosas y de amistad de la monja con las virreinas de México, pues era ella favorita dama de la corte. ¿Una relación homosexual? Sí y no. Debemos recordar que esos ya remotos tiempos eran corrientes las ideas del neoplatonismo renacentista de Marsilio Ficino, el amor platónico, que nos hacen pensar en otra cosa. Carlos Fuentes, otro escritor mexicano, se atreve a decir que, en efecto, sí eran relaciones lésbicas.
Una mirada múltiple
Creo que sor Juana ha sido víctima de variadas interpretaciones y miradas, algunas que han llegado a lo caricaturesco. La del alemán Ludwig Pfandl es una de ellas. Se obsesiona el germano por los aspectos neuróticos de la personalidad de sor Juana, pero ignora casi del todo las circunstancias histórico sociales que la rodean: el virreinato de Nueva España del siglo XVII. Empleando las ideas del médico vienés Sigmund Freud, Paz dice que el mal de la monja poetiza no era la pobreza sino la riqueza: una libido poderosa sin empleo. Para Freud el sueño pone en libertad al deseo sexual. Confieso que la creatura de Freud, el psicoanálisis, no es santo de mi devoción tras mis lecturas del demoledor de las dañinas pseudociencias modernas: el filósofo argentino Mario Bunge, declarado enemigo de las perjudiciales imposturas de diván.
Atanasio Kircher: el último hombre que quiso saberlo todo
Sor Juana vivió en un mundo aislado, que no conocía sino con evidente retraso de los portentos científicos y filosóficos que preparaban la modernidad en Europa. La ortodoxia católica y su temible brazo inquisitorial se encargaban de impedir, sin éxito, que se leyera a Copérnico o Descartes, demoledores de las certezas escolásticas.
De esa manera sucedió que nuestra hermosa monja, ávida de conocimientos y de saber, se comunica con los portentos del conocimiento allende al océano a través del espejo deformante del sacerdote jesuita alemán Atanasio Kircher, un hombre dotado de una “temible erudición” con la que quería abarcar todo el conocimiento humano. Tenía un gran prestigio, a tal punto que la misión jesuita enviada a China en 1656 llevaba dos docenas de ejemplares de sus libros Musurgia Universalis y otras dos del Oedipus Aegiptiacus. En sus escritos musicales nos habla de la Gran Armonía Divina, donde la creación puede verse como una invención musical.
Era una suerte de ciencia barroca la que construye el sacerdote germano, lo que me hizo recordar la ciencia romántica de Goethe, que hizo inventar a Kircher una serie de curiosísimos aparatos: estatuas hablantes, megáfonos, órganos mecánicos, linternas mágicas, una suerte de computadora para componer música, muchos de ellos con forma de caracol, algunos de los cuales habitaban la sorprendente celda de sor Juana en el lejanísimo México colonial.
Estaba atacado el padre Kircher, nos dice Paz, por la enfermedad intelectual del siglo XVII: la egiptomanía: una interpretación egipcia de las civilizaciones desde China a México, ideas mezcla de erudición y fantasía que fueron leídas con fascinación por sor Juana y su amigo “estrellero” Carlos de Sigüenza y Góngora, todo lo cual impidió que estos mexicanos dieran el salto definitivo a la modernidad. México e Hispanoamérica eran en ese entonces mundos congelados. ¿Lo seguiremos siendo?
Primero sueño (1685):
Poesía del intelecto ante el cosmos
Se trata de un poema tan impersonal como la filosofía del alemán Enmanuel Kant, pues sor Juana apenas aparece al final de este largo poema de 975 versos, composición poética que es, dice Paz, una totalidad autosuficiente, como lo es de parecida manera la novela Cien años de soledad.
Con apenas 40 años crea la religiosa un poema muy original a pesar de ser una imitación muy ingeniosa de Góngora. No hay nada semejante al Sueño en la literatura española de los siglos XVI y XVII, y habrá que esperar, agrega Paz, al poeta francés Sthéfane Mallarmé para conseguir algo equivalente. Una extraña profecía.
Arranca el sueño de una idea: el alma es prisionera del cuerpo, un legado escita o tracio, una gota de sangre extranjera en el cuerpo de la cultura griega. La Iglesia Católica siempre la vio con desconfianza y nunca aprobó. Pero no logra eliminarla por completo. Acá debemos hablar del viaje espiritual, viaje donde el alma se libera del cuerpo, tradición que viene de Pitágoras y Empédocles, llega a Platón y de Platón, en un largo y sinuoso trayecto que se confunde con la historia espiritual de Occidente, (Dante, Kepler, Kircher), llega hasta nosotros. Quien escribe encuentra este viaje espiritual en Ramón Pompilio Oropeza, cuando de joven estudiaba el caroreño su “trienio filosófico” en el Colegio de la Concordia tocuyano en 1889.
