Cuando tenía 17 años protagonizó un episodio que le cambió la vida estando en San Felipe, el mozo José Antonio Páez debía ir a Cabudare a entregar un dinero encomendado por su madre, María Violante Herrera Xaimes.
Corría el año 1807 y el muchacho tenía solo 17 años de edad, pero ya era lo suficientemente decidido para desempeñar las tareas más rudas y osadas, por lo que inició su periplo desde San Felipe a Guama, pero pasando por Yaritagua hizo una parada para comprar víveres en una pulpería.
Allí, cuando se disponía a pagar alardeó de la pistola que llevaba en la cintura y alardeó del dinero de su encomienda. Inmediatamente unos malhechores que se encontraban en el lugar lo precisaron para luego seguirlo con sigilo, hasta que en un recodo del camino de la montaña de Mayurupí, lo abordaron en una rápida acción.
A pesar de que eran cuatro los asaltantes que buscaban robarle el dinero, el joven José Antonio desmontó rápidamente de la mula para confrontar a uno de los bandoleros que, con un garrote en una mano y un machete en la otra, le increpó que entregará el dinero y la pistola.
Pero Páez aprovechó que los asaltantes subestimaron su agilidad y su valentía para desenfundar la pistola y dispararle directo al pecho sin mediar una sola palabra, lo que provocó la muerte en el acto del bandido que cayó desplomado mientras los otros tres, al ver con asombro lo acontecido, corrieron despavoridos para internarse en la espesura de la vegetación.
Páez asustado por lo sucedido, se guardó la pistola y se encaramó en la mula para proseguir su camino cumpliendo así con la encomienda de su madre. Este episodio cambiaría su vida para siempre.
Entretanto, la noticia corrió como pólvora en Acarigua y Guanare y, aunque fue en legítima defensa, al mozo José Antonio le aterraba pensar que pagaría con cárcel aquel crimen, por lo que tomó la determinación de irse lejos, a los llanos de apureños, en donde el ensordecedor trance no tendría resonancia.
Allí consiguió empleo como peón en el hato La Calzada, propiedad de Manuel Antonio Pulido, aprendiendo todo lo relacionado con las faenas de la ganadería, para luego, en 1810, sentar plaza en el escuadrón de caballería del Ejército Republicano organizado por el propio Pulido.
Páez había nacido en Curpa, hoy estado Portuguesa, el 13 de junio de 1790. Hijo de Juan Victorio Páez, funcionario Real del Tabaco, casado con María Violante Herrera, ambos de origen canario.
Estudia las primeras letras en la escuela privada que regentaba la preceptora Gregoria Díaz, en Guama. Al lado de su cuñado Bernardo Fernández desempeña algunas tareas de comercio menor.
Pero el destino le será prometedor y dominará la escena militar y política venezolana a partir de la resonante Batalla de Carabobo, en 1821, hasta el Tratado de Coche, en 1863, cuando concluye la Guerra Federal.
La hazaña personal
Su verdadera hazaña personal, además de haber sido Libertador y presidente de Venezuela, fue la de cultivarse como individuo. Durante los años de su madurez como político, pudo dedicarse a su verdadera pasión: aprendió teoría y solfeo, armonía, formas y estilos musicales, venció el miedo a cantar y aprendió a tocar el piano y el violín.
Se convirtió en ávido lector y fue enriqueciendo el léxico y sus conocimientos sobre historia universal; escribió una autobiografía que es testimonio histórico único de los primeros 50 años de la historia de la República independiente; aprendió a hablar y escribir inglés y francés.
Fue alumno del célebre geógrafo y prócer de la Independencia de Venezuela, el italiano Agustín Codazzi, de quien aprendió lo suficiente de botánica para crear un tipo de rosal cuya flor hoy lleva el nombre de “Rosa Páez”; y decidió cambiar las maracas que tocaba en sus mocedades llaneras por los finos sonidos del piano y el violín hasta el punto de interpretar y componer piezas de música clásica.
Su casa fue un teatro
Páez fundó en su casa de Valencia, lo que fue quizás el primer grupo de teatro de la ciudad, inaugurándolo con una función de la tragedia “Otelo” escrita por William Shakespeare y siendo el mismo uno de los actores principales en compañía de Miguel Peña y Carlos Soublette, entre otros participantes.
Compuso varias piezas y en el Museo Histórico Nacional de Argentina se puede ver un cancionero de obras inéditas de su autoría en el cual figuran algunos fandangos o joropos con múltiples voces y más de dos arpas.
Páez debería ser recordado, más que por sus logros en tiempos de guerra y enredos de la política nacional, por el espíritu del hombre que no celebró su ignorancia, sino que se avergonzó de ella y logró superarla con esfuerzo y estudio.
Tal vez la mejor virtud del “Centauro de los llanos”, muy por encima de su valentía como guerrero y sus méritos como Libertador o presidente de Venezuela, fue su empeño por mejorarse como individuo y caballero.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
IG/TW: @LuisPerozoPadua