La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es una fiesta gloriosa… pero es también una fiesta de nostalgia, porque fue el momento en que Jesús de veras se fue. Como Hombre, digo, porque como Dios sigue estando en todas partes.
El Señor sabía que los Apóstoles iban a quedar tristes. Y Jesús trataba de consolarlos y animarlos. Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como Su Representante. Pero también estaba dejando a Su Madre que es Madre de Su Iglesia. Y esto porque, siendo Ella Madre de Cristo, también es Madre del Cuerpo Místico de Cristo -que es la Iglesia.
Por eso Ella los reunió y los animó después de la Ascensión, orando con ellos durante 9 días (¡fue la primera Novena en la Iglesia!), en espera de lo que Jesús había prometido: el envío del Espíritu Santo. Pero volvamos a la Ascensión.
¡Cómo sería la Ascensión! Jesús subía radiantísimo al Cielo para sentarse a la derecha del Padre. Nos habla San Lucas de “una nube que lo ocultó”. ¿No sería esa “nube” más bien el fulgor y la brillantez irradiados por Jesús, que hicieron que quedara ocultado a los ojos de los presentes?
Y aún después de haber desaparecido ocultado por esa “nube”, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo. Fue entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo para decirles: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hch 1,1-11).
Los Ángeles anunciaron que Jesús “volverá”. Importantísimo recordar ese anuncio profético sobre la Segunda Venida de Jesucristo, cuando regresará de igual manera: en gloria y desde el Cielo.
Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo. Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.
La Ascensión de Jesucristo al Cielo es un misterio de fe y de esperanza en la vida eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor -subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde Él está, al que hemos sido invitados todos, para estar con Él. Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “Voy allá a prepararles un lugar… Volveré y los llevaré junto a Mí, para que donde Yo estoy, estén también ustedes” (Jn 14,2-3).
La Ascensión de Jesucristo al Cielo en cuerpo y alma gloriosos debe despertarnos el anhelo de Cielo. Y la Ascensión proclama nuestra futura inmortalidad. Inmortalidad no sólo del alma, sino también la de cuerpo, porque resucitaremos en cuerpo y alma gloriosos, como Él, para disfrutar con Él y en Él de una felicidad plena, perfecta y para siempre…
¿Cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo?
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Isabel Vidal de Tenreiro