El poema es expresión de un género nuevo, una significación universal increíblemente ignorada, se lamenta Paz. Es la antigua tradición del viaje espiritual durante el sueño que sor Juana quebranta. Se produce algo nuevo de extrema gravedad pues implica un cambio absoluto de las relaciones de la criatura humana con el más allá. La ruptura es una verdadera escisión y todavía padecemos sus consecuencias históricas y psíquicas. Será desde el romanticismo el eje espiritual de la poesía de Occidente. Es la revelación de que estamos solos y de que el mundo sobrenatural se ha desvanecido. De una manera u otra, todos los poetas modernos han vivido, han recreado la doble negación de Primero sueño: el silencio de los espacios y la visión de la no-visión. En esto reside la gran originalidad del poema de sor Juana, no reconocida hasta ahora, y su sitio único en la poesía moderna, asienta Paz. Como todas las obras únicas y singulares Primero sueño, es irreductible a la estética de su tiempo. Poema barroco que niega al barroco y que prefigura a la modernidad más moderna. Es el polo opuesto de la Divina comedia.
Primero sueño no hace alusión a Cristo, una única alusión hace a la Biblia, no aspira unirse a Dios como persona, sino que quiere, a la manera platónica, conocerlo y contemplarlo como Alto Ser y Primera Causa. Es que en esos años el neoplatonismo produjo un cambio notable en la imagen del universo, tanto o más importante que las ideas de Copérnico, Kepler, Galileo.
Sor Juana repetía constantemente que no quería ruidos con la Inquisición, enorme poder en Nueva España entonces. Es cristiana pero insumisa. Este sentimiento, afirma Paz, es el eje secreto de su vida psíquica.
Inaugura sor Juana una pasión nueva en la historia de la poesía, lo convirtió en tema poético|: el amor al saber. Un héroe mitológico griego será su modelo, el desgraciado faetón. Quien representa la libertad en su forma más extrema: la transgresión. Es la libertad que se arriesga y que no teme romper los limites.
Aunque parezca increíble, no son estas ideas la que hundieron a la monja al final de su vida. Ella no hacia comentarios de las Sagradas Escrituras, y cuando hizo alusión crítica a un sermón del padre jesuita portugués Antonio de Vieyra, dio pábulo a sus persecutores para hacerla abjurar con saña y sin miramientos a las letras profanas. Ella responde con el admirable Respuesta a sor Filotea de la Cruz, que es el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, texto al que nos referiremos en otra ocasión.
¿Qué es la cultura hispanoamericana?
La obra es también, y como si fuera poco, una inmensa y aguda reflexión acerca de nuestra cultura de habla castellana, una cultura cuya hora no coincide casi nunca con la europea o norteamericana. Siempre estamos atrás o delante de ellos. Esta idea me hizo reflexionar sobre las posiciones economicistas del marxismo vulgar que pocas veces pensó en ello, excepción sea dicha del peruano José Carlos Mariátegui. Es que en el siglo XX, como dijo mi paisano merideño Mariano Picón Salas, seguimos bajo los efectos del Concilio de Trento. A pesar de dos siglos de enciclopedismo y crítica moderna, los hispanoamericanos no nos hemos evadido del laberinto barroco: el nepotismo, la figura familiar del patriarca parrandero, la madre sumergida en los oficios del hogar, nuestro amor por las generalizaciones y el desprecio de los hechos concretos y particulares, nuestra antipatía por las explicaciones pluralistas, nuestro nihilismo cínico, el fanatismo de nuestros intelectuales, que abrazan con igual fervor el positivismo de Comte o el marxismo-leninismo. Sin embargo, hemos creado una extraordinaria cultura popular afincada en la más hermosa tradición, gracias a la cual no somos simples caricaturas de las naciones avanzadas, una idea que intuyó genialmente hace casi un siglo mi paisano caroreño y venezolano Cecilio “Chío” Zubillaga.
Ensayo de restitución
De tal manera llama Octavio Paz la parte final de su libro, pues se trata de “una tentativa de restitución, restituir a sor Juana a su mundo, la Nueva España del siglo XVII, la vida y la obra de sor Juana. A su vez, la vida y la obra nos restituye a nosotros, sus lectores del siglo XX, la sociedad de la Nueva España en el siglo XVII. Restitución: sor Juana en su mundo y nosotros en su mundo.” Y lo llama ensayo, pues es una restitución histórica, y por lo tanto relativa y parcial.
Tentativa de restitución que termina con una palabra sorprendente: jeroglífico. La vida breve de sor Juana es verdadero jeroglífico, y como tal acertijo, proclive a diversas, variadas interpretaciones, las que serán siempre parciales y tentativas.
Postescritum
Tal ha sido mi inmenso fervor y admiración por la monja novohispana, que me atreví en tiempos de pandemia universal, escribir un ensayo titulado Sor Juana y Goethe: del barroco al romanticismo (2021), en donde afirmo que: “me atrevo decir que la obra de sor Juana se asemeja en originalidad, hondura y densidad a la de Goethe, y que si ella hubiese tenido las condiciones más favorables de la que disfrutó el poeta y científico tudesco, quizá habría llegado a igualar y hasta superarlo en más de un aspecto. La posteridad tiene la palabra”. Ensayo que envié a la Academia de Ciencias de Rusia, prestigiosa institución académica del país eslavo que, para mi enorme sorpresa y emoción, ha resuelto publicarlo a la brevedad.
Luis Eduardo Cortés Riera